[58FICX] 'Se escuchan aullidos': la idea de un lago en bicicleta

Julio Hernández Cordón encomienda a su hija la búsqueda del desaparecido lago de su infancia en un hermoso ejercicio de cine hecho con lo puesto 
'Se escuchan aullidos'
'Se escuchan aullidos'
'Se escuchan aullidos'

"Mi papá cuando era niño quería ser ladrón o espía", dice Fabiana Hernández Guinea, la hija preadolescente del director Julio Hernández Cordón, que protagoniza esta película sobre los lugares de la infancia mexicana de su padre. En cambio, Hernández Cordón acabó siendo un cineasta indómito y de guerrilla. Lo cual le requiere similares adrenalina y capacidad de reacción que las profesiones soñadas en su infancia, al trabajar prácticamente sin medios y filmando al vuelo.

El director de películas como Te prometo anarquía (2015) o Cómprame un revólver (2018) posee una de las voces más atrayentes e inclasificables del cine latinoamericano actual, con títulos suelen abrirse a una constelación de evocaciones y siempre ofrecen historias cautivadoras contadas con inusual frescura. En Se escuchan aullidos se aleja de los ambientes de violencia criminal y narcotráfico con un relato de mirada íntima y análisis autobiográfico donde, no obstante, no faltan los arañazos de fantasía con una mujer lobo o un fantasma de los de sábana por encima del cuerpo.

La idea del proyecto la explica el propio Hernández Cordón al inicio del filme. Irá con su hija Fabiana a Texcoco, el municipio donde pasó parte de su infancia, sobre la superficie urbanizada de lo que fue el gran lago del valle de México. Allí, ella recorre en bici distintos lugares de la zona, como el campus de la Universidad de Chapingo donde estudió su abuelo, apropiándose de los recuerdos de su padre e incorporándolos de manera personal a su propia experiencia, en ocasiones recreando algunas de las diabluras juveniles del director o recitando las líneas de diálogo que él mismo le susurra al oído dentro del plano. 

Francisco Barreiro interpreta a varios personajes, del padre del director a policías, guardas y otras figuras de autoridad con las que Fabiana se va encontrando como en un cuento de hadas, mientras le impiden el paso y la libre circulación por la zona. Porque Se escuchan aullidos es también un manual sobre el arte de saltar vallas y deslindar caminos; rebelarse contra las limitaciones. Un poco lo que viene haciendo el cine de Julio Hernández Cordón desde siempre.

Esta, como otras de sus películas, se rodó durante una sola semana, con presupuesto ínfimo y un equipo tan reducido como entregado. Es perceptible cómo las escenas se van creando sobre la marcha, permitiendo que el registro documental de la zona, sus habitantes y fantasmas, agriete una ficción que en sí misma ya es dramatización de recuerdos. 

Nacido en EE UU, criado a caballo entre México, Guatemala y Costa Rica, el desarraigo de Hernández Cordón lo lleva a recuperar los lugares de la infancia como la auténtica raíz que lo amarra a lo más parecido a la tierra firme, aunque sea alambrada sobre el espectro de un lago. Algo que se convierte en un gesto hermoso cuando da pie a construir una emocionante complicidad paterno-filial en el alba de la adolescencia.

Así, Se escuchan aullidos supone un breve reposo íntimo y doméstico dentro de una filmografía que tras el empujón enérgico de Cómprame un revólver se dirige a estratosferas muy locas donde hay proyectos con vampiros, sacrificios humanos y dance hall. Aunque lo deseara de pequeño, "nunca fui un delincuente" dice Hernández Cordón citando (imagino) a El Columpio Asesino. Pero de algo puede estar convencido: su cine siempre es de maraca loca y piano ardiente.

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