Películas no aptas para 'gourmets': cuando el cine agrede al estómago

¿Eres un remilgado con la comida? Pues esta lista es la solución...
Películas no aptas para 'gourmets': cuando el cine agrede al estómago
Películas no aptas para 'gourmets': cuando el cine agrede al estómago
Películas no aptas para 'gourmets': cuando el cine agrede al estómago

¿Padeces de dolor de estómago? ¿Eres un poco remilgado? Pues en CINEMANIA nuestras tripas están acostumbradas a cosas aún peores que la comida rápida, en la pantalla hemos visto comer platos que harían correr  a cualquier gourmet que se precie. Si tienes miedo de que nuestros sandwiches de cine hagan peligrar tu línea, compénsalo con estos 12 menús capaces de disuadir al más glotón. ¡Que aproveche!

El sentido de la vida (1983)

Cuando se ofrece un menú selecto, es de rigor contar con un maitre en condiciones, así que nosotros hemos llamado a John Cleese (el hombre impasible de los Monty Python) para que nos ayude con este desfile de platos repugnantes. En el papel del obeso y grotesco Señor Creosota, su compañero Terry Jones nos da una lección fundamental: hay que cuidar mucho lo que se come y cómo se come. De lo contrario, puedes acabar reventando. Literalmente.

Magical Mistery Tour (The Beatles, Bernard Knowles, 1967)

Tras renunciar a los conciertos,  los Beatles decidieron compensar a sus fans realizando este fallido telefilme, con una banda sonora llena de temazos (I'm the Walrus, Blue Jay Way, The Fool on the Hill...) y con una de las escenas más estomagantes de la historia del cine en su metraje. Tras ver a un sonriente John Lennon (con bigotillo) sirviendo paletadas de espaguetis putrefactos, uno agradece qué los 'Fab Four' se dedicasen a la música, y no a los fogones.

Indiana Jones y el Templo Maldito (Steven Spielberg, 1984)

Dice la leyenda (o, lo que es lo mismo, el cotilla de Peter Biskind) que, antes de hacerse famoso, Spielberg sólo guardaba pastelitos y chuches en su frigorífico. Pero no hace falta saber esto para suponer que al 'Rey Midas de Hollywood' le da reparo la comida exótica: basta con fijarse en los platos (la serpiente con sorpresa, los escarabajos al gratén y el estelar sorbete de sesos de mono) servidos en la mesa del Maharajá de Pankot. Harrison Ford, como arqueólogo cosmopolita que es, se lo come todo.

Frenesí (Alfred Hitchcock, 1972)

Recién regresado a su natal Inglaterra, y echando pestes de Hollywood, el 'Mago del Suspense' quería que esta fuese su película más explícita y sangrienta. La censura no pensaba lo mismo, así que 'Hitch' se sacó de la manga una de sus metáforas visuales más efectivas: los platos que prepara la esposa del inspector Alec McCowen, capaces de quitarle el apetito al mayor fanático del marisco y los fruits de mer en general. Hasta el psicópata Jon Finch palidece ante ellos.

eXistenZ (David Cronenberg, 1999)

Al igual que su maestro Hitchcock, el canadiense morboso no parece demasiado amigo del pescado. Sólo que, en su caso, esa aversión se extiende a la comida oriental, como comprueban Jude Law y Jennifer Jason Leigh cuando acuden a un terrorífico restaurante de videojuego. Puede que el 'especial de la casa' tenga mala pinta y sepa aún peor, pero míralo por el lado bueno: una vez engullido, sus sobras te permitirán confeccionar una práctica (y repugnante) pistola orgánica.

La leyenda del indomable (Stuart Rosenberg, 1967)

"¡Y dos huevos duros!", gritaba Groucho Marx en el camarote de Una noche en la ópera. Sólo que no son dos, sino cincuenta huevos duros los que devora el recluso Paul Newman para ganar una apuesta con sus compas de un tiránico penal sureño. Al final de su ordalía, el estómago del héroe está a punto de reventar, y el del espectador (por solidaridad) también. Por no hablar de su colesterol.

Hannibal (Ridley Scott, 2001)

Tras pasarnos El silencio de los corderos babeando (de terror) ante los gustos gastronómicos de Hannibal Lecter (Anthony Hopkins), esta secuela nos permitió asistir a una lección de haute cuisine antropófaga a cargo del ilustre psiquiatra. Los comensales son el propio Hopkins y una Julianne Moore que sustituye a Jodie Foster, mientras que Ray Liotta ejerce a la vez de plato principal y comentarista de la cena. Como la película nos demuestra poco después, el subsiguiente revuelto de sesos sirve también como entremés para una cena fría.

Matrix (Hermanos Wachowski, 1999)

Si te has librado por los pelos de la condición de batería humana, y si todo el mundo insiste enllamarte "El elegido", no es el momento de hacerle ascos a la comida. Sin embargo, ni siquiera Keanu Reeves puede mantenerse impasible ante la repugnancia a base de algas que Carrie-Ann Moss, Laurence Fishburne y su banda de hackers ingieren a bordo de su nave. Con semejante dieta, nosotros también venderíamos nuestras almas al Agente Smith por un filete. 

Braindead: tu madre se ha comido a mi perro (Peter Jackson, 1992)

Cuando Sean Astin se quejaba, en El Señor de los anillos, de lo soso que resulta el pan élfico, los fans veteranos de Peter Jackson recordábamos este momento estelar de una de sus películas más gamberras. Porque la interacción entre unas natillas caseras y las purulencias de una suegra en proceso de zombificación (causado por un mono rabioso y por el odio a Diana Peñalver) es capaz de quitarle el apetito hasta a un hobbit.

Oldboy (Park Chan-wook, 2003)

Atención, lectores, porque aquí estamos hablando de una película inquietante de verdad, y no sólo en el aspecto culinario. Aún así, toda la carga de traiciones, secuestros, incestos y mutilaciones contenida en esta película (que ya es decir) no consigue hacernos olvidar al protagonista Choi Min-sik engullendo un calamar a lo vivo. Este plato, todo sea dicho, existe en la gastronomía coreana, pero por lo general el animal es despiezado y limpiado antes de pasar a la mesa.

Arrástrame al infierno (Sam Raimi, 2009)

Pese al carácter 'alternativo' de los platos que te hemos presentado, más de uno (y de una) se los comería todos del tirón a cambio de no asistir al cúlmen de la gastronomía de mal rollo: una cena con los padres de tu pareja. Por si el mal rollo de la situación no fuese suficiente, la pobre Alison Lohman comprueba en seguida que al postre le da por sangrar: tal vez montar una comida familiar cuando estás bajo la maldición de una bruja gitana no sea tan buena idea, después de todo.

El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (Peter Greenaway, 1989)

Sólo un cineasta tan retorcido como Greenaway sería capaz de montar este banquete, sin duda el más grotesco y asqueroso de todos los presentados aquí. ¿Cuál es su secreto? ¿La preparación? Ni de coña: el plato principal corre a cargo de un chef de prestigio, y está elaborado con ingredientes de primera. ¿Será la compañía? En absoluto: nunca renunciaríamos a una velada junto a Helen Mirren. El problema, como Michael Gambon descubre a su pesar, es que el canibalismo no es plato de gusto para todos.

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