Dorothy Arzner: rasgando las vestiduras del Hollywood clásico

La única mujer que dirigió películas en la edad dorada del sistema de estudios de Hollywood.
Dorothy Arzner
Dorothy Arzner
Cinemanía
Dorothy Arzner

Hay retrospectivas que sirven para completar la filmografía de algún director o para solazarnos una vez más en películas que amamos. Otras, como la que la Mostra Internacional de Films de Dones de Barcelona tuvo que aplazar el verano pasado por las circunstancias que todos conocemos, nos permiten descubrir territorio inexplorado y ensanchar la mirada.

Los filmes de Dorothy Arzner, la única mujer directora que sobrevivió a la transición del mudo al sonoro y estrenó películas con regularidad en el Hollywood clásico durante década y media, entre 1927 y 1943, constituyen por si solos una prueba de que no nos lo habían contado todo sobre ese periodo. El Festival de San Sebastián ya le había hecho una retrospectiva a la cineasta en la edición de 2014.

En Hacia las alturas, una de las mejores películas que rodó Arzner, vemos una portada de periódico que anuncia que Lady Cynthia Darrington (Katharine Hepburn) será la única mujer que participe en una carrera aeronáutica alrededor del globo terráqueo. 

En la radical independencia y la sonrisa desafiante de esa mujer que prefiere los pantalones a las faldas puede atisbarse una semblanza de la misma Arzner, también una pionera que desafió las convenciones de la época para llevar a la pantalla a mujeres fuertes y resueltas, rehuyendo estereotipos, señalando también intersecciones de género y clase y dinamitando la institución matrimonial.

Una neumonía obligó a Arzner a abandonar el rodaje de la que sería su última película, el drama bélico First Come Courage, que terminó Charles Vidor. Ya no volvió a un Hollywood donde soplaban vientos de involución: a partir de entonces hizo algunos documentales para la sección femenina del ejército estadounidense y en las décadas posteriores se dedicó a la docencia —tuvo como alumno a Francis Ford Coppola, cuya compañía destila un whisky que lleva su nombre— y a la publicidad.

Su obra quedó prácticamente invisibilizada hasta que los movimientos feministas de los 60 iniciaron una labor de recuperación que a la larga sería crucial no solo para hacer emerger su figura sino también para que se preservaran las copias, en algunos casos agonizantes, de sus películas. Quienes hemos asistido regularmente a las sesiones del ciclo en la Filmoteca de Catalunya también hemos podido ver cómo en los créditos de las recientes restauraciones en 35 milímetros llevadas a cabo por el UCLA Film & Television Archive figura el nombre de Jodie Foster, quien ayudó a financiarlas.

Baila, Arzner, baila

Abiertamente lesbiana en una época en la que pocas personalidades lo hacían público, la directora guardaba con celo su vida privada. Compartió su vida con la coreógrafa Marion Morgan hasta la muerte de esta en 1971. Morgan contribuyó artísticamente a varias de las películas de Arzner, diseñando sets o coreografías, y su influencia es notoria en Baila, muchacha, baila, que hoy permanece como el filme más representativo de la cineasta.

Algunos de los filmes de Arzner arrancan con escenas que ya ponen sobre la mesa sus intenciones: al inicio de la misma Baila, muchacha, baila, las bailarinas que actúan en un cabaret donde se está produciendo una redada se encaran a los agentes de la ley, negándose a abandonar el lugar si no reciben su paga. Entre ellas está Maureen O'Hara, que más adelante protagonizará el momento más icónico del cine de Arzner, aquel en el que interpela frontalmente la male gaze de su público, mayoritariamente compuesto por hombres ávidos de bajas pasiones.

Aun teniendo que hacerle sitio a un romance algo insípido, Arzner plasmó en el filme distintas formas de sororidad femenina e invirtió ese cliché según el cual las mujeres priorizaban el amor frente al desarrollo personal y profesional, veinticuatro años antes de que Dreyer lo hiciera en Gertrud. El montador de Baila, muchacha, baila fue un Robert Wise que daba sus primeros pasos en la industria del cine, pero muchas de las películas de la directora las montaron mujeres como Viola Lawrence, Jane Loring o Adrienne Fazan.

