Isabel Sarli, símbolo del erotismo latinoamericano y primer desnudo del cine argentino

Mito erótico, venerada, denostada y reivindicada, Cristina Kirchner llegó a proclamar icono del país a la actriz que se enfrentó a la censura a cuerpo descubierto.
Isabel Sarli
Isabel Sarli
Cinemanía
Isabel Sarli

Hay algo paradójico en el hecho de que, habiendo nacido un 9 de julio, Día de la Independencia de la República Argentina, un mito sexual como Isabel Sarli pasara su infancia y adolescencia al lado de una madre chapada a la antigua y tremendamente controladora. Según contó en su día la propia actriz argentina —más conocida en su país como "la Coca"—, le tocó crecer sin referente paterno y se crió muy humildemente con su progenitora, hasta que, un día, optó por casarse con un hombre al que no amaba para así poder emanciparse.

Antes de convertirse en una estrella de cine, Sarli estudió inglés y se formó como secretaria. Después, se proclamó Miss Argentina —lo que la llevó incluso a competir por la corona de Miss Universo—, y se puso a hacer sus pinitos en el mundo de la moda comercial para poder ganarse el pan anunciando en revistas desde jabones hasta electrodomésticos.

En 1956, un año después de hacerse con aquel título, Sarli conoció un día casualmente a Armando Bo. El actor y director de cine, un tipo alto y quince años mayor que ella, estaba casado con una mujer de alcurnia y tenía varios hijos, pero entonces saltaron chispas entre ellos y al poco iniciaron una peculiar relación sentimental.

Desde el principio, Sarli adoptó una actitud algo sumisa ante Bo, del que llegó a afirmar que fue como "el padre que no tuve". Los dos estuvieron saliendo juntos hasta la muerte de él, aunque el cineasta jamás se divorció de su mujer legítima.

Pero lo cierto es que el bonaerense fue mucho más que un simple amante para ella. Desde el principio, Bo vio en aquella morena tímida y de exuberantes pechos un filón y, tras moldearla a su antojo, la convenció para que protagonizase una serie de películas de bajo presupuesto que iban a triunfar en taquilla pero que escandalizarían a buena parte del público nacional.

El primer desnudo del cine argentino

"Bo me llevó a ver una película de Bergman en la que había un desnudo y me dijo que quería hacer un cine distinto para poder venderlo al exterior. En aquel entonces, Latinoamérica estaba copada por los mexicanos. Ellos vendían sus películas y nosotros ya no, y él quería cambiar eso", explicaría en una ocasión Sarli, quien dio que hablar en su país natal tras protagonizar el primer desnudo frontal del cine argentino.

La primera cinta del binomio Sarli-Bo, titulada El trueno entre las hojas (1957), era un drama social algo simplón, pero brindaba a los espectadores una escena de alto voltaje en la que Sarli aparecía nadando en un río de la selva paraguaya, sin nada de ropa. 

Isabel Sarli en 'El trueno entre las hojas'
Isabel Sarli en 'El trueno entre las hojas'
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Algún tiempo después, la actriz reconocería que en esa época era bastante ingenua y que aceptó rodar aquel desnudo porque Bo le había asegurado que llevaría una malla de color carne —prenda que nunca llegó al set— y que la cámara estaría colocada lejos de ella y, por lo tanto, no captaría realmente los detalles —otra mentira como una catedral—.

El estreno de aquella película dirigida por Bo generó una gran expectación y, además, le causó un gran disgusto a la madre de Sarli, que al ver la escena del desnudo le pegó una paliza a su hija con una bota. 

La propia actriz quiso que la tierra la tragase al verse por vez primera en paños menores en la gran pantalla, pero acabó entendiendo que el desnudo era un motivo del arte, y que aparecer de esa guisa suponía una buena forma de hacer dinero para ella y su pareja.

"Si la gente no te ve desnuda, es como si Sandro o Palito no cantan en una película", solía decirle Bo a Sarli, que se plegaba de buen grado a los deseos del realizador con tal de no perderle.

A lo largo de los sesenta, Sarli se consagró como todo un icono del cine erótico argentino amén de filmes audaces de trasfondo social y títulos tan sugerentes como Lujuria tropical (1962), Carne (1968) —donde su personaje es violado constantemente por un compañero de trabajo que termina organizando una violación masiva contra ella en el interior de un camión frigorífico—, Desnuda en la arena (1969) o Fuego (1969) —que la mostró encarnando a una ninfómana y, solo en su estreno en EE UU, recaudó casi un millón de dólares—.

Años de bombazos en taquilla y críticas feroces

Bo estuvo siempre obsesionado con el realismo y, en cierto sentido, usó el cuerpo de Sarli como arma contra las autoridades, la censura y la pacatería sexual imperantes en su país en aquellos complicados años. "En esa época, no era común que te desnudaras. A mí me llamaban 'pornográfica', o 'la higiénica', porque siempre me estaba bañando", comentó una vez Sarli en una entrevista en televisión.

