¿De verdad queremos superhéroes machotes?

En los 80 y los 90, los cómics de aventureros con disfraz trataron de ponerse duros… y fracasaron en el proceso. ¿Van las películas por el mismo camino?
¿De verdad queremos superhéroes machotes?
¿De verdad queremos superhéroes machotes?
¿De verdad queremos superhéroes machotes?

Es posible que la culpa la tenga Deadpool. O, quizás, Lobezno. Pero los dos nos caen demasiado bien como para echárselo en cara. Dejémoslo en que, en general, el responsable es ese ente llamado "Hollywood". Ese ente del cual forman parte unas productoras que, tras haberse lucrado con el cine de superhéroes, aspiran ahora a una nueva forma de sacarle partido. Y esa forma es hacerlo más duro, más violento y, en definitiva, más 'para adultos'.

Si, hace algo menos de dos años, la calificación 'R' (menores de 17 años acompañados) era temida como la peste por los grandes estudios, ahora parece un santo grial. Los éxitos de Logan y de la película del mercenario bocazas (junto a los de otros títulos, como Mad Max: Furia en la carretera) han convencido a los ejecutivos de que un filme puede convertirse en blockbuster sin recibir el beneplácito de la asociación censora MPAA. Algo que debería resultar esperanzador, ya que, en teoría, trae más libertad a los creadores. Pero que, a nosotros, nos escama mucho.

Y, ¿por qué nos escama? Pues porque, veteranos como somos, vivimos ya un fenómeno similar. Sólo que, en lugar de en el cine, dicho fenómeno tuvo lugar en el mundo del cómic, entre los 80 y los 90. Y, lejos de animar el cotarro, salió tan desastrosamente mal que los superhéroes de papel aún no se han recuperado.

¿Quién vigila a los caballeros oscuros?

Para ponernos en situación, empecemos con una fecha: 1986. Ese año, Frank Miller publica en DC El regreso del caballero oscuro, el cómic brutal y distópico en el que imagina la vejez de Batman. Un año más tarde, y en la misma editorial, Alan Moore Dave Gibbons llegan aún más lejos con Watchmen. Hablamos de la obra que dejó como un trapo al género de aventureros con disfraz, dándole un baño de realismo sucio y exponiendo a sus personajes como fascistas, psicópatas y reprimidos sexuales.

Otros tebeos con el mismo enfoque, como Marshall Law (de Pat Mills, el creador del Juez Dredd) aparecieron en la misma época. Y también triunfaron a lo grande. En ellos había muertos, había palabras malsonantes, había protagonistas que se portaban como malditos bastardos y también había sexo. Es decir, justo las cosas que eran inconcebibles en un cómic de superhéroes de toda la vida. El problema estuvo en que muchos lectores, y, sobre todo, muchos jefazos de las grandes editoriales, entendieron estos tebeos justo al revés.

¿De verdad queremos superhéroes machotes?

Sin ir más lejos, Alan Moore ha declarado que, con Watchmen, no quería exponer a los superhéroes como un producto de extrema derecha, ni tampoco inocularlos de sexo y violencia. Él es más listo que todo eso, y, además, ha escrito historias memorables para Superman.  Su intención, aseguraba, era demostrar que una historia de superhéroes no puede ser 'realista' o 'adulta' sin hacerse añicos en su desarrollo. Frank Miller, por su parte, deseaba aplicarle a 'Bats' el mismo tono de cine negro que ya había empleado en sus guiones de Daredevil. Y, en el caso de Pat Mills… bueno, dejémoslo en que el sí que odia a los superhéroes.

'Madurez' de quinceañero

A resultas de esta revolución, el público más testosterónico y los editores llegaron a dos conclusiones. Los primeros descubrieron que un tebeo de superhéroes con sangre y fornicio molaba. Los segundos, que dichos ingredientes podían hacer que sus productos vendiesen más. Y los resultados no fueron bonitos.

No fueron bonitos, sobre todo, porque la aplicación de esas premisas fue muy superficial. Por citar un ejemplo, podemos remitirnos a la saga X-Men, uno de los productos donde más se notaron esos cambios. Quienes estuviesen enganchados a los mutantes a finales de los 80 recordarán (entre escalofríos de espanto) nombres como los del guionista Scott Lobdell y el dibujante Rob Liefeld. Bajo el influjo de esos creadores, los personajes acumularon masa muscular hasta el punto de la vigorexia, y empezaron a pasearse por ahí con uniformes de aspecto militar, llenos de correajes. Salvo las chicas, claro: a ellas les tocó lucir un vestuario cada vez más escaso y ajustado.

