El tortuoso historial de MGM antes de Amazon: el último rugido del Hollywood clásico

El estudio del león fue el más poderoso durante décadas, pero su declive también ha sido largo y pronunciado.
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Si Metro Goldwyn Mayer no ha estado en problemas económicos durante toda tu vida, entonces ha sido durante una amplia mayoría de los años. La compra de MGM Holdings, actual acreedora del legendario estudio de Hollywood, por parte de Amazon por unos 8.450 millones de dólares es el último episodio en un historial de muchas décadas llenas de zozobra donde MGM casi siempre ha estado pendiendo de un hilo.

Antes entender ese punto hay que remontarse más de un siglo hacia el pasado. Una época mucho más próspera y luminosa para MGM, que llegó a ser el estudio de cine más poderoso de Hollywood durante varias décadas. Antes de su declive, fue la casa del glamour y la fantasía, el escaparate de referencia para los rostros más queridos del cine clásico, hasta el punto de que sus propietarios se vanagloriaban de poseer "más estrellas de las que hay en el cielo".

El origen de la Metro

Los tres nombres que forman Metro Goldwyn Mayer están ahí por una razón. Metro Pictures fue un pionero estudio de cine fundado en Florida en 1915, con bases de operaciones en Nueva York y Los Ángeles. Allí empezó a trabajar como secretario Louis B. Mayer, futuro superproductor y magnate de Hollywood que un par de años después fundaría su propia empresa: Louis B. Mayer Productions.

En 1919, el empresario Marcus Loew, que había evolucionado como propietario de salas de fiesta y vodevil hasta dedicarse a la exhibición cinematográfica, decidió comprar Metro Pictures para asegurarse la posesión y control de producción en el suministro de nuevas películas para sus cines. Una jugada no muy distinta a la actual carrera de las compañías tecnológicas por adquirir productoras y bibliotecas de contenidos para sus plataformas, por cierto. 

El caso es que Loew en realidad no estaba muy satisfecho con la calidad de las películas que salían de la Metro, con lo que se animó a adquirir también Goldwyn Pictures, una productora fundada en 1916 por Samuel Goldwyn con la que ya hacía acuerdos habitualmente para proyectar sus títulos. Goldwyn ya contaba con muy buena reputación –no por nada, había fichado al prometedor Raoul Walsh– y tenía un logo reconocible donde aparecía el simpático león Leo.

Goldwyn Pictures
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De repente, Loew se vio con muchas producciones que manejar, unidas a la gestión de más de un centenar de salas de cine, por lo que contrató a Louis B. Mayer para encargarse del lado creativo del negocio y las labores de producción. De paso, también adquirió la productora que Mayer había creado tras salir de la Metro; y a un pizpireto productor que trabaja allí y cuya cabeza bullía de ideas: Irving Thalberg.

De la unión de las salas de exhibición de Loew, la red de distribución de Metro Pictures y los estudios de Goldwyn Pictures más Louis B. Mayer Productions nació Metro Goldwyn Mayer en 1924. Un año después, estrenaron un proyecto tan colosal y aparatoso como la propia creación de la empresa: Ben-Hur (Fred Niblo, 1925), la arrolladora adaptación de la novela de Lew Wallace que superó ampliamente el éxito de una primera versión estrenada unos años antes; unas décadas después estaría por llegar otra más espectacular todavía.

El crecimiento de un coloso

Gracias al efecto de arrastre de Goldwyn y Thalberg, dos magnates que se movían como auténticas rock stars en el Hollywood clásico, una cantidad abrumadora de actores y actrices famosos empezaron a firmar contratos con MGM. Títulos con Greta Garbo, Lon Chaney, Norma Shearer, William Powell, Joan Crawford o Buster Keaton y directores punteros como King Vidor (El gran desfile, 1925), Tod Browning o el sueco Victor Sjöström recién importado apuntalaron su éxito. 

Aunque otros autores, como Erich von Stroheim, pagaron las consecuencias. La incorporación de Goldwyn Company a MGM pilló justo en medio de la producción de la colosal y carísima Avaricia (1924). La operación colocó a Von Stroheim de nuevo bajo el mandato de Irving Thalberg, con quien ya había acabado fatal en Universal Pictures. La colisión entre los descomunales egos de ambos acabó haciendo de Avaricia una de las mayores obras maestras fracturadas de la historia del cine.

MGM demostró desde el principio gran interés en experimentar con el color y el sistema de dos tiras de Technicolor. En 1928 estrenaron The Viking, de Roy William Neill, la primera película íntegramente en Technicolor. Sin embargo, fueron más reacios a adoptar el sonido sincronizado, limitándolo a pocas secuencias con diálogo hasta que su primer largo completo, el musical La melodía de Broadway (Harry Beaumont, 1929), se llevó el Oscar de mejor película. 

