Tres películas muy recomendables y muy francesas del Atlàntida Mallorca Film Fest de Filmin

Para que no se nos acuse de galofobia, nos zambullimos en Atlàntida y salimos a la superficie con tres películas para cantar La Marsellesa
Night Ride
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Cinemanía
Night Ride

Hasta el 26 de agosto, se celebra en la plataforma Filmin una nueva edición del Atlàntida Mallorca Film Festival a la que puedes acceder a través de aquí. Estas son nuestras recomendaciones más francesas de la programación.

Night Ride’, de Frédéric Farrucci: La noche es noir

Hay que criticar duramente la costumbre de titular en inglés las películas francesas, que Francia está al otro lado de los Pirineos y el Reino Unido queda un poquito más lejos, eh. Night Ride se llama en realidad La nuit venue, y este es el primer largo de Fréderic Farrucci, todo un descubrimiento que hasta la fecha sólo había dirigido un puñado de cortos y documentales, desconocidos en la meseta. 

La noche es la de París, y en ella descubrimos a nuestra querida Camélia Jordana (antes de contarnos historias en la mayúscula Las cosas que hacemos, las cosas que decimos), ejerciendo de improbable stripper y de bellezón camuflado entre sombras.

La película puede recordar a Boi (2019), el ambicioso debut del barcelonés Jorge M. Fontana. Si Boi era la historia de un atormentado conductor de VTC que soñaba con ser escritor, y que surcaba las calles de la ciudad condal para acabar viéndose envuelto en los turbios negocios de unos inquietantes clientes orientales, La nuit venue es la historia de un conductor de VTC chino (el desconocido, pero muy carismático Guang Huo), que sueña con convertirse en Dj, aunque vive encadenado a su deuda con las triadas, que lo obligan a conducir por casi nada. La uberización de la economía, pero pertinentemente mezclada con el “peligro amarillo”.

Si los paisajes urbanos de Boi venían con música de El Guincho, que no estuvo por la labor de hablar sobre su implicación en la película, aquí la música electrónica, que rima con las luces nocturnas de la circunvalación parisina, corre a cargo de Rone, que se ha entregado en cuerpo y alma a la película, hasta el punto que brinda un cameo cuando los protagonistas acuden a uno de sus conciertos, y se ponen ciegos de éxtasis. 

Sin duda, La nuit venue es todo lo que Boi hubiera querido ser. Un thriller tan elegante como subyugante, en gran parte gracias a la suntuosa fotografía de Antoine Parouty –nominado al César por Adolescentes (Sébastien Lifshitz, 2019)–, y también gracias a la vistosa selección de vestuario, y al mismo tiempo un thriller que, curiosamente, opta por dejar la violencia fuera de campo, manteniendo sin embargo la tensión hasta el final. Una estrategia bastante inusual en tiempos de violencia rutinaria.

Quizás Farrucci no sea Melville, ni Johnnie To, aunque puede recordar algún clásico especialemente melvilliano de Milkyway como aquella imborrable One Night in Mongkok (2004), de Derek Ye, destacado obrero de la factoría To. En cualquier caso, La nuit venue es sencillamente impecable.

‘Louloute’, de Hubert Viel: Tiempo de vacas

Las vacas no pueden parar de reír y de triunfar –First Cow, de Kelly Reichardt, entre las películas del año, Cow, el documental de Andrea Arnold en Cannes...–, y ahora lo que podría ser la inevitable nueva película sobre la Francia vaciada, como la notable Pequeño país, que por cierto también acaba de aterrizar en Filmin, sin relación con el festival. Pero Louloute es otra cosa. Para empezar, sale Laure Calamy. Y una película con Laure Calamy, SIEMPRE es otra cosa.

Actriz luminosa, que también hemos visto trabajar con Mouret, y que SIEMPRE está de impagable buen humor, y lo contagia, aquí es la madre de la protagonista, y tiene hasta su momento de baile, siempre de agradecer, al son de Tout le monde s’amuse, de Agathe et les Regrets, memorable hit de 1984, época en la que se desarrolla buena parte del filme. 

En la actualidad, Louloute, encarnada por Erika Sainte –un poco Jane B., faceta irritantemente neurótica (ojo al guiño a La pequeña ladrona, protagonizada por Charlotte Gainsbourg)–, es una profesora de Historia algo desequilibrada preñada de somnolencia. En el pasado, aquellos maravillosos años 80, Louloute todavía vivía con sus padres y sus hermanos en una granja de Normandía. Pero...

