[SEFF 2021] ‘Espíritu sagrado’: El misterio de Elche

El ilicitano Chema García Ibarra ahonda en la cultura ufológica levantina para, con un tono costumbrista a la par que mágico, asomarse al horror del ser humano.
Espíritu Sagrado, de Chema García Ibarra
Espíritu Sagrado, de Chema García Ibarra
Cinemanía
Espíritu Sagrado, de Chema García Ibarra

Entre la austeridad fílmica de Robert Bresson y el horror vacui del mercadillo de los jueves se ubica Espíritu sagrado, el debut en largo del ilicitano Chema García Ibarra y probablemente la mejor película española que vamos a ver este 2021. En el Festival de Sevilla se llevó no pocos aplausos en su primer pase a la prensa y esperamos que se repitan en su estreno en salas el próximo 26 de noviembre.

Tan marciana como los misterios ufológicos que obsesionan a José Manuel (Nacho Fernández), el protagonista de Espíritu sagrado, puede que la película, a concurso en el SEFF, sea uno de los retratos más vívidos de nuestra cultura, aquella que crece en la mal llamada periferia, conformada por barriadas de gente que cobra en negro y se alimenta de supersticiones religiosas y profanas.

Tal vez parezca pintoresco ver en pantalla a la vibrante fauna del Carrús, en Elche, rostros y acentos de verdad –como también observar los gestos y gustos comunes de la gente–, pero la propuesta de García Ibarra se apoya en este brillante reparto de presencias auténticas de las que consigue una de las aventuras más hilarantes y sobrecogedoras del cine español reciente. Más que costumbrismo de la crónica negra y sobrenatural patria, Espíritu sagrado es una celebración hiperrealista que resplandece, hace reír y también duele.

Fotograma de 'Espíritu sagrado'
Fotograma de 'Espíritu sagrado'
Cinemanía

De polo a polo, manejando los contrastes de la cultura de masas popular y la vida del barrio, García Ibarra nos conduce por un relato de suspense con un doble punto de partida inquietante: nuestro protagonista deberá hacerse cargo de la asociación Ovni Levante cuando el presidente fallezca de manera inesperada mientras que su hermana busca a una de sus hijas gemelas, desaparecida de un día para el otro.

Espíritu sagrado avanza, así pues, creando una tensión constante que funciona como una bomba de humo, mientras apuesta por la risa fría y la cascada de ideas y decisiones formales arriesgadísimas. Aquí hay lugar para videntes con Alzheimer, las fantasías del ultramundo de Jiménez del Oso y para bares ‘de viejos’ cuyas paredes están pintadas con figuras del Antiguo Egipto portando el surtido de tapas variadas que se ofrecen.

Más allá de esa pátina kitsch fascinante, obra de la directora de arte Leonor Díaz, y de la preciosista fotografía en 16mm de Ion de Sosa (Sueñan los androides) –en otro de esos maravillosos contrastes que hacen crecer a la película–, Espíritu sagrado logra dos importantes hitos. El primero, conseguir que la acumulación se convierta en una poderosa suma. El segundo, como ya había practicado García Ibarra en Uranes (2013), dejar al espectador en el borde del abismo para que sea su imaginación la que desvele, a su pesar, la verdadera faz del monstruo.

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