Directora de estrellas

La misma Marion Morgan figura como montadora de Get Your Man, primera de las dos películas que Arzner rodó con la magnética Clara Bow, que arranca con una impagable ceremonia de promesa de matrimonio. Vemos al joven Robert Albin besando a su prometida Simone, todavía un bebé, y mostrando a las claras cuan antinaturales podían ser los matrimonios concertados. Lástima que se hayan perdido dos de los seis rollos de esta deliciosa comedia muda, precisamente aquellos que acontecen cuando los protagonistas se quedan atrapados en un museo de cera.

Dorothy Arzner con Clara Bow
Dorothy Arzner con Clara Bow
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Y no puede ser más contagiosa la escena que abre La loca orgía (The Wild Party), de nuevo con Clara Bow, aunque ya estemos en el sonoro. La camaradería y el desacato a las reglas del mundo y de la autoridad masculina flotan alegremente por el dormitorio del internado Winston en el que se amontonan un grupo de amigas, entre ellas la revoltosa Stella Ames (Bow).

En este filme que rebosa frescura y cambia de tono con ligereza, pese a tratarse de una muestra todavía primitiva de cine sonoro —se dice que Arzner ideó durante el rodaje lo que luego llamaríamos micrófono de girafa para lidiar con las inseguridades vocales de su estrella— también se hace patente otro tema transversal a la obra de la cineasta: lo pesados que se ponen algunos hombres cuando beben, y las licencias peligrosas que se toman, que aquí se materializan en una escena en un bar que lleva el filme casi hacia el terror y evidencia que a las mujeres todavía les quedaba mucho para hacer suyo el espacio público.

Los primeros compases de La mujer sin alma (Craig's Wife), una de las películas más singulares que dirigió Arzner, destacan no tanto por lo que muestran sino por cómo demoran la aparición de su irascible protagonista, la señora Craig a la que da vida Rosalind Russell. 

Es esta, quizá, la película más formalmente atractiva de la autora, donde la fotografía de Lucien Ballard baña de luz las estancias de una casa-cárcel desde la que Arzner llevará al otro extremo sus habituales impugnaciones del matrimonio presentándonos a una mujer que da por descontado que esto no va de amor sino de tener un espacio y una legitimidad.

Lo que en manos de otro director podría haber sido el enésimo retrato de una calculadora femme fatale deviene en una obra compleja y ambigua, casi un thriller, que se interroga por las razones de su protagonista, especialmente en una reveladora conversación de tren que Harriet Craig (Russell) tiene con su sobrina Ethel, que acaba de confesarle que, ¡oh horror!, va a casarse.

De alta graduación

Este paseo por la obra de Dorothy Arzner no estaría completo sin mencionar filmes como la cáustica Tuya para siempre (mucho mejor el título original, Merrily We Go to Hell), que es junto a La mujer sin alma la más áspera que la cineasta rodó; Working Girls, una de sus favoritas personales, que sin embargo fue despreciada y guardada en un baúl por la Paramount, o Anybody's Woman, que empieza, para variar, con una petición de matrimonio impregnada en alcohol.

La retrospectiva de la Mostra Internacional de Films de Dones se completó con una iluminadora conferencia de la crítica Marta Armengou, que repasó título por título la obra de Arzner y la puso en contexto, partiendo del momento en el que la cineasta empezó a trabajar haciendo encargos para la Famous Players-Lasky —que más adelante se convertiría en la Paramount— y se fue abriendo paso en la industria ayudando a montar películas como Sangre y arena, de Fred Niblo.

Dirigió apenas una quincena de películas y se despidió demasiado pronto, dejándonos con la incógnita acerca de qué filmes habría rodado en aquel Hollywood de los cincuenta y primeros sesenta que empezaba a desintegrarse para mutar en otra cosa.

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