La infancia, esa arcadia feliz, está narrada entre un cierto ternurismo muy francés y un ambiente de fábula con toques siniestros, que contagia toda la película, es decir las dos épocas –los 80 y el presente— gracias a la maravillosa fotografía de Alice Desplats (y de nuevo al vestuario), que ya había colaborado con Hubert Viel en sus dos anteriores largos, los por aquí desconocidos Les filles au Moyen Âge (2015) y Artémis, coeur d'artichaut (2013).

La verdad es que se nos ha despertado muy fuerte la curiosidad ya que Viel demuestra una enorme sensibilidad, tanto en lo emocional como en lo estético -amén del siempre complicado trabajo con los niños-, en esta aproximación a una familia golpeada y desgarrada por la crisis, asfixiada por las irresolubles presiones y penurias debidas a la transformación de la economía, un tema que no nos es para nada extraño, y que aquí se aborda con inusual ligereza. 

Otro gran descubrimiento de los atlantes que, por su elevadísimo grado de delicadeza (bien entendida), podría acabar en la órbita del Mikhaël Hers de Amanda y de la Hansen-Løve de Maya, dos hitos recientes en lo que se refiere a “exfoliar lacrimales”, como dijo el poeta. Sólo para corazones inteligentes.

‘La tercera guerra’, de Giovanni Aloi: Antiterroristas

También reseñable, y muy francesa, es esta segunda película del italiano Giovanni Aloi rodada en París, que podría pasar por la versión anémica de nuestros queridos Antidisturbios, la masterpiece de Peña y Sorogoyen. En una como en otra, se trata de acercarnos a cuerpos policiales que no gozan, de entrada, de la simpatía del público. En este caso, son esos militares que patrullan el París post-Charlie Hebdo, con chalecos antibalas astronáuticos, boina roja y el fusil mirando hacia abajo, y que no van a intervenir más que en casos de terrorismo, por mucho que se crucen en su camino camellos y carteristas, o que una mujer reciba paliza. Impotencia versus disciplina, o la incongruencia de ir vestido de camuflaje mientras apatrullas el asfalto.

Así, La tercera guerra podría ser el contraplano de L’époque (2018), el impresionante documosaíco, un prodigio de montaje, que mostraba el estado de sitio que siguió a los atentados a partir de los testimonios de los jóvenes que recorren la noche parisina. En esa tercera guerra contra el terrorismo, a la que alude un título, que podría ser polisémico (están los que protestan, aunque esos son para los antidisturbios), el protagonista, el todavía muy joven y acaso prometedor Anthony Bajon –descubierto por Cédrick Kahn para la interesante El creyente–, ha escogido el uniforme. 

Y ya podemos suponer a qué se reduce un uniforme destinado a pasear por las calles de su propia capital, con la única esperanza de que aparezca algún musulmán enloquecido con un cuchillo entre los dientes, para poder coserlo a balazos en nombre de la República. La radical inacción siempre lleva a fantasear con la acción más extrema.

El vacío inherente a cualquier tarea de vigilancia, Aloi sabe envasarlo con la mayor eficacia posible, apoyándose en la excepcionalidad de una situación nada habitual, al menos desde los años de plomo de Carlos y conpañía. El hastío acaba invadiendo, bastante rápidamente, al espectador en un exceso de empatía, y el problema que este puede llegar a plantearse es en qué medida necesitaba esta ducha de hiperrealismo. 

Más allá de la nada en la que viven inmersos, física, espiritual e intelectualmente, los cuerpos de seguridad, está obviamente el tema de la paranoia resultante, el miedo mientras nada ocurre, que se acaba convirtiendo en el secreto anhelo de que algo ocurra, y conduce, evitable o inevitablemente, a una posible pérdida de papers, como las que se dan o amenazan en la película.

Todo esto está en la película, pero quizás no sea motivo de celebración. Los placeres que nos depara La tercera guerra, ciertamente implacable en su planteamiento, aunque no por ello menos previsible, son más bien pocos, y consisten en reencontrarnos con dos grandes como Karim Leklou, al que no veíamos desde la brillante El mundo es tuyo (Romain Gavras, 2018), y la siempre adorable Leïla Bekhti, ambos excelentes actores que no tienen aquí un papel demasiado agradecido. El primero no es más que un fanfarrón con gran corazón que pasa las navidades solo, y ella la oficial que trata de ocultar su embarazo mientras está en el proceso de ganar galones.

En absoluto desdeñable, La tercera guerra tiene el handicap de hacernos pasar un mal rato, para revelarnos cosas que ya sabíamos y que igual estamos demasiado cansados para volver a recordar. Sí, terrorismo crea una paranoia de inseguridad idónea para monitorizar una sociedad en la que podemos llegar a ser marionetas a punto de reventar. La Marsellesa, por cierto, suena aquí más rara y dislocada que nunca. Los caminos del ejército son insondables.

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