'Cuando el destino nos alcance (Soylent Green)': la película que predijo cómo sería el mundo en 2022

El filme de culto de Richard Fleischer estrenado en 1973, proponía una tétrica versión de futuro no tan alejada de la realidad.
imagen de 'Cuando el destino nos alcance (Soylent Green)'
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Cinemanía
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Tráiler de 'Cuando el destino nos alcance' 

Año 2022. La ciudad de Nueva York, otrora absoluto paradigma de un mundo global y avanzado, es hoy el infierno en la tierra. Cuarenta millones de habitantes pueblan las calles de una ciudad intransitable, sofocante, abrumadora. En su aire viciado permanece, inextinguible, una polvorienta pátina de herrumbre. Los sintecho, mayoría, duermen amontonados en cada esquina. 

La clase dirigente, ostentosa, habita en apartamentos de lujo que incluyen “chicas mueble” a su entera disposición. Una minoría enriquecida se apropia de las escasas existencias de productos frescos que aún pueden encontrarse (a unos precios, por supuesto, desorbitados); los demás, ciudadanos de a pie, se deben contentar con un alimento sintético supuestamente confeccionado a partir de plancton marino: el llamado Soylent Green. Y conviene no desvelar mucho más.

En 1973, Richard Fleischer imaginaba el peor de los escenarios futuribles en su fábula distópica Cuando el destino nos alcance. El director, fallecido en 2006, nunca llegó a comprobar si, llegado el momento, aquella pesadilla hecha celuloide (y con un claro tono de alerta) habría tenido algo de presagio. Con la entrada de 2022, los artículos en referencia a este film de culto protagonizado por Charlton Heston y Edward G. Robinson (en su película número 101, el último de sus papeles para el cine) no han tardado en poblar la red. La tesis general es desoladora: dejando a un lado lo hiperbólico de la cinta, muchos de los horrores abordados por Fleischer en aquella ya están, de alguna manera, presentes en el mundo contemporáneo.

Fotograma de 'Soylent Green'
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La contaminación y el calentamiento global, el aumento desmedido de la población, la cada vez más insalvable brecha social o la proliferación de pantallas y experiencias digitales como vías de escape a una realidad insoportable son algunos de ejemplos. 

En su artículo del Washington Post In 1973, ‘Soylent Green’ envisioned the world in 2022. It got a lot right, publicado el pasado 9 de enero, George Bass señalaba cuestiones tales como el aterrador aumento de indigentes en las calles de Nueva York (frente al derroche tan propio de los grandes ricos), la intensidad cada vez mayor de los desastres naturales dadas las altas emisiones de dióxido de carbono, la aprobación de la eutanasia (que, salvando evidentemente las distancias, podría llevarnos a recordar los servicios de “muerte asistida” ofrecidos a los ciudadanos en la película), el enorme crecimiento de la industria de los videojuegos o el advenimiento del llamado metaverso.

Otros aterradores “futuros pasados”

El retratado por Richard Fleischer no es, sin embargo, el primer destino que nos alcanza. Gran parte de las obras maestras de la ciencia ficción acontecen en un “lejano futuro” que, a día de hoy, es ya cosa del recuerdo. En Metrópolis, clásico de 1927 y primera distopía de la historia del cine, Fritz Lang dibujaba un año 2000 donde las diferencias de clase habían sido llevadas al paroxismo. Apenas un año después, en 2001, iba a tener lugar la odisea espacial de Kubrick, un recorrido por la evolución humana donde el simio se tornaba hombre al aprender a dominar una herramienta que, pasados algunos milenios, terminaría por dominarlo a él.

Fotograma de 'Soylent Green'
Fotograma de 'Soylent Green'
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En El último hombre… vivo (Boris Sagal, 1971), el doctor Robert Neville (también Charlton Heston) resultaba ser el único superviviente de una guerra biológica entre Rusia y China que había acabado con toda la población mundial. El relato se desarrollaba en Los Ángeles, en un -por aquel entonces- no tan lejano 1977. Es decir: hace ya 45 años. También en L.A., hace ahora dos años, Harrison Ford habría cazado replicantes bajo la lluvia y los neones de aquel futuro tan desarrollado como decadente que Ridley Scott compuso en Blade Runner (1982). Era 2019. El primer periplo de Mel Gibson como Mad Max (1979) tenía lugar en el recién despedido 2021, en una Australia vaciada de petróleo, agua y energía.

Son muchos, también, los futuros postapocalípticos del cine que, aún por delante, nos pisan ya los talones. En el año 2029, John Connor, líder de la resistencia humana, estará a punto de ganarle la batalla a Skynet en Terminator (1984). Meses antes, en 2028, el agente de policía Alex Murphy habrá sido abatido a tiros en una Detroit distópica para ser reconvertido en el “héroe” definitivo: Robocop (1987). 

La extinción de la raza humana no tardará en llegar si, en 2027, Theo (Clive Owen) no logra poner a salvo a la última mujer embarazada sobre la faz de la tierra. Tan solo faltarían cinco años para que ese aterrador destino, puesto en imágenes por Cuarón en su excelente Hijos de los hombres (2006), nos echase el guante.

Las próximas décadas también han sido terreno de juego para cineastas que se han interrogado por el nada halagüeño futuro de su especie. El porvenir retratado en La vida futura (William Cameron Menzies, 1936), film basado en una novela de H. G. Wells, abarcaba casi un siglo: de 1940 al hoy ya cercano 2036. Las escalofriantes consecuencias del cambio climático serán más que palpables en ese 2060 que perfila Interstellar (2014), la epopeya espacial de Christopher Nolan. No falta demasiado.

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