'Última noche en el Soho', la nostálgica pesadilla de Edgar Wright y Anya Taylor-Joy de la que no podrás escapar

El sexto filme del autor de la Trilogía del Cornetto es también su primer acercamiento no paródico al género de terror. 
Anya Taylor-Joy en 'Última noche en el Soho'
Anya Taylor-Joy en 'Última noche en el Soho'
Cinemanía
Anya Taylor-Joy en 'Última noche en el Soho'

todo empieza con dos chicas. Una de ellas se llama Eloise, tiene el rostro de Thomasin McKenzie (Jojo Rabbit) y acaba de abandonar su pueblecito de Cornualles para estudiar en el London College of Fashion. Si te parece que una provinciana ingenua, criada por su abuela, con posibles problemas mentales y amante de la estética sixties va a pasarlas canutas en el divinísimo centro del que salieron Jimmy Choo y Victoria Bartlett (Alexander McQueen y Stella McCartney fueron al St. Martin’s College, también dependiente de la University of the Arts London pero aún más exquisito) estás en lo cierto.

La segunda joven que nos ocupa atiende por Sandie, y sus rasgos son los de la ahora ubicua Anya Taylor-Joy (La bruja, Gambito de dama). Al igual que la morena Eloise, esta rubia con ojazos ha llegado a Londres para abrirse camino en un mundo cruel y competitivo, en su caso el de la música. Pero, a diferencia de ella, tiene ambición y asertividad por toneladas, además de una voz a juego.

Estos son los dos destinos que Edgar Wright entrelaza en Última noche en el Soho, su primer acercamiento al terror puro… y también su primer experimento con los viajes en el tiempo: además de por sus temperamentos, Sandie y Eloise están separadas por más de medio siglo de distancia

'Última noche en el Soho'
'Última noche en el Soho'
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Mientras que la primera recorre el polígono de clubes y teatros que media entre la avenida Shaftesbury (al norte) y Oxford Street (al sur) en 1965, cuando Sean Connery interpreta a James Bond por tercera vez en Operación Trueno y Petula Clark es la voz british por antonomasia, la segunda se mueve por esas mismas calles durante un presente incierto, antes o después de la pandemia (qué raro se hace ver a los personajes de cine sin mascarillas, ¿verdad?), en el que Adele ocupa el trono de las divas imperiales y Daniel Craig acaba de mandar a paseo a 007. El vínculo entre ambas, además del deseo de triunfar en la gran ciudad, es una suerte de conexión onírica que asaltará a Eloise cuando, harta de las burlas de sus condiscípulas, se mude a la habitación que alquila la torva y ajada señorita Collins

Desde ese momento, la joven más tímida seguirá a la más lanzada en unos sueños que comienzan llenos de glamour y atrevimiento, pero que no tardan en precipitarse por un despeñadero de degradación, adicciones y, en último extremo, asesinato. Además, en un esperable ejercicio de sadismo, dicho vínculo impide a Eloise intervenir en el pasado: su papel será el de testigo impotente.

Créetelo: este argumento tan lúgubre ha sido puesto en imágenes por el mismo director que le dio una transfusión de fantasía y chifladura a la comedia made in UK con su ‘trilogía Cornetto’, para después ofrecer un acrobático cóctel de lenguajes en la brillante (y desastrosa en taquilla) Scott Pilgrim contra el mundo. Ahora, tras la odisea estadounidense de Baby Driver, Wright regresa a su tierra natal. “Para mí era importante volver a Reino Unido –explica–. Todas las películas que había rodado aquí hasta ahora fueron en colaboración con Simon Pegg y Nick Frost, así que quería hacer algo diferente, y llevaba pensando en este argumento desde hace más de una década”.

Anya Taylor-Joy en 'Última noche en el Soho'
Anya Taylor-Joy en 'Última noche en el Soho'
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El barrio de los fantasmas

Para explicar por qué Edgar Wright ha podido permitirse esta nueva acrobacia, conviene recordar que Baby Driver fue un éxito comercial inesperado pese que su estreno (2019) tuvo lugar en plena zona muerta de agosto. El cineasta aprovechó tamaño volantazo para rodar, no uno, sino dos filmes: un documental dedicado a su grupo favorito (The Sparks Brothers) y esta nueva obra de ficción, rodada en la zona de Londres donde vive desde hace años. 

