‘La apariencia de las cosas’: pasar miedo con Amanda Seyfried en Netflix es mejor de lo que parece

Pulcini y Springer Berman, la pareja de ‘American Splendor’, ofrecen una casa encantada donde, además de los ojazos de Amanda Seyfried, brillan ricas intertextualidades.
Amanda Seyfried en 'La apariencia de las cosas'
Amanda Seyfried en 'La apariencia de las cosas'
Anna Kooris/NETFLIX
Amanda Seyfried en 'La apariencia de las cosas'

Me acuerdo de cuando Robert Pulcini y Shari Springer Berman, que llevan casados desde 1994 (y tienen un hijo adoptado llamado Antonio), causaron sensación en Sundance con American Splendor (2003), aquel originalísimo antibiopic sobre el creador de cómics autobiográficos Harvey Pekar, que lanzó a Paul Giamatti. Metacómics transformados en un artefacto bastante único en la historia del cine.

No se puede decir que les haya ido superbien desde entonces (las subsiguientes Diarios de una niñera, Casi perfecta o The Extra Man no causaron conmoción alguna), tanto es así que todavía se les recuerda como “los realizadores de American Splendor”. 

En cualquier caso, Netflix ha querido incorporarlos a su nómina de realizadores de prestigio para llevar a la pantalla el bestseller de Elizabeth Brundage La apariencia de las cosas (Duomo)*, empresa de la que han salido mejor parados de lo que parece, al menos para cualquier mitómano del río Hudson, ese que desemboca en Nueva York, e irriga lo que uno de los personajes llama “el país de Washington Irving”.

Podríamos decir que La apariencia de las cosas tiene una ambición estética de marca blanca (o roja), y que incluso sucumbe a la tentación del irritante plano de coche que va por la carretera a vista de dron. Desmerece, sobre todo si la comparamos con la maravillosa –al menos en su excepcional primera parte– Madre! (Darren Aronofsky, 2017), con la que guarda similitudes argumentales: una joven pareja se muda a una casa solitaria, en la que empiezan a pasar cosas raras. En ambos casos, aquí James Norton, allá Javier Bardem, él, el marido, es gilipollas, y tiene la culpa de todo lo que pasa.

Historia de un matrimonio

Ya hemos visto que, a lo largo de todos estos años, a los Pulcini les ha ido regular en lo artístico, mejor no preguntar por qué han escogido este proyecto para tratar de reverdecer laureles. Igual estamos ante otra terapia de pareja en diferido. Sea como fuere, no cabe duda de que uno de los puntos fuertes de la película es la solvencia de la pareja protagonista.

La apariencia de las cosas
La apariencia de las cosas
Netflix

James Norton (Mujercitas) está más que convincente en su papel de estúpido repeinado con encanto, que arrastra a su mujer a una Universidad exclusiva donde ha conseguido una plaza como profesor de Historia del Arte, y Amanda Seyfried, que dicho sea de paso era lo mejor de Mank (por humanizar con su brillo irresistible, en aquel ya mítico paseo nocturno por Sant Simeon, a la starlette Marion Davies, que pasó a la Historia reducida al humillante nombre de un trineo), vuelve a tener los ojos más grandes del mundo mientras incorpora a la bulímica restauradora de arte, que lo deja todo para contentar el marido, y acaba “vomitando su matrimonio” en el retrete.

Estamos en 1980, con Jimmy Carter en la Casa Blanca y los iraníes acaparando titulares en la prensa. Han pasado 20 años desde que Betty Friedan denunció “the problem with No Name” en La mística de la felicidad (1963), pero el modelo del ama de casa suburbana abandonada en el hogar sagrado, mientras el marido se va a trabajar (y tiene aventuras), sigue más que vigente. Se impone, claro, una lectura feminista, y más cuando la película se apuntala en un sugerente diálogo con el pasado, recordándonos de paso que, en EE UU, ese sigue siendo un tema que está sobre la mesa de la cocina. El propio Trump se declaraba nostálgico de esa estampa tradicional.

American Gothic

Podríamos decir que los sustos de La apariencia de las cosas no dan miedo, que en ningún momento nos hacen saltar del sofá, y que los Pulcini no pasan de barajar los clichés de casa encantada. Pero la película no sólo se inscribe en la tradición del American Gothic, que identificamos con el cuadro homónimo de Grant Wood (1930) –citado en el filme a través de una película parecida–, y que remonta, claro está, a Washington Irving, en lo que a ficción se refiere, sino que también aporta su propia reflexión sobre el lado oscuro de EE UU.

