[Crónica Cannes 2013] Algo huele muy mal en China

'A Touch of Sin' sacude el festival con su retrato durísimo y violento de la sociedad china. Por NANDO SALVÁ
[Crónica Cannes 2013] Algo huele muy mal en China
[Crónica Cannes 2013] Algo huele muy mal en China
[Crónica Cannes 2013] Algo huele muy mal en China

¿De qué se habla en Cannes hoy? De que al parecer los chinos –quizá el propio Xi Jinping, o alguien en el Ministerio de Asuntos Exteriores, o algún patriota exaltado… alguien– han elevado una queja formal al Festival de Cannes por la falta de mas películas chinas en el certamen. En realidad, su queja tiene sentido: A Touch of Sin, de Jia Zhangke –es la única representante del país en la competición– deja el país a caer de un burro.

¿Qué hemos visto? En la competición: 1. A Touch of Sin es la más brutal y descarnada de las películas del auteur chino. Si en su cine previo Jia meditaba acerca de las complejidades y contradicciones que el proceso de modernización de China conlleva, aquí directamente retrata el país como un nido de mafiosos, asesinos, violadores, putas y suicidas. Una película violenta como ella sola. 2. Le Passé, de Asghar Farhadi: el nuevo drama del director iraní funciona a todos los efectos como un complemento de la oscarizada Nader y Simin: una separación. En ella, Farhadi vuelve a situarse en el epicentro de una familia y a tejer una red de secretos y mentiras que demuestran cómo, a veces, la gente decente es capaz de hacer cosas horribles. El resultado, que funciona de nuevo casi como un thriller narrado con precisión milimétrica, está casi a la altura de aquella magnífica predecesora.

En paralelo. The Congress, de Ari Folman. En su nuevo trabajo, el director israelí mezcla acción real con el mismo estilo de animación rotoscópica que ya usó en Waltz con Bashir (2008) para dar vida a un extrañísimo y delirante relato de Stanislaw Lem: una actriz decide ceder su imagen a una productora para no volver a ponerse ante las cámaras nunca más. Eso, al menos, es la premisa. A partir de ella, Folman nos ofrece una ida de pelota en toda regla, un guirigay de temas, ideas y fantasías subconscientes tan hermoso como críptico, tan desastroso como fascinante.

¿Con quién has hablado? Con François Ozon. Como es costumbre en él no ha dicho gran cosa. Ha confesado que durante la adolescencia lo pasó muy mal, sobre todo a causa de las constantes peleas con sus padres, pero no ha especificado.

¿Qué has comido? Desde el último contacto, un bocata de queso y jamón cocido + Coca-Cola Zero (8 euros), unos contramuslos de pollo con tabulé (cocinados en casa) y, esta mañana, leche con cereales.

¿Qué esperas de la jornada de mañana? Arnaud Desplechin, uno de los mejores directores que tienen en Francia, presenta su nueva película, en la que Benicio del Toro interpreta a un indio americano esquizofrénico tras la Segunda Guerra Mundial –qué miedo da eso–. Y hablando de locos, Alejandro Jodorowsky presenta fuera de competición su nueva película, La danza de la felicidad, que el director define como “una autobiografía imaginaria”. Promete ser todo un viaje.

Cannesometro. En espera de que esta tarde se presente para la prensa Like Father, Like Son, de Hirokazu Koreeda, de momento Le Passé ha obtenido la ovación más cerrada del certamen. Cualquiera que sea cónyuge o padre o hijo o haya sido alguna de esas cosas –que levante la mano quien no se dé por aludido—tiene que sentirse identificado con la colección de pequeños trapos sucios que Farhadi pone sobre la mesa.

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