The Last Diamond

Al arrancar, la cuarta película de Eric Barbier, The Last Diamond, no huele a nada: se nos desarrolla, con cierta desgana, la preparación del robo de una joya y un encuentro que, nos hacen intuir, supondrá un enamoramiento. Tendrá que pasar la primera media hora inicial para que nos demos cuenta de que lo anterior solo era el mínimo calentamiento indispensable, que estamos ante un ejercicio de género impecable y, por tanto, que no se nos ofrece nada nuevo (aún así, como cantarían los Rolling Stones, nos gusta). En este suspense de tinte clásico, del que afortunadamente se evitan las sorpresas y los giros de guión constantes, podemos comprobar paso a paso las vicisitudes de rodar en esta clave. Se nota que lo importante para el director es mantener el interés (cosa que consigue con una vuelta de tuerca, la única que se permite, a la hora de metraje) y combinarlo con una historia de amor accesoria entre Bérénice Bejo e Yvan Attal. Pero esto último son nimiedades al servicio del mecano: si sumamos, lo que consigue Barbier es notable. Sin artificios y con mínimos engaños, el cineasta francés se lo toma a conciencia y las artimañas para escaparse con el diamante se afrontan con un brío constante y la sensación de un compromiso total con el público. Se nos plantea ese honesto “déjese ir, que yo le llevo con lo que estoy contando” que escasea tanto en nuestras salas, cansadas de directores que se creen muy por encima de su película o, peor aún, de su talento.