'El deseo de Robin' explica la cruel enfermedad que llevó al suicidio de Robin Williams

El documental, que incluye testimonios de su pareja y amigos, explora los efectos de la demencia con cuerpos de Lewy, la incurable enfermedad degenerativa que padecía el actor.
El deseo de Robin
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El deseo de Robin

No parece muy osado afirmar que pocas muertes han conmocionado tanto a los cinéfilos —y han dado pie a tantas especulaciones— en los últimos años como la del actor Robin Williams, que se quitó la vida a los 63 años, al poco tiempo de empezar a notar los síntomas de la demencia con cuerpos de Lewy, un cruel síndrome degenerativo y progresivo del cerebro. 

"¿Puedes imaginarte el dolor que sentía [Robin] mientras veía cómo se desintegraba [su mente] y, encima, por algo que nunca entendería y cuyo nombre no sabría?", reflexiona ahora su viuda, Susan Schneider Williams, una de las protagonistas del documental El deseo de Robin, que aterriza este viernes en nuestro país de la mano de la plataforma de streaming Filmin.

La emotiva y desgarradora cinta, dirigida por Tylor Norwood, recurre al testimonio de varios allegados al actor para ahondar en los últimos meses de vida de Robin Williams, que vivió un auténtico calvario desde el mismo instante en que empezó a notar que su cerebro ya no rendía como lo había hecho antaño.

Schneider Williams recuerda en el documental que comenzó a sospechar que algo iba realmente mal cuando, en una ocasión, su marido le llamó desde Vancouver, donde se encontraba rodando la tercera entrega de Noche en el museo, con un ataque de ansiedad y bastante frustrado, al verse totalmente incapaz de recordar el diálogo que debía decir. Algo que nunca antes le había ocurrido.

"No sé qué está pasando, ya no soy yo", llegó a confesarle Robin un día al director de ese filme coprotagonizado por Ben Stiller. "Su mente no disparaba a la misma velocidad", corrobora en el documental Shawn Levy. "Había disminuido esa chispa. La alegría, a veces, no estaba. Tuve que trabajar más duro en edición para crearla en pantalla, porque no siempre estaba en el plató. No me molestaba. Era más exigente, requería mucho más tiempo y energía, pero si eso es lo que necesitaba mi amigo, eso es lo que iba a darle".

En otra ocasión, Robin y su última mujer, con quien se casó en octubre de 2011, se encontraban juntos en casa, después de haber asistido a la fiesta de cumpleaños de su colega el comediante Mort Sahl. De pronto, en mitad de la noche, el actor se obsesionó con la idea de que Mort estaba a punto de morir, y se empecinó en contactar con él. 

Al ver que no obtenía respuesta —puesto que el comediante se encontraba durmiendo—, se desesperó sobremanera. "Así era una noche normal para nosotros. ‘Algo va mal. Hay algo que no va bien’. Y me dijo 'Solo quiero reiniciarme el cerebro'", explica igualmente la diseñadora gráfica.

La degradación física y mental de un genio

Debido a aquellos problemas de salud, Robin fue también perdiendo peso de forma paulatina. Sus trastornos del sueño se fueron agravando y, en un momento dado, los terapeutas le advirtieron del peligro de no descansar por las noches durante un largo periodo de tiempo. 

"Cuando nos dijeron que durmiéramos separados porque él necesitaba dormir, vino y me dijo '¿Eso significa que nos separamos?'. Que alguien tan brillante diga algo así es un total desajuste de la realidad", recuerda emocionada Schneider Williams. En su último día de vida, un abatido Robin se acercó a la casa de su vecino y le dijo "Jefe, necesito realmente un abrazo", momentos antes de romper a llorar.

En total, Robin pasó cerca de dos años lidiando con problemas cognitivos, miedo, depresión, ansiedad, alucinaciones y delirios, algunos de los principales síntomas asociados a una enfermedad degenerativa que desconocía tener cuando murió. Aunque llegó a someterse a varios escáneres cerebrales, ninguno arrojó luz sobre aquello que le ocurría, y tan solo llegó a recibir un diagnóstico de enfermedad de Parkinson. 