Durante la década siguiente, el empuje de Metro Goldwy Mayer no paró de crecer. Contrataban intérpretes famosos consagrados, sin dejar de descubrir nuevas promesas. Eran escultores del estrellato de los nombres que dominaban la taquilla con un parpadeo, con una sonrisa que podía ayudar a olvidar las penurias de la Gran Depresión: Clark Gable, Jean Harlow, Robert Montgomery, Spencer Tracy, Myrna Loy, Jeanette MacDonald...

‘El mago de Oz’.
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En 1939, y después de no pocos quebraderos de cabeza, unos cuantos directores quemados y reemplazados y muchísimos millones de dólares gastados, MGM estrenó dos superproducciones basadas en obras literarias que pasarían a ser conocidas como dos de las películas más grandes que ha creado nunca Hollywood. El mago de Oz, cuyos derechos de adaptación había adquirido Goldwyn; y Lo que el viento se llevó, distribuida y coproducida como fruto de un acuerdo con David O. Selznick, en aquellos momentos yerno de Mayer.

La vida es un musical 

Durante las dos décadas siguientes, de acuerdo con su filosofía colorista y apabullante, MGM empezaría a especializarse en la producción de musicales de gran despliegue. A medida que se apagaba el brillo de estrellas de la casa –como Greta Garbo, decidida a retirarse de la actuación tras el final de su contrato–, el estudio reemplazaba los rostros de antaño por la voz angelical de Judy Garland, el carisma de Frank Sinatra o los bailes vertiginosos de Fred Astaire y Gene Kelly. 

A pesar de todo, es posible que el rumbo del estudio nunca se recuperara del fallecimiento de Irving Thalberg. Durante los años 40 empezaron a aplicar los primeros recortes de gastos y a confiar en apuestas sobre seguro, como las comedias de Hal Roach con Laurel y Hardy; y la tendencia continuó durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. 

Por cada taquillazo al nivel de Un americano en París (Vincente Minnelli, 1951), Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen & Gene Kelly, 1952) o Siete novias para siete hermanos (Stanley Donen, 1954) había que hacer frente a los desembolsos de otro puñado de musicales grandilocuentes que se la pegaban en la gran pantalla mientras cada vez más los espectadores se quedaban en casa viendo la televisión.

Mayer fue despedido en 1951. Un año después, la nueva legislación antitrust de la Corte Suprema de EE UU hizo que Loews perdiera el control de MGM y el estudio se quedara sin salas de exhibición propias, donde llevaba una década explotando con gran éxito también los cortos de su división de animación, capitaneados por los Tom & Jerry de Hanna y Barbera. Los vientos de cambio en la manera de plantear el negocio del cine ya eran imparables en Hollywood y MGM nunca llegó a cogerlos a favor. 

Blockbusters con debacle: hagan juego

He aquí un aviso para navegantes del Hollywood actual. Ante sus problemas de solvencia financiera, MGM empezó a entrar en una espiral en la que su prosperidad dependía de conseguir grandes taquillazos con los que rentabilizar superproducciones igualmente enormes. Cuando tu supervivencia depende de amortizar de manera descomunal presupuestos desorbitados existe la posibilidad de ganar muchísimo dinero, pero el batacazo también puede ser tremendo.

El remake de Ben-Hur a cargo de William Wyler en 1959, con su taquillazo condimentado con unos históricos 11 premios Oscar, inició esta salida hacia delante sustentada sobre el despilfarro como reclamo. En los siguientes años hubo descalabros millonarios –Cimarrón (Anthony Mann, 1960), Rey de reyes (Nicholas Ray, 1961), Rebelión a bordo (Lewis Milestone, 1962)– que se buscaba compensar con la taquilla de Doctor Zhivago (David Lean, 1965), Doce del patíbulo (Robert Aldrich, 1967) o 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968).

Julie Christie y Omar Sharif, en un fotograma de 'Doctor Zhivago'.
Julie Christie y Omar Sharif, en un fotograma de 'Doctor Zhivago'.
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Para aumentar un poco más la volatilidad sobre la que se sustentaba el suelo económico de MGM, en 1969 aparece en escena el magnate del juego Kirk Kerkorian. Más interesado en el poder de la marca que en nada relacionado con el cine, compró el 40% del stock de la compañía. 

La labor de este empresario multimillonario consistió en llevar el nombre MGM a Las Vegas como casino y hotel: el MGM Grand Hotel; en cuanto a la división cinematográfica, los recortes empezaron a estar a la hora del día tanto en personal como en empresas subsidiarias y el número de películas producidas al año se redujo drásticamente.

