Crítica de 'Sick of Myself'

Nadie nos había preparado para que la victimización fuese una manera de construir una identidad nueva y exitosa. Sin embargo, basta un vistazo rápido a Instagram o TikTok para convencernos de la certeza de este axioma. Este es el tema de fondo de Sick of Myself, una hermosa película de terror tan deliciosa por fuera como pútrida por dentro. 

La ópera prima de Kristoffer Borgli nos confronta con Signe (Kristine Kujath Thorp en un papel al alcance de muy pocas actrices), una joven que necesita ser el centro de atención. Esta peculiaridad convive mal con la fama recientemente adquirida por su novio en el arte contemporáneo, mundo que Borgli describe sin piedad y con mucha gracia como la burbuja especulativa y vacua que es en la mayoría de los casos. Signe anhela esa atención que él recibe y de una manera enfermiza se convence de que la mejor manera de conseguirla es desfigurando su rostro.

Aunque la premisa nos zambulle en el body horror y Sick of Myself es en gran parte la repulsión que nos produce observar una cara descomponiéndose, Borgli se cuida de contrarrestar esta apuesta con una dirección y un montaje sumamente elegantes, con música clásica y una Oslo exquisitamente fotografiada que emparenta el filme con una de las grandes sorpresas noruegas recientes, La peor persona del mundo. A Signe, todo sea dicho, ese título le venía al pelo.