[Berlín 2019] 'Temblores': Dios no quiere a los gays en Guatemala

Jayro Bustamante vuelve a Berlín tras 'Ixcanul' con un drama sobre la homosexualidad en planos cortos
[Berlín 2019] 'Temblores': Dios no quiere a los gays en Guatemala
[Berlín 2019] 'Temblores': Dios no quiere a los gays en Guatemala
[Berlín 2019] 'Temblores': Dios no quiere a los gays en Guatemala

"¿Crees que esa enfermedad me va a dar a mí?", le pregunta el hermano pequeño a la hermana mayor. "Puede ser –contesta ella–. Solo le da a los hombres". "¿Y es mortal?", insiste él, asustado. Esta magnífica secuencia a los pies de una cama infantil resume a la perfección lo que Jayro Bustamente quiere contar en su nueva película, un retrato de la superchería religiosa de las clases altas guatemaltecas –de cualquier país, podríamos decir– ante la homosexualidad declarada de uno de los suyos.

Temblores, que participa en la sección Panorama –tres días en Berlín y sigo sin entender a qué criterios responde una y otra sección– arranca con una tormenta de verano y con una estampa familiar. Padre, madre, hermanos, cuñados y esposa esperan sentados, serios y quietos en el salón de la finca a que llegue Pablo –estupendo Juan Pablo Olyslager– y les niegue lo que ya todos sospechan: que es homosexual. Él los esquiva y se encierra en su habitación a llorar bajo las sábanas de su cama, en un anticipo claro de lo que luego vendrá. Y es ahí donde Temblores gana en originalidad, al ser, no tanto el retrato de la nueva vida de Pablo, enamorado, feliz, sino de la lucha en opresivos planos cortos que su familia emprende para recuperarlo.

Si el año pasado le tocó a la clase alta paraguaya con Las herederas –que, por cierto se estrena la semana que viene en España–, en esta ocasión son las familias ricas guatemaltecas las que reciben un escarmiento. Sus intentos de recuperar al hijo descarriado van de inofensivas cintas de autoayuda al más puro estilo de la Sección Femenina, a conseguir que le despidan del trabajo, a separarle de sus hijos con una orden judicial y a amenazar a su amante sin ningún miramiento. "¡No sea humanista!", le dice a Pablo su esposa en un momento de la película como si fuese un insulto. Pero una vez más, Temblores se desmarca de lo que podríamos esperar y apunta lo obvio, que el triunfo del conservadurismo beato y recalcitrante de esta familia –como de tantas otras– no está en convencer a su hijo con duchas frías de que la homosexualidad es un pecado, de que es la tentación que hay que rechazar, una enfermedad de los cromosomas. No, el triunfo es que él, a pesar de estar enamorado y ser consciente de que es gay, tenga tan inculcados esos principios familiares, que sea incapaz de cambiar, de ser feliz sin sentir la culpa. En definitiva, de ser él mismo sin el peso de lo que su familia quiera que sea.

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