“El Soho es uno de esos barrios que nunca duermen –señala–, así que montar la película durante el confinamiento, con las calles desiertas, fue escalofriante, y también supuso una lección de humildad: nuestro rodaje ha registrado un Soho en vías de extinción, porque un montón de negocios han cerrado con la pandemia. Pensar en ello me entristece mucho”. Esa fantasmagoría, reconoce Wright, se ha colado en el filme, añadiéndose a las influencias de Argento, Bava y ese Nicolas Roeg de cuya Amenaza en la sombra está un poco harto de oír hablar. “La mencioné solo una vez, en una entrevista con Empire, y ahora me arrepiento –protesta entre risas–. 

Aunque Amenaza en la sombra sea una de mis películas favoritas, Última noche… tiene más que ver con Hitchcock o Michael Powell”. Después, picarón él, indica que algunas localizaciones de la película son citas directas a El fotógrafo del pánico. “Encontrarlas no fue difícil, porque me pillan cerca de casa”, confiesa, antes de mencionar a Buñuel como su inspiración a la hora de perseguir lo que llama “un estado de ensoñación en el que sabes que tú eres tú pero, a la vez, te sientes como otra persona”.

Fotograma de 'Last Night in Soho'
Fotograma de 'Last Night in Soho'
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Uno de los placeres de charlar con Edgar Wright es que en su conversación no paran de surgir películas (Darling, el drama de Schlesinger con Julie Christie como joven arribista, es otra inspiración), así como referencias al contexto en el que nacieron. 

Así explica, por ejemplo, que la mitología del ‘Swinging London’ no aparezca en su cinta: “La era psicodélica está muy explotada por el cine: ¡corres el riesgo de recordar a Austin Powers! –más risas–. Para mí, la época inmediatamente anterior resultaba más interesante: piensa que los Beatles suponían un elemento rebelde frente a un establishment muy conservador, y, si ves películas rodadas antes de 1967, te das cuenta de que las estrellas del pop eran intrusos en la sociedad elegante. Por eso, cuando Sandie entra en el Café de París, estás viendo a la joven generación penetrando en esa sociedad: es casi como si el personaje viajara a otro mundo”.  

Esta aseveración de Wright permite abordar otro aspecto de la película. Porque, de la misma manera que el Reino Unido de 1965 vivía casi de espaldas al maremoto cultural que se incubaba en sus ciudades, sus políticas de género ignoraban por completo los avances del feminismo de posguerra. Última noche en el Soho no solo refleja esto en su guion, escrito junto a Krysty Wilson-Cairns (1917), y en el hecho de ser la primera película de Wright con protagonistas femeninas: también cuenta con tres actrices que hicieron historia en el audiovisual inglés de los 60, las cuales informaron al cineasta acerca del lado oscuro que aquellos años tan mitificados reservaban para las mujeres. 

Además de Rita Tushingham, icono del Free Cinema gracias a Un sabor a miel, y Margaret Nolan (James Bond contra Goldfinger), en la película encontramos a la simpar Diana Rigg, a cuya memoria está dedicado el filme y que dejó para el recuerdo una anécdota muy significativa.

“En muchos sentidos, Eloise es como yo: los dos nos entusiasmamos como cachorritos al hablar con alguien que vivió los 60. Así que le pedí a Diana que le echara un vistazo al decorado del Café de París, porque ella me contó que había celebrado allí su 18 cumpleaños viendo un concierto de Shirley Bassey. Al llegar, exclamó: ‘¡Vaya, es exactamente igual a como lo recordaba: dale la enhorabuena a tu equipo!’. Y, después, añadió: ‘Recuerdo cuando bajé por esas escaleras, y también a todos aquellos tíos con ojos como platos, mirándome como si fuese un pedazo de carne”.  

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