Perdida

Las apariencias engañan y mientras tanto las palabras pasan desapercibidas. Nick (Ben Affleck) posa junto a un cartel de su esposa Amy (Rosamund Pike), la mujer a la que está buscando ¿desesperadamente? Donde pone “missing” leemos “desaparecida”. En realidad lo que hay es un “echando de menos” como una casa. Tan grande como ésa que compran los matrimonios cuando planean formar una familia juntos, compartir una vida y –los anglosajones tienen esa manía– borrarse los apellidos de soltera de la biografía.

Perdida juega tanto con la percepción del espectador que todo esto podría parecer una conjetura más, una teoría elaborada deprisa y corriendo por algún comunicador tan sensacionalista como los que comentan el caso en esta historia. Pues bien, no la descartes del todo, porque si el coco de Gillian Flynn, la autora del libro cuya adaptación cinematográfica también ha escrito, es la mitad de retorcido que el de sus personajes, la investigación tiene que valorar cualquier posible pista que se vaya encontrando.

Si se acepta que David Fincher tiene dos grandes obsesiones, el poder y el suspense, puede que con Perdida haya conseguido una síntesis perfecta de ambas. Moviendo los hilos y dosificando la narración con pulso de relojero, el director manipula al público de tal manera que sólo queda rendirse a sus pies. “Oh, Rey David, sorpréndenos otra vez más si puedes, una vuelta de tuerca tuya bastará para inquietarme”.

Se comparará Perdida con Se7en y El club de la lucha por sus alucinantes giros finales, más que nada para intentar encontrarle un equivalente, situarla en un contexto y aplacar la ansiedad que genera no saber en qué lugar nos deja Fincher. Error enorme. Lo que entonces eran trucos de guión puntuales, estupendos y efectivos, en esta película se encadenan uno detrás de otro. Debería resultar tan irritante como contemplar a un mago sacándose pañuelos de la boca, las orejas y las mangas durante dos horas y media, pero este despliegue de ingenio está al servicio de una historia que de puro entretenida que es camufla la profundidad de su verdadera naturaleza. Otros hacen reflexiones sobre el matrimonio, la decepción y el engaño con planos larguísimos de gente mirando al infinito, pero Fincher no es de ésos. Pecado o crimen, da igual, aburrir es algo que le parece imperdonable, así que, aprovechando los raíles con los que hace esos inconfundibles movimientos de cámara, sube a sus personajes en una montaña rusa con loopings, cambios de eje y hasta saltos al vacío que te harán preguntarte si eso se puede hacer en una película.

Y para rematar la jugada, no es el único salto sin red de Perdida, que aporta un personaje que entra por derecho en la galería del mal infinito; actualiza a Wilder y Hitchcock y devuelve mejoradas referencias tan pedestres como Mujeres desesperadas, Una novia sin igual, La guerra de los Rose, Durmiendo con su enemigo…