CINEMANÍA nº 323

Las 100 mejores películas de los 80, protagonistas del nuevo número
Cinemanía

1. OCHENTA. Las madres y los padres de los que fuimos niños en los años 80 tenían un chollo con el cine. Con la mirada de hoy, podría pensarse que quizá eran más egoístas, pero en realidad no eran tan sobreprotectores. Tampoco la oferta era la misma: no había un superhéroe o un gran filme animado todos los viernes de estreno como hoy, en que los niños son los que escogen

Una en verano, otra en Navidad, y listos. Ni la animación era tan autoconsciente de que podía ser el plan de adultos y pequeños a la vez. Ni aquellos progenitores estaban demasiado dispuestos a llevarte a verlas. Al menos los míos. Les aburrían los dibujos animados, todo lo que oliese a película infantil. Así que, igual que en casa veías lo que echasen en la primera cadena o el UHF y cuando salían los dos rombos te mandaban a la cama (con uno el tema era más negociable), al ir al cine, un niño veía lo que iban a ver sus padres. Y punto. Incluso contra la opinión de la taquillera o el portero que rasgaba las entradas, que finalmente apelaban a la responsabilidad de los mayores. 

En los 80 me tragué muchos tostones y alguna que otra peli que no era adecuada, ni yo estaba preparado para ver. Pero aquellas películas iban por delante de mí, y yo no iba a dejar que escaparan así como así. Aquel esfuerzo, que hoy veo con viejuna nostalgia, era precisamente el que un chaval estaba encantado de hacer para 1. Hacerse mayor cuanto antes, objetivo claro, y 2. Contarle a sus amigos la película antes que nadie, que era lo que más nos gustaba en la vida. Lo que seguimos haciendo los periodistas cinematográficos. Así salimos como salimos los niños que crecimos en los 80. Por culpa del cine.

2. Oír, ver y callar. Para una persona que fue por primera vez a un cine en 1978 a ver Grease y Superman, tanto monta monta tanto, en dura pugna en mi memoria por ocupar la pole position, el cine de los 80 supuso una etapa de formación cinematográfica y sentimental. No había muchas más cosas, podrán decirme. Y tendrán razón. 

Al acto social de ir al cine, un uso extendidísimo y barato, una costumbre vital asociada al ocio en la calle e incluso a la vida de barrio (cines de todos los precios y tipos de películas, en casi todas partes), se añadía la programación de TVE, con una oferta hoy revolucionaria (cine clásico en prime time, ciclos de cineastas, La clave), y se completó con el advenimiento del vídeo: aquellos armatostes que parecía naves espaciales cuando desplegaban el cajetín para la cinta abrieron camino a la cultura del videoclub

Con estos tres factores, los 80 fueron una gran ventaja para los cinemaníacos, que lo pudieron ser de forma natural. Los cinéfilos posteriores tienen más mérito: si no han tenido madres y padres aficionados al cine o amigos y formadores que les guíen, las generaciones modernas han forjado su camino solos y tienen que hacer más esfuerzo para seguir viviendo el cine.

3. 5-5. De mi loca selección de 20 películas para la gran lista de los años 80, varias quedaron fuera de las 100 escogidas. Y ahí encontré una curiosa frontera: las que vi en los 80, y las películas de los 80 que descubrí después. Y tengo un empate vital. Vistas en mi niñez escogí la película que me marcó: salí del cine haciendo tijeretas y lambretas sin balón por la calle como Pelé y Ardiles en Evasión o victoria (J. Huston, 1981). 

Mi amada Gijón, ciudad de mi madre, era protagonista de Volver a empezar (J.L. Garci, 1982), primer filme español que ganó el Oscar y primera ceremonia que gozamos (en diferido). Carros de fuego (H. Hudson, 1981), El submarino (W. Petersen, 1981) y Uno rojo, División de choque (S. Fuller, 1980), estas dos últimas en cines de reestreno (otro concepto perdido), me impresionaron para siempre. 

De adulto descubrí que el genio Ettore Scola dirigió el mismo año, 1989, con Troisi y Mastroianni, ¿Qué hora es? y Splendor. Elegí la primera, las dos me valen. Flipé con Atlantic City (L. Malle, 1980), El rayo verde (É. Rohmer, 1986) y Spinal Tap (R. Reiner, 1984), y acabé volviendo en círculo, como en ¡Jo, qué noche! (está en las 100: es otra de las pelis que hoy un padre no llevaría a ver a su hijo pequeño, como sí me pasó a mí) a mi pasión por Evasión o victoria, con otra mirada al fútbol como la de Último minuto (P. Avati, 1987). Evasión segura, empate final.

P.D. Ofrecemos el mejor regalo cinemaníaco para este agosto en que aumentamos el precio de la revista por el alza del papel: pasatiempos inéditos para refrescar nuestro amor al cine.

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