The Host

Que una monster movie de las de toda la vida pueda verse sin ironía, con el corazón en un puño y derrochando adrenalina a la vuelta de cada escena es una sorpresa y un mérito incontestable. Que al margen de su triunfo en el enclave del subgénero se erija en cine de alto calibre, en estos tiempos de películas demagógicas y discursos sociales insignificantes, es ya un acontecimiento con todas las letras y debería ser una cura de humildad. The Host no es Tiburón ni es Godzilla. No es la una porque en el cine, como en la vida, hay momentos irrepetibles, y no es la otra porque es mucho más.

The Host tampoco supone ni un antes ni un después ni se quiere tal, y es, en esa inmediatez, en su frescura y en su austeridad de ambiciones donde radica su triunfo. Y lo mejor es que también subyace la lectura política, la de esa Corea del Sur tomada por destacamentos yanquis, una lectura incómoda y obvia en los molotovs de su último tercio, pero nunca antepuesta al propósito del entretenimiento. No hay ambages que valgan, prima el monstruo atlético, el lance de guión y la emoción pura y dura. Lo político es poso y nunca panfleto, como ha de ser. Tras su Crónica de un asesino en serie, Joon-ho Bong se certifica un realizador honesto y capaz de narraciones diáfanas y vitaminadas, enriquecidas por apuntes de neorrealismo que sobre el papel se dirían desbarros, pero que sobre la marcha funcionan como condimento exacto. Y habría que hablar del reparto que encabeza Kang-ho Song (protagonista de la inolvidable Sympathy For Mr. Vengeance), oscilante en lo tragicómico, sin quiebros, y del aspecto magnífico de la criatura y de escenas antológicas como el vómito de huesos. Pero baste decir que algo muy grande tendría que irrumpir para desbancar a The Host como mejor monstruo del siglo XXI. 

RUBÉN LARDÍN