"Todas las adaptaciones son muy malas": Juan Marsé y el embrujo (fallido) del cine

El autor de 'Últimas tardes con Teresa' fue un apasionado del celuloide, pero pocas veces estuvo conforme con el salto de sus obras a la gran pantalla.
'El embrujo de Shanghai'.
'El embrujo de Shanghai'.
CINEMANIA
'El embrujo de Shanghai'.

Anoche fallecía a los 87 años el escritor barcelonés Juan Marsé, cuya inabarcable obra no solo se extendió a las novelas, sino también a los relatos, los guiones e incluso la crítica de cine. Estos días el autor de Últimas tardes con Teresa será recordado sobre todo en tanto a la potencia de su voz literaria durante la segunda mitad del siglo XX, pero su relación con el celuloide fue tan intensa (y, por decirlo suavemente, problemática) que merece un comentario aparte.

Dentro de la literatura, Marsé pudo canalizar su cinefilia en un experimento tan fascinante como El fantasma del cine Roxy, publicado en 1985 aunando exaltación poética y guion cinematográfico. Y sin embargo este esfuerzo no salió de la nada, pues el escritor llevaba tiempo escribiendo sus propios guiones, muchas veces acompañado por colegas del mundillo artístico como Jaime Camino, Jaime Gil de Biedma o incluso Joan Manuel Serrat.

Sorprende, por ello, que Marsé apenas se involucrara en los libretos que trataban de replicar la portentosa dimensión estética y narrativa de sus novelas, prefiriendo mantenerse en un segundo plano mientras iba desarrollando un feroz rechazo por los esfuerzos de directores como Gonzalo Herralde, Fernando Trueba o Vicente Aranda. Aun cuando este último llegó a adaptarle al cine hasta en cuatro ocasiones, y compartió amistad con él.

Como particular homenaje (aunque quizá no sea el que más ilusión le haría), hoy nos adentramos en la turbulenta relación de Marsé con el cine; esa que tuvo una suerte de culmen cuando Trueba estrenó El embrujo de Shanghai en 2002 y el autor de Rabos de lagartija dijo que "es la mejor adaptación de una novela mía, lo cual tampoco es decir mucho dada la baja calidad general".

La oscura historia de la prima Montse (Jordi Cadena, 1977)

Desde que Marsé publicara en 1960 Encerrados en un solo juguete, la figura del escritor no había dejado de ganar prestigio y exposición mediática, lo que acabó metiéndole en problemas con el régimen durante la primera mitad de los años 70. El éxito comercial de Últimas tardes con Teresa, publicada en 1965, distaba de hacer de su artífice alguien intocable, y la censura franquista le forzó a publicar otra de sus novelas clave, Si te dicen que caí, en México.

En 1975 murió Francisco Franco, sin embargo, y un año después pudo publicarse Si te dicen que caí tal y como Marsé había querido. El renovado panorama cultural, además, se mostraba proclive de repente a la afición del autor por el erotismo, y en 1977 Jordi Cadena se animó con la primera adaptación marsiana. Un producto para lucimiento exclusivo de su protagonista Ana Belén, de resultados discretos, que desagradó lo suyo a Marsé en lo que terminaría convirtiéndose en una tradición.

La muchacha de las bragas de oro (Vicente Aranda, 1979)

Ganadora del Premio Planeta en 1978, la provocadora historia de La muchacha de las bragas de oro sirvió para unir a Marsé con dos figuras clave de su imaginario fílmico: Vicente Aranda en calidad de director y guionista, y Victoria Abril como protagonista femenina de sus historias.

Últimas tardes con Teresa (Gonzalo Herralde, 1984)

"Todas las adaptaciones son muy malas": Juan Marsé y el embrujo (fallido) del cine

La adaptación de la que puede ser su novela cumbre (o al menos la mejor puerta de entrada al universo de Marsé) se hizo esperar casi veinte años. Cuando por fin lo hizo, y aunque el autor original interviniera en el guión, el resultado fue muy mejorable. Específicamente, el Pijoaparte de Ángel Alcázar se convirtió en el blanco principal de las críticas.

Si te dicen que caí (Vicente Aranda, 1989)

Se ha convenido en erigir a Si te dicen que caí como la adaptación más afortunada de Marsé, aunque el escritor no esté muy de acuerdo. Más allá de eso, Aranda y Abril volvieron a circundar su literatura para una película con mayor éxito del que pudo tener La muchacha de las bragas de oro, ayudada de un acertado juego con las líneas temporales y un reparto espléndido donde también encontrábamos a Jorge Sanz, Antonio Banderas, Juan Diego Botto o Javier Gurruchaga.

El amante bilingüe (Vicente Aranda, 1993)

Llegados los noventa la obra de Marsé ya era canónica, y se podía permitir tanto dar pie a series de televisión (el caso de Un día volveré, desarrollada por Francesc Betriú para TVE) como seguir aspirando a repartos de campanillas. Aranda ejercía por tercera vez de director y guionista, y en el reparto encontrábamos a un pletórico Imanol Arias acompañado de Loles León, Julieta Serrano o, sí, Javier Bardem.

El embrujo de Shanghai (Fernando Trueba, 2002)

En 2001 fue adaptada por la directora italiana Wilma Labate Ronda del Guinardó, materializada en una película que llevaba por título Domenica y que apenas tuvo repercusión en España. Distinto fue el caso de El embrujo de Shanghai al ser vinculado inicialmente al proyecto Víctor Erice, uno de los directores más legendarios (y maltratados por la industria) del cine español.

Erice escribió un guion que, en palabras de Marsé, "era mejor que la novela", pero a la hora de trasladarlo a la pantalla se topó con las injerencias del productor Andrés Vicente Gómez. La duración de la película disminuyó drásticamente y Erice terminó siendo sustituido por Fernando Trueba, dando como resultado un film muy irregular que fue visto por todos los implicados como una oportunidad perdida.

Canciones de amor en Lolita's Club (Vicente Aranda, 2007)

"Todas las adaptaciones son muy malas": Juan Marsé y el embrujo (fallido) del cine

Cerrando el círculo, Aranda adaptó por cuarta vez a Marsé, y por cuarta vez el escritor quedó bastante descontento con el trabajo efectuado. La crítica tampoco tuvo compasión, destrozando el trabajo protagónico de Eduardo Noriega y poniendo punto y final a una serie de traducciones caracterizadas por la decepción y la melancolía.

La cinefilia de Marsé nunca pudo dar pie a películas que compartieran la excelencia de su literatura, pero tuvo la suerte (tenemos la suerte) de que esta estuviera llena de amor por el Séptimo Arte. Aunque este no siempre fuera mutuo.

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