El 23 de noviembre de 1975, hasta 100.000 personas lloraron al dictador Francisco Franco en su entierro en el Valle de los Caídos. Lo mismo pasaría en otros países con la muerte de Iósif Stalin en 1953 o la de Mao Tse-Tung en 1976. Unas lágrimas que también sacudieron a la sociedad norcoreana en 2011, después de la muerte de su amado líder, Kim Jong-il.
Un adoración hasta el final, más allá de guerras, hambrunas o crisis, a figuras históricas cuya propaganda arrastró a la masa, pero que también se traslada en pequeño formato a cualquier sociedad actual, en la que ciertas personas son capaces de hacer lo posible por salirse con la suya y manipular a los demás. Incluso a aquellas madres dominantes que obligan a que sus hijos sigan a rajatabla el camino que ellas dictan.
Es precisamente la dictadura de Kim Jong-il la que Eduardo Casonova utiliza como alegoría en La piedad, un ejercicio cinematográfico repleto de metáforas y reflexiones acerca del mundo que nos ha tocado vivir. La historia del dictador norcoreano se utiliza como telón de fondo de la verdadera trama principal, la historia de una madre sobreprotectora, quien somete a su yugo a su hijo y no permite que nada ni nadie se interponga entre ellos. Ni siquiera una enfermedad.
Una revisión rosa de 'La piedad'
A sus 67 años, y después de recibir galardones como el Goya de Honor 2021, la actriz Ángela Molina continúa demostrando por qué es considerada como una de las actrices más versátiles del panorama cinematográfico patrio. Su reflejo sobre la maternidad trae consigo las verdaderas dificultades de traer al mundo a un hijo y criarlo, una tarea que no resulta tan fácil como se vende, repleta de tropiezos y una constante lucha.
Molina comparte el protagonismo junto a su vástago en la ficción, Manel Llunell (Malnazidos), cuyo rostro impregna el cuadro de un halo de inocencia y bondad que traspasa la pantalla. Un personaje con el que es imposible no empatizar y cuyo camino se cruza con intérpretes como Macarena Gómez (hilarante en los bailes asiáticos que comparte junto a Molina), Ana Polvorosa, María León, Daniel Freire, Songa Park o Antonio Durán 'Morris'.
El complejo de Edipo se transforma así en la base de un filme, en el que la religión también está muy presente. El Renacimiento trajo consigo una iconografía religiosa tan poderosa como La piedad, creada por Miguel Ángel hasta en tres ocasiones y modelada con su propia impronta por Tiziano, Rubens o Van Gogh. Una imagen que Casanova ha querido hacer también suya, con una nueva representación personalísima a través de la relación tóxica maternofilial entre Libertad (Molina) y Mateo (Llunell).
Molina es la viva imagen de la madre de los cristianos, sacrificada, leal y dispuesta a aceptar el destino que venga, siempre acompañando a su hijo. Mientras que Llunel se introduce en la piel de Jesucristo, quien duda en abrazar el sino trágico que se presenta ante sí, por el que muestra dudas y después resignación. Dos figuras que finalmente se abrazan desnudas como el níveo mármol, y nos regalan una interesante trama que abre la opción a diversos debates.
El enfant terrible de Eduardo Casanova sorprende una vez más con su segundo filme tras Pieles, con el que causó una verdadera revolución y a la que incluso hace un guiño en su nuevo filme. Si bien, La piedad supone un ejercicio más contenido hacia las escenas repulsivas a las que Casanova nos ha acostumbrado, lo cierto es que el filme cuenta con momentos incómodos y desconcertantes, sin renunciar al rosa iterativo en su obra. El absurdo, la crítica, el humor y el impacto visual continúan muy presentes en la filmografía de Casanova, quien se encuentra cada vez más cómodo para narrarnos el rico mundo que revoletea en su mente.
¿Quieres estar a la última de todas las novedades de cine y series? Apúntate a nuestra newsletter.
Comentarios
Hemos bloqueado los comentarios de este contenido. Sólo se mostrarán los mensajes moderados hasta ahora, pero no se podrán redactar nuevos comentarios.
Consulta los casos en los que 20minutos.es restringirá la posibilidad de dejar comentarios