La última aventura de Robin Hood

La vida sexual de Errol Flynn más que para una película daría para una serie de cinco temporadas. Sólo vivió 50 años, pero fueron suficientes para dejar un reguero de escándalos, leyendas urbanas e incluso memorabilia, como aquel trozo de bañera que rechazaba Travis Bickle en Taxi Driver. Glatzer y Westmoreland –cosas del calendario, estrenan también el mes que viene Siempre Alice– se quedan con el último capítulo amoroso de la biografía de este aventurero empedernido.

Con el foco puesto en su relación con Beverly Aadland, una de tantas actrices que rellenaban las coreografías multitudinarias del Hollywood de los grandes musicales, La última aventura de Robin Hood en realidad es más romántica que escandalosa. Poco importa que el galán crepuscular sedujera a una chica de 15 años –”es que aparenta 18”, repiten todos como un mantra–, porque lo que entre los dos hubo fue genuino amor. Eso es al menos lo que los directores pretenden que creamos, porque lo único que vemos es a un estupendo Kevin Kline clavando a un Errol Flynn devorado por el personaje y a una guapísima y resabiada Dakota Fanning, secundada por Susan Sarandon en el ingrato papel de madre-proxeneta de la corista. La estrucutra de este biopic episódico es tan rutinaria como el de otros títulos metacinematográficos recientes –Mi semana con Marilyn, Hitchcock o Al encuentro de Mr. Banks– y, lamentablemente, su apariencia resulta tan de cartonpiedra como en aquéllas.