'Guripas' y 'picoletos': Los policías del cine español

'Guripas' y 'picoletos': Los policías del cine español

Son más malos que la quina, van armados hasta los dientes y no tienen ningún escrúpulo. Su misión es limpiar la Sevilla anterior a la Expo 92 de yonquis y camellos, para que los turistas no se asusten, y piensan cumplirla caiga quien caiga... Siempre que puedan beneficiarse de ello, claro. Hablamos del Grupo 7, esa unidad policial en la que militan Mario Casas (en lo que podría suponerle una ración doble de prestigio crítico) y el siempre inmenso Antonio de la Torre, y que supone desde ya una firme candidata a los Goya.

Si el ejemplo de Santos Trinidad (José Coronado en No habrá paz para los malvados) nos vino de perlas para reflexionar sobre la figura del policía matón en el cine, ahora aparcamos la filosofía y cogemos el libro de historia para ofreceros un recorrido selecto sobre la figura del policía en nuestro celuloide. Así podréis comprobar que, desde los 'ángeles guardianes' que presentaba el cine pretérito a los asesinos corruptos mostrados por filmes más recientes, ha llovido muchísimo...

Manolo (Manolo Morán en Manolo, guardia urbano, 1956)

Tipo: Cómico y costumbrista. Aunque ahora le recordemos más como el manager de Lolita Sevilla en Bienvenido Mr. Marshall, Morán llegó al cénit de su fama con esta película. En ella, además de dirigir el tráfico, el guindilla protagonista tiene que buscar a su hija, intercambiada con otro bebé durante un accidentado bautizo.

Andrés Martín (A. Marsillach en 091, policía al habla, 1960)

Tipo: Realista y atormentado. Bueno, lo de "realista" puede ser discutible, porque (como los demás títulos realizados durante el franquismo) esta película presentaba a las fuerzas de seguridad del Estado como un dechado de bondad. Pero lo cierto es que con la figura del inspector Martín, un sujeto tirando a gris y obsesionado con la muerte de su hija, el gran José María Forqué mostró su talento: este agente de la ley parece un ser humano de carne y hueso. Y con José Luis López Vazquez de segundo al mando, además.

Germán Areta (Alfredo Landa en El Crack, 1980)

Tipo: Retirado y noir. Como ya hemos dicho, cualquier intento de retratar la cara mala de la policía resultaba arrancado de raíz durante la dictadura. De modo que José Luis Garci tuvo que esperar a la muerte de Franco para ofrecernos su visión de un tropo imprescindible en el cine de 'serie negra': ese agente de la ley que, tras abandonar el cuerpo, malvive como detective privado. Tras repetir con Landa en El Crack II (1983) parece que el cineasta ha vuelto a cogerle el gustillo a eso de las investigaciones criminales, aunque sea con cameos de Alberto Ruíz Gallardón.

Evaristo Torrecuadrada (J. M. Cervino en El Pico, 1983)

Tipo: Bruto y con tricornio. Titulando su película con mucha mala leche (el "pico" del título alude tanto al pinchazo de heroína como a la abreviatura de "picoleto"), Eloy de la Iglesia ofreció un interesante retrato de un guardia civil destinado en el País Vasco. Además de a las asechanzas de ETA y su entorno, el comandante Torrecuadrada tiene que lidiar con un hijo yonqui (José Luis Manzano) cuyo amigo y compañero de trapicheos es, para colmo, hijo de un diputado abertzale. A lo largo del filme, la Benemérita no sale bien parada, que digamos.

Comisario Del Valle (Eusebio Poncela en Matador, 1986)

Tipo: Ambiguo y homoerótico. Si el cine de la Transición instauró en el cine español la figura del policía corrupto y torturador (algo impensable en las décadas anteriores), Pedro Almodóvar ofreció en esta película una figura que, hasta ese momento, sólo se habrían atrevido a presentar Eloy de la Iglesia u otros kamikazes de su ralea: ¡Un policía gay! El personaje encarnado en este filme por el siempre ambiguo Poncela no llega en ningún momento a practicar abiertamente su sexualidad, pero esos planos subjetivos, con su mirada fija en los paquetes de los aprendices de torero, son pa' verlos.

Gúmer (Emilio Aragón en Policía, 1987)

Tipo: Televisivo y 'de familia'. Álvaro Sáenz de Heredia, hijo de uno de los directores insignia del Franquismo, logró en su tercera película una proeza que merece revisión inmediata: poner al vástago más exitoso del clan Aragón (por entonces, más famoso por sus andanzas como Milikito o el programa de TV Ni en vivo, ni en directo) en el papel de un madero simpático y bonachón. Tras el filme, que pasó sin pena ni gloria, Aragón logró la gloria gracias a Vip Noche y El gran Juego de la Oca. En cuanto a Sáenz de Heredia, se quedó para dirigir vehículos de lucimiento a mayor gloria de Martes y 13 y Chiquito de la Calzada.

Estrada (Antonio Resines en Todo por la pasta, 1990)

Tipo: Honesto y brutal. Antes de escoger a José Coronado como su actor de referencia para encarnar a pasmas corruptos (véanse La caja 507 y, claro, No habrá paz para los malvados), Enrique Urbizu nos mostró lo lejos que podía llegar en su primer largometraje. Un Resines aún con bigote, pero ya probadamente versátil, daba vida a un curtido policía bilbaíno dispuesto a llegar al final de un caso difícil, aunque eso implicase partir unas cuantas caras en acto de servicio. Lo peor: pese a lo mal que nos cae, Estrada es el único personaje del filme que actúa con un propósito mínimamente noble.

Torrente (Santiago Segura en Torrente, 1998)

Tipo: Racista, machista, alcohólico y del Atleti. Cuando Santiago Segura puso en marcha su proyecto de una comedia alocada con un policía corrupto de protagonista, muchos se encogieron de hombros considerándolo una excentricidad. Ahora, tras una década y media y tres secuelas, no podemos sino quitarnos el sombrero ante la genialidad de su propuesta. Mientras su casposa figura siga ofreciendo dividendos, Torrente será el personaje protagonista de la franquicia más famosa del cine español.

Txema Loigorry (Eduardo Noriega en El Lobo, 2004)

Tipo: Forzoso e infiltrado. En realidad, el personaje de Noriega en este filme (inspirado en sucesos reales) ni siquiera es policía de carrera, sino un pobre sujeto al que le cae encima un marrón de proporciones épicas: tras ser arrestado por unas conexiones políticas de nada, este albañil será obligado por las fuerzas del orden franquistas a colarse en la estructura de ETA como infiltrado. Por supuesto, cuando las camarillas policiales consideren que ya no les es útil, recompensarán sus servicios poniendo precio a su cabeza. Posteriormente, el director Miguel Courtois continuaría en la misma línea con GAL, con José Coronado repitiendo en su personaje (supuestamente inspirado en el teniente general Andrés Cassinello) y Jordi Mollà dando vida a un trasunto del comisario José Amedo.