El efecto de la 'maldición de Tutankamón' en el cine: momias, accidentes y misterios egipcios

Cómo uno de los descubrimientos más importante de la egiptología afectó a su representación en la gran pantalla.
'La tumba de la momia' (1942)
'La tumba de la momia' (1942)
Cinemanía
'La tumba de la momia' (1942)

Cuando en 1922 el arqueólogo inglés Howard Carter excavaba en el Valle de los Reyes en busca de la tumba del faraón Tutankamón, la ficción occidental sobre el Antiguo Egipto ya gozaba de una más que nutrida tradición. No solo en el ámbito de los dramas sobre figuras históricas, sino en los géneros populares de terror y aventuras con sus fabulosas pirámides, jeroglíficos misteriosos y paisajes exóticos.

Sin embargo, la costumbre en la literatura del siglo XIX era que las momias dieran lugar a romances de ultratumba; terroríficos y muy tétricos, pero tendentes a cierta erotización de los cuerpos de muchachas embalsamadas, que habrían conservado su juventud y belleza durante siglos. Ilustres como Bram Stoker, Arthur Conan Doyle, Théophile Gautier, H. Rider Haggard o Louisa May Alcott aportaron su granito de arena a este tipo de relatos vinculables a la 'egiptomanía' del cambio de siglo.

Con todo, fue el descubrimiento de la tumba de Tutankamón lo que disparó el furor mediático y contribuyó a cambiar la imagen popular del Antiguo Egipto. Lord Carnavon, el adinerado mecenas de Carter, vendió la exclusiva del hallazgo al diario The Times, incluida una colección de fotos con todas las riquezas que se encontraron en la cámara funeraria del sarcófago de Tutankamón. La imaginación del público ya estaba bien avivada cuando el conde falleció menos de cinco meses después.

El origen de la 'maldición de Tutankamón'

Carnavon murió en El Cairo por septicemia causada por la picadura de un mosquito; una neumonía agravó las consecuencias de la infección, que el conde se habría causado inadvertidamente al cortarse la herida afeitándose. Las circunstancias de su muerte repentina ayudaron a alimentar en la prensa la idea de una maldición dirigida contra quienes habían profanado la tumba del faraón.

Esta corriente sensacionalista engordó a medida que otras personas relacionadas de algún modo con la expedición arqueológica que había desenterrado la tumba también fueron cayendo enfermas en los meses posteriores: del coronel Aubrey Herbert, hermano de Carnavon, a su secretario Richard Bethell y otros egiptólogos allí presentes como Arthur Mace. 

Que el propio Howard Carter no muriera hasta muchos años después, en 1939, no impidió que leyenda de la 'maldición de Tutankamón' se propagara por los medios más sensacionalistas. No hay que minimizar la contribución de un texto de Arthur Conan Doyle donde el novelista apuntalaba firmemente esa teoría –Carter siempre lo consideró máximo responsable de la patraña–, ni una carta de la escritora Marie Corelli al diario News of the World hablando de posibles envenenamientos.

La genealogía de la momia

Este caldo de cultivo fue suficiente para que la teoría de la maldición cobrara forma en el imaginario colectivo y de ahí pasara al mayor espectáculo de masas: el cine. Hasta que Carter abrió el sarcófago de Tutankamón, las películas sobre el Antiguo Egipto se plegaban a los dramas con filamento histórico –se hicieron numerosos filmes silentes sobre la figura de Cleopatra, adaptaciones de la obra Antonio y Cleopatra de Shakespeare– y romántico, como La mujer del faraón (1922), de Ernst Lubitsch con el gran Emil Jannings.

El genio Georges Méliès, quién si no, sí había experimentado con la truculencia de los cuerpos momificados en un filme de 1899, titulado Cléopâtre, donde durante 60 segundos se escenificaba nada menos que el robo de la momia de Cleopatra y su posterior resurrección a pedacitos. No obstante, no fue hasta el estreno de La momia en 1932 cuando estos cadáveres con vendajes reclamaron su lugar en el cuadro de honor de los monstruos clásicos de terror.

La momia, dirigida por Karl Freund y con Boris Karloff como estrella vendada, bebía directamente de la idea popular sobre la maldición de Tutankamón, así como de un relato de Doyle, quién si no, sobre una momia asesina. No es casualidad que el guion de La momia feche el descubrimiento de la momia del temible sacerdote Imhotep en 1921, un año antes del descubrimiento de Carter.

El resto, obviamente, es historia. Puede que Karloff no consiguiera tanto reconocimiento por su interpretación de Imhotep como al hacer del monstruo de Frankenstein (1931) un año antes, ni que la película de Freund gozara de tanto éxito como aquella de James Whale o la Drácula (1931) de Tod Browning –hay que reconocer que su calidad también era considerablemente inferior a dos obras tan sólidas–, pero no importaba: la momia pasó a integrar el catálogo de monstruos clásicos de Universal Pictures y a convertirse en icono del terror.

En la década siguiente la explotación de este motivo prosiguió con un reboot, La mano de la momia (1940), y sus secuelas –La tumba de la momia (1942), El fantasma de la momia (1944) y La maldición de la momia (1944)– que permitieron disfrutar del buen hacer de Lon Chaney Jr. bajo los vendajes. Después de la consiguiente fase de propuestas de la Hammer con el trío calavera –Terence Fisher, Peter Cushing y Christopher Lee momificado– en La momia (1959) y sus posteriores derivaciones, ya pasaríamos a la etapa noventera de Brendan Fraser y Stephen Sommers.

La 'maldición de Tutankamón' en el cine

Pero no solo de momias agresivas vive el influjo de la maldición de Tutankamón. La propia historia de Howard Carter y compañía también se ha llevado a la pantalla con distinto gracejo y manga ancha para el disparate –quien se asome a La maldición de la tumba de Tutankamón (2006), de Russell Mulcahy, experimentará cuán abisal puede ser eso último–, particularmente en el telefilme La maldición de Tutankamon (1980), cuyo título ya deja poco margen a la sorpresa.

La maldición de Tutankamon, dirigida por Philip Leacock, fue una producción para el canal NBC que se puso en marcha a finales de la década de los 70 aprovechando otro repunte en la creencia conspiranoica en torno a la supuesta maldición asociada a la profanación de la tumba milenaria. En aquella época, el Museo Egipcio de El Cairo cedió varias piezas de su colección permanente a museos europeos para realizar exposiciones temporales, lo que acrecentó el interés popular por el asunto.

El caso es que el actor Ian McShane iba a interpretar a Carter en este filme, pero antes de empezar a rodar tuvo un accidente de coche en el que se lesionó gravemente la pierna. McShane fue reemplazado por Robin Ellis en dicho papel para el filme, pero el suceso quedó inevitablemente asociado a la leyenda negra sobre la maldición de Tutankamon. 

¿Quieres estar a la última de todas las novedades de cine y series? Apúntate a nuestra newsletter.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento