Líbranos del mal

David Bernal

ESTE CUENTO DE TERROR, en el que los monstruos llevan alzacuellos y las víctimas son niños inocentes, ya nos lo contó Almodóvar en La mala educación. Pero aquí da mucho más miedo porque todo es real: el Padre Oliver O’Grady confesando, con una escalofriante naturalidad, que le ponen los niños mientras, maldito azar, uno se cuela en plano; la cínica complicidad de la Iglesia, que lo ocultó durante treinta años (imagen de marca manda); las vidas rotas de sus víctimas, Nancy o Adam, que son como los niños de El orfanato, es decir, espectros sin voz ni voto; o la devastadora culpabilidad de los padres por haber dejado entrar al lobo en la guarida. Con un equilibrio admirable, Amy Berg saca a la luz la punta del iceberg del famoso escándalo de pederastia de la Diócesis de Los Ángeles con un trabajo, impecable e implacable, que, aparte de testimonios únicos, ofrece datos perturbadores y va al origen de un problema de dimensiones bíblicas. Todo ciudadano iluminado por el don de la razón y la sensatez debería verlo (con el peligro de morir ahogado en su propia bilis). Que Dios les pille confesados.