¿De verdad queremos superhéroes machotes?

Para colmo, los discípulos del profesor Xavier comenzaron a empuñar armas de fuego (¿para qué leches quiere una pistola un mutante, a todo esto?) mientras sus andanzas se volvían más ‘duras’. Pero no en el sentido en el que lo entendería un adulto, sino en el propio de un quinceañero que acaba de probar su primera birra y de explotarse frente al espejo su grano número 600.

Y, de esta manera tan triste, muchos lectores pasamos nuestros días hace dos décadas. Había excepciones (la Liga de la Justicia Internacional o la Legión de Superhéroes, por ejemplo, ambas de Keith Giffen y en DC), pero, en general, el panorama se configuraba como aquello que, hoy en día, se conoce como "la edad oscura de los cómics". La aparición de estudios independientes, como Image, podria haber aportado variedad al cotarro... si no fuese porque sus productos se limitaban a aprovechar la falta de censura editorial para sacar más sangre y más canalillos. Como testimonio cinematográfico de todo ello queda Spawn, una película de la que tal vez se acuerde alguien.

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Moraleja: no vayas de duro por la vida

Como más de un lector o lectora se estará imaginando, aquello no podía durar. Al final, el público acabó cansándose de ese 'caca-culo-pedo-pis' tan facilón, mientras los estudios agotaban sus energías en golpes de efecto (¡la muerte de Superman! ¡Batman con la espalda rota! ¡las garras de hueso de Lobezno!) e inundaban el mercado con presuntas 'ediciones de coleccionista' que acababan por valer menos que un chicle pisado. Estas fueron algunas de las razones por las cuales Marvel se declaró en bancarrota en 1996. Y, en general, el género de superhéroes inició una caída en picado de la cual acabaría por salvarlo un factor que entonces nadie tenía en cuenta: el cine.

Por supuesto, no todo en estos años fue tan horrible. Obras capitales como Sandman From Hell vieron la luz durante ese período. Además, los sellos indie nacidos por entonces han acabado cambiando de orientación y albergando colecciones memorables. En Image, sin ir más lejos, tenemos las formidables Prophet, Astro City, Sex Criminals… y una tal The Walking Dead). Pero los baches están para aprender de ellos.

¿De verdad queremos superhéroes machotes?

Y, de este bache, podemos aprender que una historia de superhéroes no mola necesariamente por sus estadísticas de huesos rotos o de piel al descubierto. Como decía Jack Kirby (ese señor que se inventó una buena parte de todo esto), la gracia del género está en que permite crear mitos. Y, añadimos nosotros, mitos cuya lectura recuerda verdades complejas de puro simples. En Superman, que un individuo corriente puede cargar con el peso del mundo. En los X-Men, que la fuerza de los marginados reside en la unión y en el afecto. En Batman, que la perfección se compra a precio de soledad. En el Capitán América, que ser leal a tu país no es lo mismo que ser leal a su gobierno. En Spider-Man... bueno, esa nos la sabemos todos, ¿no?

A partir de esto, y para resumir: la violencia y el sexo pueden sentarle bien a los superhéroes, pero sólo si sus historias lo necesitan. Deadpool es una comedia, y una comedia con chistes guarros puede ser muy divertida. En Logan, James Mangold Hugh Jackman querían darle a Lobezno una despedida a lo grande, tan salvaje como el personaje lo merece. Pero, por lo demás, subir de tono los filmes del género sería desastroso si se emplea como un mero gimmick de cara al mercado. Básicamente, porque ese mercado está compuesto por personas que se pagan su entrada. Y esas personas se cansan si notan que les están tomando el pelo.

Una cosa más, para terminar. En el caso de que los estudios (sean Marvel-Disney, Warner-DC o los que toquen) se apuntan a repetir sus viejos errores, podemos establecer un paralelismo demasiado fácil. Porque, en el cómic y en el cine, ¿quiénes son los que cometen siempre los mismos tropiezos, una y otra vez, sin aprender nunca de ellos? Los supervillanos. Y así les va. Esperamos que quienes corresponde tomen nota… aunque lo dudamos.

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