[SEFF 2018] Elsa Amiel saca músculo con 'Pearl'

La directora debutante firma un alucinante viaje a las entrañas de una competición culturista
[SEFF 2018] Elsa Amiel saca músculo con 'Pearl'
[SEFF 2018] Elsa Amiel saca músculo con 'Pearl'
[SEFF 2018] Elsa Amiel saca músculo con 'Pearl'

Salvo alguna fisura como Dolor y dinero o la adopción de musculaturas ajenas como Van Damme o Schwarzenegger, el (sub)mundo del culturismo no ha sido muy visitado por el séptimo arte que digamos. Sobre todo, en la estantería de “ficción”, aunque esta ópera prima de la parisina Elsa Amiel –ayudante de dirección de Mathieu Amalric o Bertrand Bonello- posee la piel dura del documental más académico, a pesar de que, en ocasiones, parezca cosecha sobremesina de La 2 (por lo que tienen estas competiciones de ferias ganaderas, al menos tal y como se retratan en este filme).

Más allá del exotismo del bíceps estratosférico y el sudor tostado, Pearl es un cuentakilómetros que describe las 72 horas previas al campeonato mundial, centrándose en la relación entre la favorita para el título y su tiránico (faltaría más) preparador, encarnado por un gran Peter Mullan con el carácter más quebrado que la pata. Por si fuera poco estrés, la cosa se complica al aparecer el hijo pequeño de la culturista y el destartalado padre de la criatura. Resumiendo: familia disfuncional, entrenador brutal (ojo a su estrategia para perder esos dichosos 300 gramos de más) y laberinto de cachas más o menos recauchutadas, ¿quién da más?

Con los lúgubres pasillos y estancias de un hotel prácticamente kubrickiano como casi único escenario, Amiel plantea un Callejón del Gato repleto de espejos cóncavos para demostrar que la monstruosidad va por dentro y que hay traumas que no se borran por muchas capas de esteroides que se superpongan. Aparte del efectismo maternalista y algún secundario desdibujado, la película mantiene el tipo y la potencia, sobre todo gracias al esfuerzo de la contundente protagonista Julia Föry. También juegan a su favor sus escasos 82 minutos de metraje, más que suficientes para hacernos una idea de lo que se cuece en este tipo de “saraos”, patéticos para unos, hipnóticos para otros. Como la fofa vida misma.

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