[58FICX] 'Lluvia de jaulas': las otras Buenos Aires también tienen quien las filme

Abanderado del recién bautizado cine plebeyo, César Rodríguez hilvana un ensayo de guerrilla que honra y reivindica el barrio como trinchera de clase.
Fotograma de ''Lluvia de jaulas'
Fotograma de ''Lluvia de jaulas'
Fotograma de ''Lluvia de jaulas'

A poco que uno siga la monumental lista de experiencias cinematográficas que Roger Koza recopila cada diciembre con esmero en la Internacional Cinéfila, a partir de los votos de un amplio espectro de críticos, programadores y cineastas, sabrá que Lluvia de jaulas es una película importante. Sobre todo para la crítica argentina, que ha saludado la mirada revulsiva con la que su director, César Rodríguez, explora tensiones y entornos hasta ahora poco frecuentados por los cineastas que han filmado la ciudad de Buenos Aires. Cabe empezar este texto con un voto de humildad, puesto que si Rodríguez emplea las herramientas del ensayo fílmico de guerrilla para interpelar al lugar en que vive y a quienes viven a su alrededor, la lectura que pueda hacer de la película alguien que jamás ha pisado Argentina estará inevitablemente condicionada por ello.

Al mismo tiempo, el haber pasado gran parte de este año encerrados ha acrecentado la sensación de que los presentes que se nos filtran a través de las pantallas son uno y el mismo, aunque sucedan a miles de kilómetros de distancia e incluso si hacen referencia a tiempos distantes. Viendo los primeros planos de la película, que registran parte de un trayecto en metro, en el subte, quien esto escribe no pudo evitar trasladarse al estallido de octubre de 2019 en Chile, que se originó por la subida de los precios del metro y culminó hace apenas un mes con el referéndum que derogaría la Constitución de Pinochet. Poco después, Rodríguez registra el terremoto que tiene más cerca filmando una manifestación de las pibas, cuya multitudinaria revuelta ha puesto las reivindicaciones feministas —la más urgente, el derecho al aborto— en el centro del debate público argentino.

Pero hablemos del filme. Si en Lluvia de jaulas hay algo parecido a un hilo conductor, son los trayectos de un muchacho entre el opulento centro de negocios de Buenos Aires y el lugar donde vive, la villa Carlos Gardel, donde también nació César Rodríguez. De la fricción entre centro y periferia, entre los que poseen y los desposeídos, brota el crudo lirismo de una película que no imposta la voz ni se apiada de aquellos en quienes se posa el objetivo de la cámara, los vecinos del director al fin y al cabo, sino que se limita a mirar y a hacer anotaciones, quizá como las que el mismo Alan Garvey, el joven paseante, toma en una libreta durante esas excursiones durante las que, como nos dice en off: “Pienso. Luego soy turista en mi ciudad”.

Rodríguez salpica la película de citas, a modo de sugerencias para dialogar con las imágenes, y es aquí donde se percibe un halo godardiano: no en vano, el mismo director le contó a Roger Koza en esta entrevista que fue a través de Godard que descubrió una cita de Marx que luego incluiría en el filme. También el disruptivo montaje, que se apropia de imágenes tomadas por la policía o yuxtapone con audacia el ritual de consumir algo de nieve entre varios muchachos con vistas fugaces de una cordillera cubierta de blanco, contribuye a tejer un recorrido de asociaciones, casi onírico, enriquecido por un atmosférico trabajo sonoro. Puede que a quienes tengan todavía reciente El año del descubrimiento también les resuenen, como un eco, las duras reflexiones que hace allí uno de sus protagonistas sobre crecer antes de tiempo.

La pandemia del Covid-19, de rebote, ha puesto en cuestión hasta qué punto nos pertenecen las calles: donde terminan la previsión y la prudencia y empiezan a perderse derechos. Ninguna arquitectura ni distribución urbana es casual en su forma de reproducir las diferencias de clase, y sobre esto también trata Lluvia de jaulas. En ocasiones, Alan Garvey oculta sus ojos tras unas gafas de sol que remiten a las que permitían descifrar las consignas del statu quo en Están vivos, el cuento de ciencia-ficción admonitoria de John Carpenter. Hoy, sin embargo, la apisonadora del sistema ya ni siquiera disimula.

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