SEFF 2022 | 'El trío en mi bemol': y la luz irradió toda la casa

Rita Azevedo Gomes vuelve a Sevilla para hacernos flotar adaptando a Rohmer en una película sensible e inteligente rodada en confinamiento
El trío en mi bemol
El trío en mi bemol
Cinemanía
El trío en mi bemol

El año pasado escribía por aquí sobre Diarios de Otsoga, la exuberante película que Miguel Gomes y Maureen Fazendeiro rodaron para alejar angustias y hacer piña durante los meses más duros del confinamiento de 2020. Entonces no sabía que Rita Azevedo Gomes había tenido la misma idea: en otoño de ese mismo año, reunió a un equipo de once personas en una casa henchida de luz en la costa norte de Portugal, casi tocando a Galicia, para adaptar libremente El trío en mi bemol, una obra de teatro escrita nada menos que por Eric Rohmer. Coproduce, por cierto, el hiperactivo Gonzalo García-Pelayo.

Aunque a quienes vemos primero en la película es a Rita Durão, cómplice de largo recorrido de Azevedo, y al también cineasta Pierre Léon, casi bailando sobre el escenario, escenificando un reencuentro, pronto descubrimos que les acompaña un equipo de rodaje. Al frente, el legendario Ado Arrieta, haciendo las veces de Rohmer y asistido por Mariana, interpretada por la madrileña Olivia Cábez, todo simpatía: su papel es el de esas personas que están ahí para que todo fluya mientras se filma una película. Y en esta película-dentro-de-otra-película, en concreto, todo fluye a las mil maravillas, por más que en un momento dado atisbemos alguna mascarilla que nos recuerda lo que estaba ocurriendo ahí afuera.

La casa de playa donde residió el arquitecto Alexandre Alves Costa, diseñada por su amigo Álvaro Siza, trae reminiscencias de aquella por la que se paseaba Delphine Seyrig en Baxter, Vera Baxter de Marguerite Duras. Reconocemos, en el enredo y el pequeño misterio musical que despliegan los intérpretes, la cartografía del amor de Rohmer, que Azevedo lleva a su terreno depurando al máximo la narración. 

El trio en mi bemol es una película con muy pocos cortes de montaje, largas tomas punteadas por instantes de reposo que coinciden con los interludios y momentos cotidianos del rodaje, algunos también nocturnos; en esa poderosa, magnética parquedad narrativa, se percibe el influjo de Duras, una de las maestras de la cineasta.

Y aunque resulta bien grato observar a Arrieta tomando el sol y a Olivia persiguiéndole con la carpeta que contiene el guion, que el atribulado cineasta va dejándose por ahí, es cuando están en escena Léon y Durão que, al menos para quien esto escribe, uno se olvida de todo lo demás y solo están ellos, resiguiendo los caminos de la ternura. Ellos y el mundo, el exterior, porque, como explicaba Rita Azevedo en el coloquio posterior a la proyección, su cine está hecho de eso, de encuentros, ciudades, libros, discos… 

Quizá tampoco es casualidad, si atendemos al contexto pandémico en que se rodó el filme, el que, de entre una selección musical tan culterana, nos sorprenda de repente oír el que fue uno de los himnos de aquellos días, el Resistiré del Dúo Dinámico.

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