La mejor serie sobre la cultura de la cancelación
The Morning Show, en Apple TV
Llega la segunda temporada de The Morning Show y, aunque pega un bajón considerable frente a la primera, no vamos a desperdiciar la ocasión de recomendar la serie a aquellos que no la conozcan. Con Jennifer Aniston y Reese Witherspoon como productoras ejecutivas, The Morning Show recorre los pasillos de un programa matinal de una cadena de televisión estadounidense en la que uno de sus presentadores es “cancelado” por abuso.
La primera temporada, de hecho, era la historia de la cancelación de este carismático presentador (Steve Carell) y de las consecuencias que ello tenía en su longeva pareja profesional (Jennifer Aniston), grieta por la que se colaba el personaje de Witherspoon, una reportera de la América profunda que conquistaba a los espectadores con su espontaneidad y su gracejo.
Los mejores personajes de la primera temporada continúan en la segunda (entre ellos, los interpretados por Billy Cudrup o Mark Duplass), siendo este uno de los alicientes para verla. Otro, es su mirada hacia la cultura de la cancelación, que admite tantos matices que es una sorpresa que haya salido de la fábrica de lo woke. Sin embargo, y aunque la segunda temporada tiene algunos capítulos que mantienen el nivel de la primera, no podemos decir lo mismo de todo el conjunto.
Mi libro favorito hecho película
El olvido que seremos, en Netflix
“Además, de mi papá aprendí algo que los asesinos no saben hacer: a poner en palabras la verdad, para que esta dure más que su mentira”. Dice así Héctor Abad Faciolince en El olvido que seremos, ese verso de Borges convertido en uno de los libros más hermosos que se han escrito, el recuerdo de su padre Héctor Abad Gómez, su intento de salvarlo del olvido. Este médico de manos torpes y ancho corazón estaba convencido de que la medicina se practicaba en la calle, en los barrios, descubriendo por qué y de qué enfermaba la gente, y dedicó parte de su vida a que el agua corriese limpia por Medellín, potable, y también la leche, para que los niños dejasen de morir de diarrea y desnutrición.
Héctor Abad Gómez, el profesor, fue acusado de marxista por su atención a los más pobres, aunque, cuenta su hijo, confundía a Hegel con Engels. Más adelante, la izquierda lo criticó por burgués tibio que no estaba de acuerdo con la lucha armada. Acabó muriendo en el fuego cruzado de la guerra colombiana el 25 de agosto de 1987.
Como Carta a una sombra, El olvido que seremos parecía imposible de adaptar. Por eso, lo primero que cabe destacar de la adaptación cinematográfica de El olvido que seremos es la encomiable labor del guionista David Trueba. El director de Vivir es fácil con los ojos cerrados aglutina los recuerdos de Abad Faciolince en dos tiempos: la niñez y los días próximos al asesinato de su padre –momentos que su hermano Fernando Trueba fotografía en color y blanco y negro respectivamente; parece obvio por qué invierte la convención–, urdiendo situaciones, reflexiones e impresiones del escritor sin solución de continuidad. El pasado, tan colorido, sirve para conocer al papá adorado y al médico entregado al pueblo: las piedras a la familia Manevich, la visita del doctor Saunders (ese cameo sorprendente de Whit Stillman) o la muerte de la hermana (quizás el fragmento, una pieza musical, que más desentona con el resto).
Los días en blanco y negro recrean la creciente presencia de la muerte que va acechando a los Abad Faciolince según el patriarca se va exponiendo más y más públicamente. Su nombre aparece en listas, los cadáveres se van amontonando en las calles y los noticiarios. Fernando Trueba resuelve el asesinato recordando cómo recibieron la noticia sus hijos. “¿Cómo se puede matar a alguien tan bueno?”, dice su esposa y una música de profunda emoción llena la sala mientras la cámara se aleja dejando en evidencia el vacío irreparable.
Es difícil no echarse a llorar, o por lo menos no sentir tristeza, ante la muerte absurda de ese personaje tan bueno al que hemos adorado durante las últimas horas. Ese mérito de su hijo, Héctor Abad Faciolince, es ahora también de los Trueba y de Javier Cámara, magistral, poseedor de una verdad desarmante. El mérito de que nunca lo olvidemos.
Un Western que mira a John Wayne
Tres anuncios en las afueras, en Disney +
Decía Martin McDonagh que para construir el personaje de Mildred Hayes, la madre todoterreno sobre la que pivota su última película, había tenido que recurrir a John Wayne ante la ausencia de referentes femeninos. Efectivamente, esta mujer sumida en la miseria tras el asesinato y violación de su hija adolescente no se parece a ninguna otra. Es fuerte, violenta, despiadada, pero a la vez tierna, y viste con una especie de mono de gasolinera para no perder el tiempo en nada que no sea encontrar al asesino de su criatura. También es inteligente, dueña de ese ingenio al que llaman femenino, el mismo que la lleva a contratar unas vallas publicitarias que despierten a la policía del letargo redneck que ha impedido que investiguen el crimen.
En estos tiempos de palabrería virtual, McDonagh se sirve de este macguffin analógico para construir un western moderno protagonizado por una mujer. Tres anuncios en las afueras comienza con el duelo de pistoleros entre una oscarizable Frances McDormand –en una especie de evolución natural de su personaje en Fargo– y el jefe de la policía Woody Harrelson. Su enfrentamiento alcanza un cénit de la cinematografía reciente en ese interrogatorio en el que toda la rabia y el ansia de venganza que siente Mildred se transforman súbitamente en ternura por razones que es mejor no revelar. Cabe preguntarse si esta secuencia prodigiosa, así como la humanidad que desprende hasta el villano más repugnante (Sam Rockwell) de esta negrísima comedia, provienen de que su contrincante sea una mujer.
Puede que McDonagh, que hasta ahora nos tenía acostumbrados a películas tan masculinas como Escondidos en Brujas o Siete psicópatas, no encontrase referentes femeninos para Mildred Hayes. Esperemos que en ella se fijen muchos personajes más.
Ascenso y declive de una chupasangres
The Inventor: Out for Blood in Silicon Valley, HBO
Durante las vacaciones leí Valle inquietante, de Anna Wiener. En esta suerte de memoir, la autora cuenta su traslado del mundo editorial de Nueva York a las empresas tecnológicas de San Francisco lideradas por hombres muy jóvenes y ricos con un nivel medio-bajo de empatía. El libro es gracioso pero tan inquietante como su título. Da miedo conocer de cerca a las personas que han puesto las reglas del mundo en el que vivimos.
En esa misma liga juega The Inventor: Out for Blood in Silicon Valley, documental del prolífico director Alex Gibney, del que ya hemos recomendado alguna película aquí mismo. En esta ocasión, su investigación se centra en la figura de Elizabeth Holmes, uno de los mayores fiascos de Silicon Valley.
Elizabeth Holmes abandonó sus estudios en Standford con la misión de revolucionar la asistencia sanitaria en EE UU con una máquina que haría análisis de sangre con una simple punción en un dedo. Fundó Theranos, compañía valorada en 9.000 millones y comenzó a acaparar portadas de revistas en las que se la vendía como la nueva Steve Jobs. Pero The Edison –tuvo el coraje de llamar así a la maquinita– no funcionaba, así que la caída fue monumental. Gibney entrevista a profesionales que trabajaron en Theranos y accede a material de archivo para contar la historia de esta científica revolucionaria que resultó ser un fraude.
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