Crítica de 'Los ojos de Tammy Faye'

Completos desconocidos aquí, Jim y Tammy Faye Bakker fueron en los años 70 y 80 estrellas del televangelismo estadounidense. Empezaron con un programa de marionetas cristianas y acabaron montando un conglomerado empresarial que incluía programas de televisión y el tercer parque de atracciones más grande del país por detrás de Disney World y Disneyland. En el 87, Jim Bakker fue acusado de haber silenciado a golpe de talonario a una joven que lo acusaba de violación, cuestión que atrajo la atención de la Hacienda americana a sus cuentas. 

El resultado, retransmitido por la pareja entre lágrimas y flagelación, fue una condena de 45 años de prisión para Jim Bakker por defraudar a sus feligreses 158 millones de dólares. Su historia de fehacientes estafadores es tan fascinante como la personalidad de ella, Tammy Faye, su extravagante maquillaje, su aparente inocencia y su postura progresista hacia los homosexuales y los enfermos de sida.

Por todo ello, es fácil imaginar a Jessica Chastain con el símbolo del Oscar en las pupilas embarcándose como productora y actriz en Los ojos de Tammy Faye, un biopic que cumple religiosamente todos los clichés del género y a base de empastar la estética kitsch de los Bakker satura al espectador. Algo parecido sucede con la esforzada interpretación de Jessica Chastain, que salió premiada en San Sebastián. Curiosamente, a su lado brilla en la piel de Jim Bakker un mucho más recatado Andrew Garfield.