James Dean, el icono de Hollywood que vivió deprisa, murió joven y dejó un bonito cadáver

Cómo la estrella más prometedora del Hollywood de los años 50 quemó su propio futuro en la carretera.
James Dean, el icono de Hollywood que vivió deprisa, murió joven y dejó un bonito cadáver
James Dean,
James Dean, el icono de Hollywood que vivió deprisa, murió joven y dejó un bonito cadáver

Corta, intensa y exitosa. Con estas tres palabras podría definirse bastante bien la carrera de James Dean, el joven guaperas del cine cuya fatídica muerte dejó mudo a medio mundo. El de Indiana, que estos días habría cumplido 90 años, protagonizó únicamente tres películas —rodadas todas en el mismo año, además—, pero con eso le bastó y le sobró para convertirse en toda una leyenda del séptimo arte.

Tanto es así que muchos le atribuyeron (erróneamente) durante años la frase "Vive deprisa, muere joven y deja un bonito cadáver"; palabras que, en realidad, pronunciaría John Derek en Llamad a cualquier puerta.

Dean fue siempre un rebelde con causa. Cuando apenas tenía nueve años, el estadounidense tuvo que hacer frente al fallecimiento de su madre a consecuencia de un cáncer, lo que hizo que acabara criándose con sus tíos paternos en una granja ubicada en Fairmount, Indiana.

Después de terminar la escuela secundaria en 1949, regresó a Santa Mónica, donde se enteró de que su padre se había vuelto a casar. Decidido a convertirse en actor, y para disgusto de su progenitor, Dean terminó matriculándose en la carrera de arte dramático en la Universidad de California en Los Ángeles.

Al cabo de un tiempo, se marchó de casa de su padre, se instaló en Nueva York y empezó a recibir clases de interpretación de la mano del actor teatral y cinematográfico James Whitmore.

En la Gran Manzana, el atlético y atractivo intérprete comenzó a hacer teatro y a rodar algunos spots publicitarios, hasta que finalmente logró hacerse con un representante y ser aceptado en la escuela de teatro The Actors Studio. Dean empezó entonces a codearse con otros actores, participó en varios programas de televisión y acabó consiguiendo trabajo en producciones teatrales como See the Jaguar o The Immoralist, una adaptación al teatro de una novela escrita por André Gide.

La industria del star system, siempre ávida de cazar nuevos talentos, empezó a fijarse entonces en el carismático actor, pero el creciente éxito de Dean corría en paralelo a su mala reputación.

No en vano, empezó a recibir fuertes críticas por su carácter difícil, manipulador y temperamental. Es más, su carácter algo excéntrico e inconformista y su mal humor, similar al de dos de los tres personajes que encarnaría en su fugaz carrera cinematográfica, crearon una imagen de tipo duro y rebelde que dio que hablar durante un tiempo en la meca del cine.

Rebeldías de James Dean

En 1954, y tras trabajar de extra en varias producciones, el cineasta Elia Kazan le ofreció el papel del atormentado y melancólico Cal en el drama Al este del edén, protagonizado por Julie Harris y Raymond Massey, y Dean se marchó sin pensarlo a Los Ángeles, dispuesto a rodar la que sería su primera película.

Este filme, considerado por muchos como la mejor interpretación del actor, fue el único que llegó a ver estrenado –aunque no acudió al estreno– y, además, le acabaría valiendo una nominación al Oscar a mejor actor protagonista; su candidatura fue la primera a título póstumo en la historia de la Academia de Hollywood.

Icono de rebeldía juvenil y actor del montón, Dean fue siempre un espíritu libre y, aunque siempre le persiguieron rumores de homosexualidad, tuvo líos amorosos con algunas de las actrices más cotizadas de la época. Durante el rodaje de su primer filme, sin ir más lejos, comenzó a salir con Pier Angeli, pero la madre de la actriz nunca aprobó ese romance y esta terminó dejando al actor por el cantante Vic Damone.

La segunda película del actor, un enérgico melodrama titulado Rebelde sin causa, fue coprotagonizada por unos adolescentes Sal Mineo y Natalie Wood. Dean, que dio vida aquí al problemático e inadaptado estudiante de secundaria Jim Stark, era un gran aficionado a las carreras de coches y, nada más aterrizar en Hollywood para trabajar en la cinta, se compró su primer Porsche, un Speedster 356 descapotable blanco con el que participaría en varias competiciones.

Empalmando un rodaje con otro, Dean empezó a trabajar en su tercer largometraje, un melodrama sobre el racismo y la discriminación de los ciudadanos de origen mexicano titulado Gigante y dirigido por George Stevens, donde el actor compartió cartel con Rock Hudson y Elizabeth Taylor.

Mientras rodaba el largometraje –que le valió una nueva nominación al Oscar–, Dean le confesó a Taylor que había sufrido abusos sexuales en su infancia por parte del pastor de su iglesia. Algo que, unido al desapego paterno, explicaría en gran medida su atormentada personalidad.

También durante el rodaje de aquella película, Dean se compró un Porsche 550 Spyder al que su amigo Bill Hickman apodó ‘Little Bastard’. Grabó un peculiar anuncio sobre seguridad vial para la televisión en el que el propio actor aconsejaba a jóvenes conductores que tuvieran siempre la precaución al volante que él no parecía tener. “Conducid con calma. La vida que salvéis podría ser la mía”, apuntaba en aquel spot. Ironías del destino.

El 30 de septiembre de ese mismo año, a pocas semanas del estreno de Rebelde sin causa y justo cuando nacía el ‘rock and roll’, el actor se mató en un aparatoso accidente de automóvil, con tan solo 24 años. Dean, que aquella tarde olvidó ponerse el cinturón de seguridad, se dirigía (por la carretera de Salinas) al norte de California, donde tenía pensado participar en una carrera automovilística.

El joven iba acompañado por un amigo, el piloto alemán Rolf Wutherich, cuando estampó frontalmente su Porsche contra otro automóvil, un gigantesco Ford cuyo piloto, por cierto, tan solo resultó herido.

Dean, que no murió en el acto, se rompió el cuello en el choque e ingresó cadáver en el hospital. Jimmy, como le llamaban los amigos, fue enterrado en el Park Cemetery de Fairmount, Indiana. Pero ni después de muerto le han dejado descansar y, de hecho, la lápida de la tumba donde reposan sus restos ha sido robada en tres ocasiones.

Lo que pocos han podido robarle hasta ahora es el título a la mirada más seductora y melancólica del cine.

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