Además de ser portada de las revistas Time y Life, Sarli recibió en aquellos años ofertas de varios cineasta nacionales y extranjeros, aunque las rechazó porque nunca estuvo dispuesta a alejarse de los suyos para acometer un rodaje. La única excepción fue Leopoldo Torre Nilsson, con quien rodaría Setenta veces siete (1962), que compitió por la Palma de Oro en el Festival de Cannes.

Por un lado, las películas sexploitation que la actriz rodó junto a su pareja eran bombazos de taquilla y triunfaban en lugares tan dispares como Estados Unidos, Europa y China. Por otro, fueron a menudo víctimas de la censura cinematográfica, que llegó a eliminar secciones enteras de ellas —aunque Bo guardaba siempre aquellos fragmentos para realizar versiones de exportación—, y recibieron duras críticas por parte de ciertos expertos, que los consideraban bodrios fílmicos demasiado vulgares y atrevidos (y, además, parecían andar preocupados por su posible influencia social y cultural).

Tampoco es difícil imaginar a los cinéfilos más conservadores poniendo verdes todas aquellas películas donde lo mismo encontraban lolas, como veían relaciones lésbicas, violaciones o prácticas de sadomasoquismo. De hecho, más de uno puso el grito en el cielo al ver a Sarli dándose el lote en varias películas con el que era el hijo de su pareja, Víctor Bo, por las presuntas connotaciones incestuosas del asunto.

“Todas las películas argentinas deberían estrenarse: la última palabra la tiene el público. Aquí no llegan los films pornográficos, como uno que vi en Cannes, tan asqueroso que me levanté de mi butaca y me fui, cuando la exhibición promediaba. Por eso, me muero de risa cuando dicen que las mías son de ese tono”, dijo una vez en tono de queja el propio Armando Bo.

Con los años, como tantas veces ocurre en casos así, aquellas mismas películas de Sarli terminarían siendo defendidas como obras de culto por los intelectuales de turno, que llegarían a calificar a la actriz como un verdadero símbolo del erotismo kitsch latinoamericano. El mismo John Waters se declaró varias veces fanático del trabajo de Sarli, y comenzó a reivindicarlo públicamente en los años noventa.

"Los films de Armando e Isabel constituyen un claro ejemplo: resultan innovadores para la época, construyen y representan un universo donde las sexualidades e identidades no aparecen definidas rígidamente ni están constreñidas a un único horizonte de posibilidades, donde las relaciones no son unívocas y donde, a pesar de brindar otros límites o comportamientos a los cuales también sería plausible cuestionar, los cánones morales tradicionales fijados para una época son tensionados", expondría también la profesora de Historia Tamara Drajner en un artículo publicado en la revista Imagofagia.

El fin de un imperio cinematográfico

Ya en los años setenta, con el auge del cine porno, las películas eróticas fueron perdiendo algo de fuelle. Además, el imperio levantado por Sarli y su mentor se vino irremediablemente abajo después de que Bo fuese diagnosticado de un tumor cerebral que acabó llevándolo a la tumba en octubre de 1981, con apenas 67 años. Parece ser que, cuando andaba agonizando, Sarli se presentó en la casa que el cineasta compartía con su esposa (Teresa) y permaneció junto a él hasta su último suspiro.

Sarli atravesó un largo periodo de depresión tras la pérdida de Bo, y acabó combatiendo en cierto modo la soledad con su regreso al cine de la mano de Jorge Polaco, que le ofreció protagonizar La dama regresa (1996), un drama erótico donde encarnaría a una mujer que, tras años de ausencia, regresa a su lugar de origen convertida en una señora adinerada.

Años después, la actriz apareció también en varios episodios de la serie Floricienta (2004-2005), y aceptó ponerse a las órdenes de Juan José Jusid, que en la comedia Mis días con Gloria (2010) le regaló el personaje de una vieja diva del cine que enferma y vuelve a su pueblo natal; y, de paso, le brindó la oportunidad de actuar junto a su hija adoptiva, Isabelita.

Sarli llegó a recibir parte del reconocimiento merecido cuando la neoyorquina Film Society del Lincoln Center tuvo a bien dedicarle un ciclo donde se proyectaron varios de sus largometrajes. O cuando en 2012 el gobierno de su país natal la nombró Embajadora de la Cultura Popular Argentina mediante un decreto. 

"La señora Isabel Sarli es considerada una verdadera representante de la cultura nacional, tanto por sus dotes de actriz cinematográfica, como por estar considerada un icono popular de su época y una figura emblemática del cine argentino [...] Resulta una figura insoslayable, a la hora de ensalzar los valores éticos y culturales, al representar la síntesis de la imagen que la República Argentina desea proyectar al mundo", comentó entonces Cristina Kirchner, que recibiría tantos aplausos como ataques por aquella decisión.

La actriz pasó sus últimos años bastante retirada de la vida pública, aunque bien rodeada de decenas de animales —otra de sus grandes pasiones— en su mansión de las afueras de Buenos Aires. 

Aunque siguió gozando de buena salud mental, su salud física se fue resintiendo poco a poco hasta que finalmente, el 25 de junio de 2019, falleció en una clínica bonaerense debido a una complicación pulmonar que la mantuvo ingresada durante semanas. Lo hizo, eso sí, presumiendo de sus requetebién vividos 89 años, y con más de una treintena de filmes en su mochila vital.

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