Sobran las palabras

La vida duele, pero el vacío todavía más, nos dice esta película de título certero (por una vez, congratulémonos), y póstuma para un actor que se hizo grande a través de la pequeña pantalla con un personaje que jamás permitiría que le partieran el corazón sin tomarse cumplida venganza. Sin embargo, caprichos del destino, este lamento a pecho descubierto probablemente sea lo último que recordemos del gran James Gandolfini, a quien ya se le vislumbraba el sentimiento, y la quiebra derivada, en las largadas con la doctora Melfi y en el paternalismo destilado hacia sus pequeños y cabrones vástagos. Tony Soprano fue un mito dramático generacional, como lo fuera poco antes Elaine Benes con Seinfeld y la comedia de situación. Sobran las palabras no es deconstructivista ni renovadora, pero la directora y guionista Nicole Holofcener (Amigos con dinero, Encuentros en Nueva York) la cuenta con su habitual sinceridad y un plus de precisión y elegancia –hay pocos realizadores capaces de resolver las videoconferencias en Primerísimos Primeros Planos sin recursos como aquí lo hace ella–. Y es que de lo que nos habla esta neoyorquina de mudanza en Los Ángeles (eso sí, un L.A. familiar, de barrigas y chanclas) es de la confianza, y de las segundas oportunidades. Y de cómo un silencio, una ventaja, puede romper el corazón del otro. Tanto como por lo que es, la película vale por lo que significa. 

VEREDICTO: Gandolfini se aleja y nos deja el corazón partío.