La apariencia de las cosas
La apariencia de las cosas
Netflix

Aunque la película se rodó mayoritariamente en los condados de Dutchess y Ulster, que quedan sólo un poco más al norte que el de Westchester, donde Irving aposentó los fantásticos fundamentos de la literatura americana con los relatos La leyenda de Sleepy Hollow (ya saben, el jinete sin cabeza) y Rip Van Winkle (sobre un campesino que se queda dormido durante años, y despierta después de la Guerra de Independencia), queda claro que el ficticio pueblo en torno al que se desarrolla, Chosen, está en la zona del valle del Hudson, por las montañas de Catskill.

Irving fue también un pionero en la colonización del condado de Westchester por la clase alta que huía de la insalubre Nueva York para refugiarse en la campiña, donde jugar a convertirse en afectados gentleman-farmers, lo cual no es baladí en la conexión de la soledad del ama de casa con las raíces fantásticas de la literatura americana que la película ejemplifica con ricas intertextualidades que sin duda debemos a la novela de Brundage. Dicho de otra forma, el cine de fantasmas siempre resulta adecuado para hablar de un mal con raíces en el pasado lejano.

La escuela de Hudson

El personaje de James Norton llega a la ficticia Universidad de Saginaw como especialista en la escuela de Hudson, es decir aquellos paisajistas románticos que ilustraron la idealizada colonización de la zona por la casta neoyorquina, encabezados por Thomas Cole (cuya obra es revisitada por los alumnos de Norton en una excursión al MET), y a la que también estuvo ligado George Inness (1825-1894), “el padre del paisajismo americano”, cuyo cuadro El valle de la sombra de la muerte, ligeramente reinterpretado, cobra un inusual protagonismo en la película.

El valle de la sombra de la muerte, de George Inness
El valle de la sombra de la muerte, de George Inness
Cinemanía

Siempre a partir de la novela, la película se construye desde la relación de Inness con la obra del no menos real, aunque pueda parecer lo contrario, Emanuel Swedenborg (1688–1772), científico que acabó dedicándose a la especulación religiosa y teosófica en base a nuestra supuesta relación con los seres espirituales (almas, ángeles y demonios) a través de la naturaleza, interpretando la fe cristiana de manera heterodoxa, y llegando incluso a fundar una Nueva Iglesia, que tuvo sus seguidores en Europa.

El descubrimiento de la obra de Swedenborg, que se produjo en 1851, durante una visita a Florencia (Italia), influyó muchísimo en Inness, que se convirtió a su religión en 1868. Un año antes pintó El valle de la sombra de la muerte, que es el único cuadro superviviente de una serie de tres titulada El triunfo de la Cruz (la versión de la película del cuadro bien podría ser uno de esos dos cuadros perdidos) y versada sobre el viaje de aquellos peregrinos que llegaron a la tierra prometida, y de abundancia, que sería EE UU, para fundar una nación más pura que la vieja y corrupta Europa. La masculinidad tóxica la trajeron los peregrinos.

Aparente conclusión

No es poco, en definitiva, lo que ofrece La apariencia de las cosas, un condensado de la esencia americana, enraizada en el puritanismo, que relega la mujer a un lugar secundario, alejado de las tentaciones de la ciudad. Aunque la realización puede parecer demasiado prosaica, marca de la casa, y no gana para sustos, la película culmina, sin ánimo de spoilers, en algo tan poco transitado por el cine como es desaparecer en un cuadro, concretamente en esa versión de El valle de la sombra de la muerte, que F. Murray Abraham, decano universitario en el film, describe como “un alma en su transición al Más Allá”.

Y además, también salen alpacas, como en la infravalorada Color Out of Space, con la que también se podría trazar algún que otro paralelismo. ¡Alpacas!

Pequeña nota al pie:

* En otros países de habla hispana la película se estrenará como Cosas escuchadas y vistas, traducción literal de Things Heard & Seen, su título original, que no es de la novela, All Things Cease to Appear. Por una vez y sin que sirva de precedente, la versión española está en sintonía con el título del libro.

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