[Seminci 2021] ‘Hit the Road’, un agridulce viaje al final de la noche iraní

Panah Panahi, hijo de Jafar Panahi, debuta en el largo con una ‘road-movie’ tragicómica que sigue el trayecto en la carretera de una familia de destino incierto.
Hit the Road
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Cinemanía
Hit the Road

Hay en Hit the Road, el debut en el largometraje de Panah Panahi, hijo de Jafar Panahi, un momento de fuga tan naif y hermoso como político. Para una película que sigue a una familia que viaja por Irán hacia un destino desconocido e incierto, esa imagen de fuga, que toma la forma de una ensoñación mágica en el cielo nocturno, cobra una dimensión especial y espacial, amplificando emocionalmente los anhelos de los protagonistas. También su desesperación.

Hit the Road, para empezar, es una ‘road-movie’, porque nos enseña a una familia de viaje en coche. Los códigos no nos engañan y, sin embargo, sabemos también que en el cine iraní un coche posee otras connotaciones. Como sucede en la calidez de los hogares, los vehículos en Irán son un espacio de libertad, de verdades, de intimidad y cariño. El cine iraní contemporáneo narra su país mirándolo desde el retrovisor y Panahi junior, curtido en el cine como asistente de Abbas Kiarostami y de su padre, conoce bien el escenario en que se presenta.

¿Hacia dónde se dirige la peculiar familia que ocupa el todoterreno en el que viajan en Hit the Road? Panahi se cuida de ofrecer la información justa para que, a medida que vayamos dejando kilómetros detrás y acercándonos a las montañas, descubramos algunos trazos de los motivos que han llevado a una madre, un padre con la pierna escayolada, un pequeñajo enérgico y gritón y un chico silencioso a emprender camino. Lo que vemos, mientras tanto, son escenas de un viaje familiar, como si nada estuviera pasando, como si la procesión, en realidad, fuera por dentro.

No cabe duda de que Hit the Road es deudora de temas y estilemas de Kiarostami y Panahi senior, desde decidir mostrar en largos planos generales las secuencias más dolorosas y dramáticas hasta esa querencia por el naturalismo en los aparentemente espontáneos diálogos que se disparan en el interior del coche; pero la película de Panahi junior posee una sólida personalidad, en la que pasado, presente y un deseo de futuro se hilvanan en busca de nuevas formas, de otras posibilidades con las que retratar la resistencia de la gente que sobrevive en un país mortificado.

Su sentido del humor –el episodio del ciclista es de una negrura muy graciosa–, sus diversos tonos y géneros cinematográficos, sus contrastes, ¡su uso de la música! y su particular relación con el paisaje nos descubre una mirada renovada y poderosa a la hora de reflexionar sobre el complicado presente de Irán.

En el arranque de la cinta, la madre, desperezándose de una siesta en el interior del todoterreno, pregunta, “¿Dónde estamos?”. El grito agitado de su hijo pequeño desde el asiento de atrás enseguida responde: “¡Estamos muertos!”. Tal vez no haya mejor definición más clara de cómo debe de ser la vida en Irán actualmente, cuando ya llevan 42 años de dictadura islámica.

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