[IFFR 2021]: ‘The Witches of Orient’, iconos del voleibol y de la cultura pop

El francés Julien Faraut firma este elegante documental que homenajea al equipo femenino japonés de voleibol que ganó las Olimpiadas de 1964.
Las Brujas de Oriente en plena competición
Las brujas de Oriente en plena competición
Las Brujas de Oriente en plena competición

En el deporte japonés, es probable que no haya mayor logro que el conseguido durante la década de 1960 por el equipo femenino de voleibol, conocido popularmente en Europa como ‘Las brujas de Oriente’. El apodo llegó cuando las jugadoras vencieron a sus homólogas de la URSS durante los campeonatos del mundo celebrados en Moscú en 1962, porque solo la magia podía explicar cómo esas mujeres menudas habían logrado batir en la cancha al sólido bloque soviético. En realidad, detrás de ese triunfo había una historia de sudor, disciplina y lágrimas, y esa es la historia que cuenta The Witches of Orient, del francés Julien Faraut, una de las mejores sorpresas que nos ha brindado el IFFR 2021.

La magia de estas brujas del voleibol nació en una fábrica, nos recuerda Faraut. En concreto, la Nichibo Kaizuka, en la prefectura de Osaka, donde el entrenador Hirofumi Daimatsu reunió a varias de sus jóvenes trabajadoras para hacer de estas el orgullo nacional de un país cuyo orgullo, justamente, había quedado aniquilado tras la humillación atómica de la Segunda Guerra Mundial.

Casi todas ellas –Katsumi Matsumara, Sata Isobe, Kinuko Tanida, Yuriko Handa, Yoko Shinozaki, Emiko Miyamoto, Yoshiko Matsumura, Kinuko Idogawa, fallecida el pasado diciembre, y la capitana Masae Kasai, entre otras– provenían del mundo rural, de padres lecheros, granjeros o cocineros, y sabían lo que era trabajar duro. “Solo porque jugáramos al voleibol no nos librábamos de ir a trabajar: nos despertábamos a las 6 de la mañana, trabajábamos en la fábrica y cuando acabábamos la jornada íbamos al gimnasio a prepararlo todo. Las novatas suplentes limpiábamos y montábamos la cancha y cuando todo estaba listo, sobre las 6 de la tarde, entraban las veteranas a entrenar. A veces estábamos entrenando hasta medianoche. Dormíamos unas 3 o 4 horas al día”, recuerda Katsumi Matsumara en The Witches of Orient.

El documental deportivo, del mismo modo que los biopics o los géneros cinematográficos con unos tropos muy marcados, suele apostar por un modelo de relato que primero cita los grandes hitos para ir paulatinamente desgranando la intrahistoria de esas gestas, pero la articulación dramática de la película de Faraut toma unos derroteros particulares, mucho más emocionantes. Para empezar, The Witches of Orient reúne a cinco de las jugadoras del equipo alrededor de una comida y ese encuentro entre las mujeres, ya sexagenarias, despierta un torrente de recuerdos e imágenes que entrelaza vivencias, confesiones, metraje de archivo y metraje de los míticos dibujos animados Attaku nº 1 –serie basada en las hazañas de estas hechiceras del esférico– mediante un montaje elegante y perspicaz, de ingenio y habilidad cinematográfica.

Fotograma de 'Attaku nº1'
Fotograma de 'Attaku nº1'

Como ya hiciera en John McEnroe: In the Realm of Perfection (2018), Faraut se fija en The Witches of Orient en los cuerpos y gestos de las deportistas. El cineasta, quien si de algo sabe es de cine deportivo tras haber trabajado en el archivo del French Sports Institute (INSEP) durante 15 años, en realidad ofrece un estudio fascinante sobre esa disciplina marcial a la que estuvieron sometidas las jugadoras a través de una retórica que, a la postre, nos habla del mecanismo de los medios a la hora de crear y consolidar los mitos contemporáneos.

Así, mediante la yuxtaposición del metraje de Le prix de la victoire (1964), pieza documental de Nobuko Shibuya que llegó a hacerse con la Palma de oro al mejor cortometraje en Cannes, y de Attaku nº 1, entendemos la lógica detrás del férreo, por no decir sádico, entrenamiento de las chicas. Las imágenes en slow motion nos permiten atender la técnica de sus movimientos y también observar el gesto de dolor en el rostro de las jugadoras cuando están exhaustas. No por casualidad, uno de los momentos cumbre de esta retórica de The Witches of Orient tiene como banda sonora la estremecedora canción Machine Gun, de Portishead.

Fotograma de 'The Witches of Orient'
Fotograma de 'The Witches of Orient'

“Esta disciplina nos ayudó a convertirnos en las mejores”, dice Shinozaki al respecto. Eran otros tiempos y también, por otra parte, otros logros de diferente alcance. Tras lograr batir al equipo de la URSS en 1962, y a pesar de que muchas de las jugadoras habían pensado en dejar el voleibol, el equipo formado a golpe de balón como si ellas fueran piezas de una cadena de montaje, volvió a vencer a las soviéticas en las Olimpiadas de Tokio de 1964.

Esa gesta toma el último tramo de The Witches of Orient, en una recreación de la retransmisión deportiva que, de nuevo haciendo uso del metraje de la serie de dibujos y de archivo documental, imprime a la narrativa una épica inusitada. Narrada minuto a minuto, cuando las niponas por fin logran el match point definitivo es imposible no emocionarse por ellas, ya que sabemos el esfuerzo detrás de las lágrimas por el triunfo. Su récord de 258 victorias consecutivas, por cierto, sigue aún, más de 50 años después, imbatible.

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