Aladdin

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Aunque es ancha la distancia entre Broadway y el East End londinense, el cine de gánsteres de Guy Ritchie, de una coreografía sucia y repleta de ese dinamismo que marcó el cambio del siglo XX al XXI, no parece tan alejado de cierta idea de musical. El cine se define por el movimiento de los cuerpos en un espacio/tiempo, en cualquier género de relato, por lo que la idea de que el director de Snatch se hiciera cargo del live-action remake de Aladdin, por muy disparatada que parezca, cobra algo de sentido. Otra cuestión ya es, sobre la peculiaridad de ciertos compañeros de camino, si podemos hablar de autorías, de decisiones adecuadas o de aciertos.

Porque como ha sucedido con las superproducciones de la última década, Disney ha fichado para sus adaptaciones live-action a nombres rutilantes más o menos prestigiosos, con más o menos tirón –de Jon Favreau a Tim Burton, Kenneth Brannagh, Marc Foster y ahora Guy Ritchie– para que pongan algo de orden y pedigrí al nuevo giro estético que le están dando a su catálogo; un lustre que pasa por transformar el dibujo analógico en la suma de actores “reales” en fondos de hiperrealidad digital. Y tras El libro de la selva, La cenicienta, La Bella y la bestia y Dumbo, entre otras, en la estrategia de evocar el pasado de gloria tocaba ahora remodelar otro de los hitos del período del Renacimiento Disney, Aladdin (1992), que convirtió el exotismo de Las mil y unas noches en un pastiche musical dominado por la locuacidad payasa de Robin Williams, el genio de la película, y por la partitura de Alan Menken, Howard Ashman y Tim Rice. ¿Cómo traducir, así pues, ese coqueto espíritu camp del primer Aladdin en un filme igual pero diferente, sujeto a la estricta iconografía del archivo Disney y al mismo tiempo lograr algo espontáneo y renovador?

Nadie sale indemne

Ningún ejercicio que mire al pasado deja indemne, ni para los creadores ni para los espectadores, y aún menos es este tipo de experimentos de reciclaje de recuerdos. En el caso de Aladdin por Guy Ritchie, no hay duda de que su trabajo intenta hacer resucitar un producto deificado (ese Aladdin de hace 25 años), y su propuesta, que perezosamente puede leerse como de una pereza total, tal vez sirva de reflejo para evidenciar lo inútil de este revivalismo conservador que nos está imponiendo Disney.

El Aladdin de Ritchie peca de un feísmo tan abrumador que podría parecer hasta intencionado, entre el cartón piedra de las películas de aventuras y la imagen digital que se facturaba en 2002. Además, pone en escena un nada desdeñable matiz esquizoide del cine actual, que guarda relación con la poca pericia de las grandes corporaciones a la hora de enfrentarse a su legado y metamorfosear las formas de lo antiguo en algo nuevo, y que también responde a la necesidad imperiosa de agradar a un público hiperatomizado, imposible de categorizar. Hay algo doloroso de ver en Aladdin y no es tanto la película hipercodificada y desdibujada que finalmente es, sino su condición de mejor peor espectáculo de nuestra nostalgia. Verdadero dolo

Valoración:

FICHA TÉCNICA

  • Director:

    Guy Ritchie

  • Género:

    Fantástico, Romance, Musical, Aventura

  • País:

    Estados Unidos

  • Sinopsis:

    Revisión del clásico de dibujos animados de Disney. Aladdin (Mena Massoud) es un ladrón enamorado de la hija del Sultán, la princesa Jasmine (Naomi Scott). Sin embargo, ella no tiene ojos para él, por lo que tendrá que acudir a Jafar (Marwan Kenzari) para conseguir una lámpara mágica que le concederá todos sus deseos. Cuando frota el objeto surge el Genio (Will Smith). Este será solo el comienzo de unas largas aventuras.

  • GUIÓN: Guy Ritchie, ohn August

  • VEREDICTO: El peor mejor espectáculo de nuestra nostalgia.

  • DURACIÓN: 128 min.

  • DISTRIBUIDORA: Disney

  • ESTRENO: 24/05/2019

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