El hombre que asustó a Steven Seagal

El guionista y actor de 'El mal que hacen los hombres' es un señor educadísimo. Y también un tipo que se ha codeado con lo más selecto de Hollywood, empezando por Tom Cruise.
El hombre que asustó a Steven Seagal
El hombre que asustó a Steven Seagal
El hombre que asustó a Steven Seagal

Viéndole en El mal que hacen los hombres, la película dirigida por Ramón Térmens que estrena esta semana, cualquiera diría que Daniel Faraldo puede dar miedo. Y mucho, además: por algo le sienta tan bien ese papel de narcosicario mexicano, con hiperbólico bigotón, enfrentado a una situación más horrible de lo habitual en su oficio. Ya sólo por esto, entrevistarle merecería la pena, pero si tenemos en cuenta que este estadounidense de origen argentino no sólo protagoniza el filme, sino que también lo escribe, el interés de la charla se multiplica. Y, si además contamos con que Faraldo es una de esas personas que se han movido a gusto por los entresijos del cine, entonces la necesidad de plantearle una pregunta tras otra se multiplica: no todos los días puede uno charlar con alguien que se ha tratado de tú a tú con Lee Strasberg, Sam Shepard, Tom Cruise, George Cukor o Steven Seagal…

Pero empecemos por el principio: ¿cómo llega un ciudadano de EE UU –hispanoparlante, por lo demás- a rodar en Cataluña una película sobre narcotraficantes mexicanos? Faraldo se ríe al escuchar la pregunta: “Menuda mezcla, ¿no? Quisiera decir que lo he planeado, pero es una historia muy larga. Yo nací en Argentina, pero con 17 años quise estudiar teatro, así que me fui a Nueva York para asistir a las clases de Lee Strasberg. Entonces yo quería ser como Marlon Brando… y me enteré de que Brando no había estudiado con Strasberg, sino con Stella Adler, así que todo mi training, mi preparación, la hice con Stella. Después pasé al cine, a la TV… y mucho teatro. Tuve la suerte de estrenar Los ojos de Consuela, de Sam Shepard, una obra maravillosa”.

¿Y ese salto de Hollywood a Cataluña? “Toda esta historia previa la cuento para explicar que, tras muchos años de trabajo, conocí al director Ramón Térmens en un festival. Él vio una película mía, yo vi una película suya y empezamos a trabajar juntos. Ya llevamos tres películas juntos: empezamos en Argentina con Negro Buenos Aires [2010], después seguimos con otra totalmente catalana, Catalunya Über Alles [2011] y esta es la tercera”. “Yo tenía ganas de hacer una película sobre lo absurda que es la violencia”, prosigue, “y sobre esos personajes que no son monstruos, sino que terminan siendo víctimas de organizaciones que provocan la violencia por un interés financiero”.

Explicando El mal que hacen los hombres, Daniel Faraldo cita Esperando a Godot  y El montacargas, dos obras teatrales (de Samuel Beckett y Harold Pinter, respectivamente) muy claustrofóbicas y muy crueles que le han influido para su filme. Además de esas influencias, ¿se ha documentado a fondo sobre el mundo narco, o le ha bastado con leer los titulares de la prensa? “Yo hice dos películas en Tijuana, películas americanas, y en una de ellas teníamos como consejera a una mujer que había sido la novia de un narcotraficante. Me pasé horas haciéndole preguntas y tomando notas, ese fue el primer research, la investigación. Después, Ramón me puso en contacto con narco.com, una página de internet llena de historias horripilantes. No recomiendo su lectura…”. Todo este proceso llevó a Faraldo a escribir un personaje que no había pensado para interpretarlo él mismo (“Tal vez, subconscientemente, fuera así”, reconoce) pero al que ha acabado dando vida, y que le ha obligado muchas veces a hacer lo que llama “cambiarse el sombrero”. “Si Ramón, o Sergio Peris Mencheta [que también interviene en la película] necesitaban reescribir una escena, yo me quitaba el sombrero de actor, me ponía el de guionista y la volvía a escribir”.

Ahora bien: El mal que hacen los hombres es una película muy interesante, pero cuando uno ve que Daniel Faraldo trabajó a las órdenes de George Cukor en Ricas y famosas (1981), resulta difícil no morder el anzuelo y preguntarle por ello cuanto antes. Según relata, el autor de Historias de Filadelfia estaba ya muy mayor por entonces (“Tenía 92 años y yo 22”), pero aun así rodar a sus órdenes era una experiencia: “Fue una experiencia increíble, como encontrarte con el sueño de Hollywood: pensar que ese hombre le había dado instrucciones a Spencer Tracy y Katharine Hepburn, y me estaba dando instrucciones a mí”.

Claro que no todo en su carrera ha sido glamour: sin ir más lejos, en 1988, en una audición para Por encima de la ley, Faraldo se vio obligado a darle un susto al mismísimo Steven Seagal. Por razones profesionales, eso sí: “Steven Seagal es alto. Muy alto. Y yo muy alto no soy. Había hecho mi prueba, y el director de cásting me dijo que no podía darme el papel debido a mi estatura. Entonces Seagal me dijo: ‘Hagamos una cosa: si consigues asustarme, el papel es tuyo”. ¿Cómo respondió nuestro hombre a este desafío? “Saqué partido de mi experiencia en el teatro, y de la furia de señor bajito que llevo dentro, cogí una silla y le amenacé: ‘Dame el papel, o te parto la silla en la cabeza”. ¿Adivinan quién acabó encarnando al villano del filme? Aquello fue un jalón más en una larga sucesión de los dos tipos de papeles más habituales para un actor latino en Hollywood: "Como dice mi mujer, sólo nos llaman para hacer de cura o de gángster", señala Faraldo. Un estereotipo que, dicho sea de paso, estuvo a punto de procurarle un papel junto a Al Pacino en El precio del poder (1983). "Brian De Palma estaba interesado en mí para interpretar a Manny Ribera, el amigo de Tony Montana. Me llamó para una audición, la grabó en vídeo... y finalmente le dio el papel a Steven Bauer". Eso que se perdieron en Miami, oigan. 

Las anécdotas que cuenta Daniel Faraldo parecen no tener fin. Sin ir más lejos, nos habla de cómo su amistad con Armand Assante le llevó a conseguir un papel en Yo, el jurado (1982), y a conocer así la obra del autor de novela negra Mickey Spillane, otra de las influencias de El mal que hacen los hombres . Pero hay otra cosa que queremos saber, y es cómo fue la experiencia de trabajar junto a un Tom Cruise postadolescente en Ir a perderlo… y perderse (1983). Durante el rodaje de aquella comedia teen, estaba claro que aquel chaval de 21 años no era un chico como los demás, para lo bueno… y para lo no tan bueno. “Se le notaba que iba a ser una gran estrella, y creo que él estaba convencido de que iba a serlo porque tenía un ego bastante, bastante grande”, señala Daniel Faraldo. “Era un chico muy raro: yo tuve la suerte de hacerme amigo suyo y de charlar con él a menudo, aunque ya estaba rodeado por un séquito con agentes de prensa y todo lo demás. Todavía no se había unido a la Cienciología, y podía mostrarse bastante abierto. Hablaba sobre su novia de entonces, una chica muy guapa que a veces iba a visitarle al rodaje, y sobre su intención de rodar todas las películas que pudiese hasta los 40 años, y después retirarse, algo que dudo mucho que haga ahora… Después le llegó la fama y se cerró sobre sí mismo, como un caparazón”.

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