El Veredicto

El clásico aforismo “la justicia es ciega, la venganza tiene ojos de lince” es el nutriente básico que tonifica los músculos del cine jurídico y hasta la cordillera del western. Y más western que otra cosa es esta película, edificada sobre el “solo ante el peligro” que sufre su protagonista, un ejecutivo intachable al que un delincuente arrebata a su mujer e hija. La tragedia se vuelve kafkiana cuando, por un error judicial (una mísera firma sin echar), el asesino queda en libertad y nuestro hombre subsana el fallo a su manera. Western, claro está, a la belga y no a la americana, por lo que al director Jan Verheyen no le tienta convertirse en el Elia Kazan de El justiciero, ni disfrazar a su antihéroe con los harapos del cine fascista setentero made in USA.

Aquí la cámara se mueve con zapatos de ante, sin pisar minas, truculencias o flashbacks excesivos, pero igualmente sin encontrar demasiados tréboles de cuatro hojas en el camino. En una esquina tenemos al prota y su abogado (espléndido Johan Leysen) y, en el lado de los malos, al fiscal de rasgos batracios, a la defensora “raspa” y al ministro colérico. Y nosotros, sentados en el banquillo con la papeleta moral en la mano. Pese a su frialdad, El veredicto contagia su olor a tapicería de juzgado, a límites éticos y a circo mediático. Su único pero, que el título evoca cierta obra maestra de Sidney Lumet y Paul Newman…