CINEMANÍA nº253

Tim Burton
CINEMANÍA nº253
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EL CABALLERO OSCURO

1 CRÓNICAS BURTONIANAS. Tardaron un tiempo en tomárselo en serio. Incluso después de convertir su primera película, La gran aventura de Pee-Wee, en un éxito de taquilla y, más difícil todavía, en una película de culto, Tim Burton tuvo que seguir aceptando encarguitos de esos que hoy justifican capítulos de biografías. Imagináoslo, a mediados de los ochenta, mitad Houdini, mitad Victor van Dort, el novio (cadáver) de su película de 2005, con el ansia desatada por volver a dirigir, con su cartapacio lleno de proyectos lóbregos e ilustraciones que ponían los pelos de punta en Disney, vestido de negro esperando que Warner volviese a confiar en él tras atreverse a lanzar al estrellato mundial al personaje televisivo de Paul Reubens.

Cómo andaría de canino el joven Burton para meterse a dirigir un capítulo de los remakes en versión ochentera de Alfred Hitchcock presenta… Pues sí, The Jar (El tarro) era una nueva adaptación de un capítulo sesentero sobre un relato de Ray Bradbury y que el propio Hitchcock presentaba desde dentro de una botella. Apoteosis de las hombreras y del debate sobre el valor del arte moderno, la pieza, protagonizada por el entonces aupado al estrellato Griffin Dunne, era un guiño constante a ¡Jo, qué noche!, la comedia circular con la que Scorsese había dirigido al actor de aquel momento. Un artista con bloqueo creativo encuentra un tarro con un cuerpo extraño sumergido en un líquido viscoso que se convierte en la sensación de una exposición, porque ejerce una extraña influencia sobre el que se detiene a mirarlo fijamente. Eso es exactamente lo que nos pasa con las películas de Tim Burton. Con su rostro, incluso. Con su pelazo, también. Aunque a nosotros no nos entran ganas de matar a nadie como en aquel capítulo que Hitchcock despedía sin acabar de explicar cómo había logrado salir de la botella y en el que Tim Burton dejaba claro que ninguna corriente estética iba a acabar con él jamás.

2 GOTHIC ATTACKS! Tardamos en tomárnoslo en serio también nosotros. En su época de Batmans, marionetas y gafas tintadas de visionario, los caballeros del cómic no se llevaban tan oscuros, ni los alienígenas tan cachondos (¿no son los Minions una deriva adorable de sus extraterrestres en Mars Attacks!?) ni las pesadillas lucían tan terroríficamente bien antes de Navidad (qué peliculón produjo, vaya caramelito para Henry Selick, aunque nadie le recuerde y todos creamos que es de Burton). La culpa es nuestra, no le entendimos bien y hoy vemos que acertó desde el principio. Y eso que incluso todavía encuentra censores pelmazos que sólo se atreven a reivindicar su Ed Wood. Pero aquí está, liberado, cultivando con clase su actual perfil bajo, con su eterna tensión no resuelta con la Academia de Hollywood, separado de Helena Bonham Carter, con la que formó lo más parecido a la familia Addams real, arrepentido de buscar otro final para honrar a los simios (quizá su gran error), y dispuesto a volver a pinchar su canción fetiche, el It’s Not Unusual de Tom Jones (y Carlton Banks), en cuanto nos demos media vuelta. Hay quien dice que nos debe todavía una película de terror serio, como si Eduardo Manostijeras no tuviese material gótico suficiente como para revestir la catedral de Burgos. Este tipo no pasa de moda.

3 ANTI FAHRENHEIT. Burton ataca de nuevo con Eva Green en El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares, la adaptación de un bestseller juvenil en un mes en el que disfrutamos de suficientes adaptaciones al cine de libros de éxito descollante como para desalentar a los antibomberos de Fahrenheit 451. Armas de doble filo, estos bestsellers en pantalla abren un dilema pedestre pero acuciante: alientan la curiosidad de revisita a ya historias conocidas u ofrecen un respiro a los vampiros del tiempo perdido para ventilar en un par de horas lo que suele costar más de 300 páginas. Su minusvalorado universo para Charlie y la fábrica de chocolate; esa oda al arte de contar historias que fue Big Fish, su versión de Alicia... y hasta su reinterpretación de El planeta de los simios de Pierre Boulle, son películas que podrían haber coronado nuestra lista de novelas que leímos en el cine. Se quedó fuera una de mis favoritas: El tambor de hojalata; y, ahora, tengo pesadillas pensando cómo sería el pequeño Oskar si Tim Burton, ahora que ha dejado de comerse el tarro, se hubiese animado a coger su tambor.

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