El castillo de cristal

La periodista Jeannette Walls decidió escribir un libro sobre sus años de niñez y adolescencia en el seno de una familia excéntrica, disfuncional y nómada como terapia para reconciliarse con su pasado. Un libro que, como buen bestseller, llega ahora a la gran pantalla, aunque para alivio de la autora y los espectadores, el director Destin Daniel Cretton evite por todos los medios hollywoodizar a la poco convencional familia Walls.

Como ya hiciera en su anterior colaboración con Brie Larson (el aplaudido drama indie Las vidas de Grace), Cretton conmueve sin

necesidad de explotar el potencial sentimentaloide al que se prestan las relaciones paternofiliales en el cine (léase, De padres a hijas). Para ello, confía un guion de miradas y silencios a un elenco capitaneado por Larson, en el papel de Jeannette, y un brillante Woody Harrelson, como padre idealista a lo Captain Fantastic consumido por su alcoholismo. La turbulenta relación entre ambos es el hilo conductor de la película: un amor que se nutre de la admiración y el respeto durante la más tierna infancia de la protagonista, pero vadegenerando en rencor y vergüenza a medida que pasan los años.

El castillo de cristal es una turbadora carta de amor y dolor, a veces más próxima a los tour de force de Agosto (solo falta Meryl Streep levantando la ceja), otras al tono feel good movie de Pequeña Miss Sunshine. Y no hay mejor reconciliación posible.