Por qué 'Call Me By Your Name' no debería ganar el Oscar

Luca Guadagnino ha encandilado con su película sobre el despertar sexual de un joven de 17 años, pero sus ganas de ser deseada no acaban de convencernos.
Por qué 'Call Me By Your Name' no debería ganar el Oscar
Por qué 'Call Me By Your Name' no debería ganar el Oscar
Por qué 'Call Me By Your Name' no debería ganar el Oscar

Después de arremeter contra La forma del agua, Lady Bird, Tres anuncios en las afueras, Déjame salir, El instante más oscuro o Dunkerque, le ha llegado el turno al relato romántico de Luca Guadagnino. Puedes leer nuestra crítica de Call Me By Your Name, pero aquí vamos a repasar todo lo que no nos convence de una de las películas más idolatradas de esta edición de los Oscar; ten un disco de Sufjan Stevens a mano para aliviar las heridas.

"Su perfección tiene algo de provocadora. Como si te incitara a desearla", dice en un momento de Call Me By Your Name el padre de Elio a Oliver mientras están observando una serie de fotografías de esculturas de Praxíteles. Aunque son otras las imágenes y secuencias que han quedado marcadas en la retina de la corte de fans del filme de Luca Guadagnino, tal vez esa frase encapsule con precisión exacta la extraña paradoja e irritante cualidad que encierra, a la postre, la película: su constante incitación a querer ser deseada. Sin duda algo fallaría en un trabajo sobre los ajustes y desajustes del deseo que esquivara precisamente esa cuestión, pero la manera en que transmite sus ganas (incluso ansias) de ser deseada tal vez pueda despertar ciertas suspicacias. Las enumeramos a continuación.

¿Entiendes lo sublime?

Por qué 'Call Me By Your Name' no debería ganar el Oscar

Call Me By Your Name es una película sobre el paraíso del primer amor, pero también un largometraje que ahonda en la belleza como concepto a través de la exaltación stendhaliana de las formas apolíneas –ese desvanecimiento del yo frente al misterio de lo bello–, y en el deseo como actualización del amor íntimo homosexual que encontrábamos en la tradición helénica (el ensayo "Classical Desires in ‘Call Me by Your Name’ (dir. Luca Guadagnino 2017)" de Benjamin Eldon Stevens es más que revelador en este aspecto).

Nada en contra de esos placeres, si no fuera porque en la película parecen sólo reservados a unos pocos privilegiados capaces de entender esos códigos en torno a lo sublime, nos indica el relato de Call Me By Your Name una y otra vez, replicando, todo sea dicho, el abanico referencial de la novela de André Aciman de 2007. Más que divagación sobre el deseo, por tanto, Call Me By Your Name parece querer centrarse en dos personajes cuyo capital cultural se transmuta en objeto de deseo.

Frío como el mármol

Por qué 'Call Me By Your Name' no debería ganar el Oscar

De Heráclito a Heidegger –"Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos", reza la sentencia de Heráclito que aparece de manera fugaz en la cinta, a colación de una conversación sobre el filósofo alemán y en un plano que muestra la portada del libro que recoge los fragmentos del pensador presocrático– hay algo de erudición indolente y algo snob en la manera en que Elio y Oliver se comunican entre sí. Como si esas diatribas en torno a la etimología de la palabra albaricoque –que alude a la precocidad sexual del joven Elio–, que acaban por ser los vínculos que poco a poco acercan a los amantes, sean también los muros que encierran a los protagonistas en una pluscuamperfecta burbuja autocomplaciente.

Es un baile de seducción intelectual, elevado y al mismo tiempo apenas táctil, que encuentra un paralelismo en las sucesivas imágenes de estatuaria griega a través de las cuales Guadagnino vehicula el erotismo homosexual latente, desde los títulos de crédito a la escena que sigue a Elio y Oliver alrededor de una estatua vallada. De nuevo es un recurso muy bello, pero tan frío como el mármol –y a pesar de que nos encontramos en pleno estío del ochenta y algo– del que se sirvió Miguel Ángel para la Capilla Sixtina.

Revista de diseño

Por qué 'Call Me By Your Name' no debería ganar el Oscar

La autocomplacencia sobre la que se sostiene Call Me By Your Name la encontramos también en la manera en que Guadagnino se recrea en el fastuoso dolce far niente que sirve de escenario de este amor prohibido. La excepcional villa de la Lombardía –a unos kilómetros de la exclusiva zona del Lago de Garda– en que tiene lugar el romance veraniego de los jóvenes podría interpretarse como un locus amoenus trasladado del repertorio de tópicos literarios al ámbito de lo audiovisual si no fuera por la excesiva fascinación del director de Yo soy el amor (2009) por los espacios de decoración aristocrática, cuyas tomas acaban siendo más adecuadas como portada de una revista de arquitectura y diseño que de un largometraje per se, por mucho que ponga en escena la exquisitez ideal del primer enamoramiento.

La fotografía de Sayombhu Mukdeeprom –DP de Apichatpong Weeresathakul– capta la sensualidad de los veranos italianos, pero Guadagnino transforma esas estampas en postales de anuncio, en imágenes aspiracionales de experiencias pasadas.

Alabanzas 30 años tarde

Por qué 'Call Me By Your Name' no debería ganar el Oscar

El gran hándicap al que se enfrenta este retrato de un despertar sexual en medio del paraíso de efigies griegas bañadas en zumo de albaricoque radica en que James Ivory, guionista de Call Me By Your Name, ya trabajó este conflicto dramático, y quizá con más acierto, en Maurice (1987), película que celebró su 30 aniversario precisamente en 2017. En esa cinta, adaptación de la novela homónima de E.M. Forster y protagonizada por James Wilby, Rupert Graves y Hugh Grant, el cineasta de Berkeley desplegaba con gran sensibilidad no sólo la cuestión del amor LGTB en un contexto de represión, sino las marcadas diferencias de clase que separaban los vínculos afectivos de cada uno de los personajes, en un relato bastante más cercano a las tribulaciones sentimentales de los comunes mortales.

La cinta de Guadagnino sin duda remite a esa delicada propuesta, ninguneada en su momento, y nos hace pensar en la obra actual como una especie de actualización de la primera. Porque tal vez el profesor Perlman sea un trasunto de Maurice dando lecciones de vida a las nuevas generaciones, en lo que aparece como una bonita imagen de transmisión emocional y de justicia poética. Sea como fuere, sí parece que tiene números para ser recompensada –mínimamente–, porque todo apunta a que Ivory suba al escenario del Dolby Theatre para recoger el Oscar al mejor guion adaptado. Eso sí, 30 años más tarde de firmar la que quizá es su mejor obra.

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