Metro Goldwyn Mayer todavía producía alguna que otra película con capacidad para dejar huella en los cines, como Cuando el destino nos alcance (Richard Fleischer, 1973) –dejemos a un lado la ironía de su título en español–, pero, a finales de los 70, Kerkorian estaba dispuesto a declarar los hoteles como la principal actividad de MGM. No obstante, en 1980 se excindió la división hotelera de la cinematográfica para que cada una siguiera su propio camino por su lado. 

Historia de una bancarrota sostenida

¿Has oído hablar del histórico hundimiento de United Artists a causa de la debacle de La puerta del cielo (Michael Cimino, 1980)? Pues bien, la empresa que adquirió el legendario estudio en bancarrota fue MGM, deseosa por volver a recuperar la actividad cinematográfica. 

No salió bien: la década de los 80 fue realmente calamitosa, aunque gracias a los acuerdos de distribución de United Artists con la británica Eon Productions acabó con James Bond en su regazo; y también con Rocky. A día de hoy el manejo futuro de estas dos propiedades intelectuales ha sido uno de los mayores atractivos de la compra de cara a sus nuevos dueños. 

Octopussy (John Glen, 1983) fue junto a Poltergeist (Tobe Hooper, 1982) uno de los pocos éxitos del estudio durante esta época. En 1985, la Turner Broadcasting System compró a una MGM de nuevo asfixiada. 

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'Poltergeist'

Ted Turner veía con ojos golosos todo el catálogo de títulos clásicos del estudio para alimentar sus numerosos canales de televisión. Aunque Turner llevó a cabo el desmantelamiento de MGM, meses después tuvo que devolvérsela a Kerkorian. Eso sí, atención a la jugada: se quedó con la biblioteca de títulos propios junto a los de United Artists, que a lo largo de los años habían incorporado el legado de RKO Radio Pictures y las películas de Warner Bros. anteriores a los años 50. 

Este es el motivo por el que la producción de MGM anterior a 1986 está hoy en manos de WarnerMedia –a través de Turner–, en vez de en su casa madre; y, por lo tanto, fuera de lo que ha comprado de Amazon.

Kerkorian estaba deseando vender de nuevo al mejor postor lo que quedaba de una MGM ya despojada de su historia y hasta de la mayoría de sus bienes inmuebles, pero le resultaba difícil encontrar alguno que supiera qué hacer con el estudio. En 1990 la compró el magnate italiano Giancarlo Parretti, un pájaro de cuidado, que financió la operación con un crédito de la entidad francesa Crédit Lyonnais. También negoció la licencia del catálogo de MGM/UA a Time Warner para el mercado doméstico y de nuevo Turner para las emisiones por televisión.

No mantengamos demasiado el suspense: esto no salió muy bien tampoco y pronto MGM acabó en manos del banco Crédit Lyonnais, que se lo vendió de nuevo a Kerkorian. Era la tercera vez que se hacía dueño del estudio, del que pasó otra década más intentando sacar beneficio poniéndolo a la venta mientras buscaba maneras de aumentar un catálogo que había quedado raquítico después de tanto esquilmado. 

Una solución para aumentar su tamaño fue comprar Orion Pictures, así como otras productoras de la pronto extinta Metromedia. La adquisición significó brutales recortes de empleo en Orion (hubo casi 200 despidos y solo 25 trabajadores se incorporaron a MGM), pero MGM ganó un catálogo histórico de dos millares de títulos, incluyendo películas de Woody Allen, la saga RoboCop o la oscarizada El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991).

Ruina del nuevo milenio

Entre 2002 y 2004, tanto Time Warner como Sony pelearon en una batalla de pujas por arrebatar MGM de las manos de Kerkorian de una santa vez. Sony acabó imponiéndose por unos 5 mil millones de dólares, de los cuales 2 mil millones iban destinados únicamente a cubrir las deudas acumuladas por la compañía. 

MGM acabó declarándose en bancarrota en noviembre de 2010. Lleva desde entonces intentando reinventarse, con dirección gestionada desde la sociedad de cartera MGM Holdings, propietaria del estudio cinematográfico; desde este años, en manos de Amazon para nutrir el catálogo de su plataforma Prime Video y disponer de licencias de las que obtener nuevos contenidos como munición en la batalla del streaming contra las grandes potencias de Netflix, Disney y Warner/HBO.

‘James Bond’.
‘James Bond’.
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Aunque la posibilidad de futuras películas y derivaciones del universo James Bond es, sin duda, el caramelo más apetecible de cara al futuro del trato para Amazon, no conviene olvidar que ese paquete no viene libre de ataduras. 

Todas las decisiones relativas al agente 007 dependen de Eon Productions, liderada por Barbara Broccoli Michael G. Wilson; ellos son quienes tienen la última palabra en todo lo relativo a la extensión de nuevas licencias para matar. Y esos guardianes de las joya de la corona van a ser mucho más difíciles de manejar que el pobre león de la MGM, ya cansado de tanto trote.

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