Los directores más infravalorados (y V): Jack Arnold

Nuestro serial reivindicativo concluye con un tributo a un mago de la serie B, responsable de 'La mujer y el monstruo' y 'El increíble hombre menguante'. Por YAGO GARCÍA
Los directores más infravalorados (y V): Jack Arnold
Los directores más infravalorados (y V): Jack Arnold
Los directores más infravalorados (y V): Jack Arnold

Nos hemos adentrado en la oscura mente de Neil Jordan, hemos recorrido una España drogadicta y navajera de la mano de Eloy de la Iglesia, descendimos a la locura de la mano de Nicolas Roeg y tuvimos una sobredosis de violencia ochentera con Walter Hill. Ya sólo queda una entrega (por ahora) de nuestro serial sobre directores olvidados y reivindicables, y para protagonizarla CINEMANÍA ha escogido a un auténtico currante. Uno de esos trabajadores del cine criados en lo más feroz del sistema de estudios, capaz de trabajar a destajo (cuatro películas, o más, en un año) y a la vez de tomarse un filme de serie B con la seriedad de una superproducción. ¿De quién hablamos? Pues de Jack Arnold (1916-1992), un señor que lo mismo te filmaba un western, que una comedia, que una película de intriga, pero cuyo verdadero amor fue siempre la ciencia-ficción, un género al que legó verdaderos clásicos. Sigue leyendo, y descubrirás un mundo de efectos especiales primigenios, premisas inverosímiles y resultados casi siempre espectaculares.

La mujer y el monstruo (1954)

¿Por qué nos gusta? Antes de que Alien y sus derivados se llevasen al espacio exterior los arquetipos del cine de monstruos, esta película era el ejemplo más acabado de cómo la conjunción entre un señor vestido de látex (escamoso, en este caso), una actriz curvilínea (Julie Adams) y un director con buena mano para los sustos podía generar un título clásico. Su cutrez entrañable, aunque muy verosímil para la época, y la sabiduría de Arnold a la hora de crear atmósferas húmedas y tropicales ha convertido a La mujer y el monstruo en uno de los títulos más queridos de la primera época de Universal Studios. Y eso, tratándose de la misma factoría que lanzó el Drácula de Tod Browning, La novia de Frankenstein, El hombre lobo y El hombre invisible, es decir muchísimo.

Momento cumbre: La primera aparición de la Criatura de la Laguna Negra, un ejercicio de sutileza del que Ridley Scott aprendió muchísimo.

Tarántula (1955)

¿Por qué nos gusta? Tras habernos mostrado a un bicho siniestro de escala humana en La mujer y el monstruo (y en su secuela El regreso del hombre monstruo, rodada el mismo año), Arnold decidió regresar a lo grande... Literalmente, porque en este pequeño clásico la amenaza toma la forma de una araña radioactiva a la cual, en lugar de por picar a quinceañeros con gafas y convertirlos en superhéroes, le da por crecer descontroladamente. Señalemos que, además de unos efectos especiales de aúpa, Tarántula puede alardear de haber sido el debut en el cine de Clint Eastwood. El futuro director de Sin perdón aparece en un papel de piloto militar, tan extremadamente breve que ni siquiera sale en los créditos.

Momento cumbre: La tarántula de marras escapa del laboratorio, picando a su creador. Lo cual no sólo da pie a una escena de acción gloriosa, sino también a un pionero momento de terror biológico.

El increíble hombre menguante (1957)

¿Por qué nos gusta? Está claro que a Jack Arnold (y a la ciencia-ficción de los 50, en general) le gustaba jugar con los tamaños. Así, tras el gigantismo de Tarántula, nuestro cineasta nos ofrece la triste historia de un científico (Grant Williams) que encoge sin parar. Gracias al guión de Richard Matheson (Soy leyenda), El increíble hombre menguante no destaca sólo por su delirante premisa, sus efectos especiales o lo bien que evoluciona su historia, sino también por una peculiar poesía existencialista. Muchos críticos ilustres, como Guillermo Cabrera Infante, han utilizado este filme como ejemplo de las virtudes de la mejor serie B.

Momento cumbre: Hay donde elegir. Desde la escena en la que el héroe está a punto de ser devorado por su gato hasta la lucha contra la araña, por no mencionar el impresionante final.

Un golpe de gracia (1959)

¿Por qué nos gusta? En esta película, basada en las novelas de Leonard Wibberley sobre el Ducado de Gran Fenwick y sus 40 kilómetros cuadrados de territorio, Arnold añadió un miembro más a su galería de monstruos. Sólo que esta vez la criatura de marras no tenía garras, escamas ni ojos compuestos: estamos hablando de Peter Sellers. El actor británico, todo un ente primigenio en el plató (y fuera de él, aunque por motivos distintos) se luce aquí de lo lindo interpretando tres papeles, entre ellos el de la Duquesa Gloriana, peculiar gobernante que decide declararle la guerra a los EE UU con la noble intención de perderla, y así recibir ayudas del Plan Marshall. Esta comedia enloquecida se beneficia, además, de la presencia de Jean Seberg antes de convertirse en musa de la Nouvelle Vague.

Momento cumbre: El Ducado de Gran Fenwick envía su a Nueva York fuerza expedicionaria, compuesta por veinte soldados (uno de ellos, Sellers) con espadas y arcos. El ejército estadounidense queda, digamos, un poco consternado.

Boss Nigger (1975)

¿Por qué nos gusta? Sexagenario ya, y tras una década larga dedicado casi en exclusiva a la televisión, Arnold volvió a la pantalla grande para dejar su impronta en otro género clásico de la serie B: la blaxploitation. Es decir, el cine protagonizado por afroamericanos, generalmente violento y descaradamente orientado a los cines de barrio. En este caso, hablamos de la tercera parte de La leyenda de Nigger Charley, saga protagonizada por un cazarrecompensas afroamericano (el ex deportista Fred Williamson, que también escribe el guión) que se ganó un lugar en nuestro informe sobre las precursoras de Django desencadenado.

Momento cumbre: El contraste entre una ambientación western muy currada (Arnold era un veterano del género) y el temazo soul de Terrible Tom que suena en los créditos iniciales.

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