'Galopa y corta el viento': ve la luz el amor entre un etarra y un guardia civil que Eloy de la Iglesia no pudo rodar

La editorial Niños Gratis* recupera el guion íntegro de la atrevida película nunca realizada del director de 'El pico'.
Los placeres ocultos
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Cinemanía
Los placeres ocultos

A veces la historia del cine se construye con las películas que nunca llegamos a ver, aquellas que solo hemos podido imaginar. Pienso en qué habría sido de la adaptación de El corazón de las tinieblas que planeó Orson Welles. Un proyecto rechazado por la RKO justo antes de comenzar su rodaje por demasiado costoso, político y por tanto molesto; y finalmente reimaginado por Coppola, que a su modo fue un trasunto de Welles. 

Pienso también en la película inacabada de Fellini: El viaje de G. Mastorna, el camino a través de la muerte y la creación de un chelista que llega tarde a un ensayo de orquesta. Muchas pistas de este argumento se pueden rastrear por su filmografía, e incluso llegó a rodar algunas secuencias, pero al final solo pudo ser un cómic de Milo Manara. Hasta su último aliento Fellini la consideró su siguiente película.

Ambos casos, a pesar de no ser más que proyectos ilusorios, describen como pocos la visión y la ambición que perseguían sus realizadores. Galopa y corta el viento supone algo semejante. Una película que no existe pero que dibuja lo mejor de la personalidad de sus creadores, Eloy de la Iglesia y su más cómplice colaborador, Gonzalo Goicoechea. Y a la vez, sin existir, resulta un irremediable retrato de la España de entonces.

Galopa y corta el viento estaba llamado a ser el tercer y definitivo puntal de una trilogía sobre el deseo homosexual tras Los placeres ocultos (1977) y El diputado (1978). La historia de amor que viven en un pueblo de la Guipúzcoa de los años de plomo dos personajes diametralmente opuestos: un solterón abertzale y un guardia civil recién destinado a la zona. Una tragedia al más puro estilo Pasolini, su maestro confeso.

Los placeres ocultos
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Las verdades del cuerpo

Justo en su mejor momento como tándem cinematográfico, Goicoechea y De la Iglesia perseguían, como dice Eduardo Fuembuena en su edición crítica al texto, “que la España real se impusiera sobre la oficial” (2022: 29). Y pretendían hacerlo, con toda naturalidad, abriendo sus historias de deseo al asunto más controvertido de la España de los ochenta. 

Dejando a la vista la herida más profunda de nuestra sociedad, que conocían bien al ser de origen navarro y guipuzcoano respectivamente, quisieron mezclarla con su propia experiencia en un ambiente de desconfianza constante. Se trataba, además, de una historia de amor mucho menos imposible de lo aparente, ya que según el crítico pudieron inspirarse en un atentado real del que se especuló mucho por entonces.

Nuestro guardia civil recién llegado, Manolo, no parece tener especial interés en la benemérita, sino que ha sido una salida profesional como otra cualquiera para alguien sin demasiadas oportunidades. Mientras, sabemos que Patxi ha sido seminarista y canta en el coro de su pueblo, pero todo el mundo sospecha de su homosexualidad nunca confesa. 

En casa de Patxi nos retratan a un difunto padre gudari, a una madre nacionalista que se preocupa pero calla, y a una hermana a punto de ingresar en ETA. Así, el único refugio donde Patxi puede ser él mismo es junto a Alberto, su amigo amanerado a quien a menudo él mismo menosprecia, que ha huido a la ciudad para ser algo más libre y se convierte en su único cómplice.

El pico
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El rodaje imposible

Estuvieron a punto de rodarla, pero su mirada sin filtros y pegada a la acera tenía una honestidad inadmisible, según Fuembuena, para esa industria que quería despegar de los protestones años setenta. El derroche de arrojo que suponía atreverse a hablar del terrorismo de Estado con tanta rabia como del de ETA, subrayar la hipocresía de la iglesia vasca o el silencio del nacionalismo tradicional, reflejando todas las intolerancias a la vez a través de una historia de amor, impidió que los productores se lanzasen en 1981. 

Y luego, allá por 1985, cuando el director pensaba que los nuevos tiempos políticos garantizarían una mayor apertura creativa, el proyecto sería de nuevo rechazado. “Al parecer no hay la suficiente democracia —dirá De la Iglesia en 1986— para que se pueda narrar una historia de amor entre un etarra y un guardia civil”.

Por eso es tan importante la delicada labor de rescate de la editorial Niños Gratis*, que no solo nos regala este guion inédito tan conocido en los círculos de cinefilia y a la vez tan poco leído, sino que nos ayuda a comprender el porqué de su interés a través de textos, fotos y documentos que muestran el devenir del controvertido proyecto. 

Galopa y corta el viento
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El guion va acompañado del argumento original, unas páginas urgentes escritas por Goicoechea y De la Iglesia en alguna noche de inspiración; un hermoso prólogo de un amigo de ambos, Eduardo Mendicutti, y la ya citada edición crítica de Eduardo Fuembuena que desmenuza en detalle su colaboración, su impulso creativo y las razones que finalmente impidieron su realización.

Espíritus furtivos

Galopa y corta el viento habla de lo furtivo en todas sus lecturas. La identidad escondida bajo un candado doble, el de la homosexualidad nunca confesa, y al tiempo, el de la sinrazón ideológica que encierra, señala y separa. Todos los personajes, no solo los amantes, se esconden de sí mismos ante los demás, y es la naturaleza del deseo la única forma de honestidad que queda. La verdad del cuerpo resulta, pues, irrenunciable, así como inevitable resulta aquí la respuesta fatídica de su sociedad.

Tal vez era una película imposible, desde luego marcó para siempre la carrera de Eloy de la Iglesia, al que solo le quedaba un éxito entre manos: La estanquera de Vallecas (1987). Luego, el silencio hasta ese epílogo tranquilo, ya sin Goicoechea, titulado Los novios búlgaros (2006).

“Gonzalo y Eloy estuvieron en mi vida como ejemplos estimulantes y mordaces de una manera de vivir y, sobre todo, de ejercer las narraciones de lo que entonces éramos y nos pasaba a todos, con un ímpetu y un ánimo peleón e iconoclasta que con frecuencia te hacía sentir pusilánime y acomodaticio”, dice Mendicutti.

Leer este guion es sentir a dos seres libres que se atrevían a tocar el abismo sin apenas darse importancia. Hacerlo hoy, precisamente cuando vamos para atrás en tantas cosas, provoca un inevitable rubor y una fascinación aún mayor por su arrojo. Y de fondo, esa copla que suena a armario apolillado pero a la vez a libertades inconfesables. Aunque solo hayamos podido imaginarla, Galopa y corta el viento suena a las verdades que no se pueden esquivar, a las verdades del cuerpo.

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