Pero él siempre sintió que tenía que haber algo más, y un día llegó a preguntarle a su doctor: "¿Tengo Alzheimer? ¿Tengo demencia? ¿Soy esquizofrénico?". Tampoco tenía ni idea del asunto Schneider, que solo descubrió el fatal diagnóstico cuando, en octubre de 2014, tuvo acceso al informe del forense. En ese momento, conoció realmente los entresijos de la devastadora —y a día de hoy incurable— enfermedad que había llevado a Robin a ahorcarse con su propio cinturón.

"[La demencia con cuerpos de Lewy] es mortal, es rápida, es progresiva", explica en la cinta el doctor Bruce Miller, director del UCSF Memory and Aging Center. "Estuve viendo cómo afectó al cerebro de Robin. Me di cuenta de que esta era la forma más devastadora de demencia de cuerpos de Lewy que había visto jamás. No había apenas ningún área que no estuviese afectada". Por eso mismo, al médico le sorprendió bastante que el actor pudiera siquiera caminar o moverse al final de sus días.

“Las personas con cerebros excepcionales, que son increíblemente brillantes, suelen resistir y tolerar mejor las enfermedades degenerativas que aquellas que tienen un cerebro normal. Esto demuestra que Robin Williams era un genio”, apostilla igualmente Miller, que también asegura que la demencia con cuerpos de Lewy "es "un problema de tuberías y circuitos", y que este tipo de enfermedades degenerativas las causa "el plegamiento erróneo de las proteínas en la neuronas, o en las partes del cerebro que nos permiten movernos, pensar y sentir".

Un tributo lleno de cariño

Pero El deseo de Robin es mucho más que un análisis de las causas que rodearon a la trágica muerte del actor. El documental supone también un conmovedor tributo a la figura de un talentosísimo actor que, a pesar de su estatus de superestrella mundial, renunció siempre a vivir en una zona residencial cerrada en Los Ángeles. No en vano, el ganador del Oscar por El indomable Will Hunting (1997) había escogido llevar una vida tranquila en el californiano condado de Marin, al norte de San Francisco, donde cuentan que montaba en bici todos los días y paseaba habitualmente al perro, como un vecino más.

Quienes le conocieron cuentan que Robin creció como un niño algo tímido y que estudió durante un breve periodo de tiempo, a principios de los setenta, en la neoyorquina Escuela Juilliard, que proporcionaba formación clásica a todos aquellos aspirantes a actor dramático. "[En 1977] volví a San Francisco, a buscar trabajo de actor. Luego empecé con la comedia en vivo, porque no pude encontrar otra cosa", le relataría el propio Robin a un periodista. 

A partir de entonces, la carrera del estadounidense despegó de forma definitiva y le permitió protagonizar momentazos como aquella oportunidad de doblar al Genio en el clásico de Disney Aladdin, o aquel curioso récord que batió en 1996, cuando logró que dos películas en las que era protagonista —Jumanji y Una jaula de grillos— recaudaran cien millones de dólares durante la misma semana.

El veterano actor se caracterizó siempre por su carisma y demostraba a menudo su vena solidaria. Robin disfrutaba de lo lindo entreteniendo a los asistentes al teatro Throckmorton, desde cuyo escenario regaló muchas noches espectáculos de comedia de improvisación en vivo, y brindó toneladas de risas a los consumidores de sus trabajos, que no se podían imaginar el drama que, en un determinado momento, llegó a vivir su ídolo de puertas para adentro.

"Cada día, cada minuto, le gustaba complacer a la gente", asegura en otro momento del filme el productor ejecutivo David E. Kelley. "Si un estudio o una cadena venía pidiéndole más entrevistas y más publicidad, él siempre lo daba todo. Su intelecto, su agudeza mental, estaban tan por encima de nosotros que probablemente podrían estar dañados y, aun así, iría un paso por delante de nosotros". Resulta comprensible entonces que Robin fuese incapaz de sobreponerse a la cruel ironía de tener que asistir al irreversible deterioro del don que más alegrías le había brindado durante toda su vida.

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