Carlos Marañón Fútbol y cine
OPINIÓN

Un polvazo de película en el Camp Nou

Convertida insospechadamente en un éxito de la literatura catalana juvenil, Mecanoscrit del Segon Origen, novela de Manuel de Pedrolo escrita en 1974, ha sido leído por miles de bachilleres catalanes, obligados por los planes de estudios y a la vez seducidos por esta historia de dos supervivientes a un ataque extraterrestre, con su aire de fábula distópica, sus aventuras adolescentes y su puntito justo de sexo tolerado hasta en los colegios de curas. El gran Bigas Luna encontró poderosas razones para enfrentarse al proyecto de adaptar al cine el libro, que ya contaba con una popular serie de televisión (en los albores ochenteros de TV3): despertar sexual, una vuelta a las esencias, sol, tierra, agua y esa mediterraneidad tan sugerente suya.

Bigas empezó a rodar Segundo origen, pero su fallecimiento provocó que Carlos Porta (solvente realizador televisivo y autor del poderoso libro Tor) tomase las riendas hasta finalizar la película [Aquí, la crítica]. Ambientada en Barcelona y alrededores, una chica de 17 años y un chaval de 12 abandonados a su suerte son el único futuro que le espera a la especie humana. En su vagar por el mundo aprenden a sobrevivir, a relacionarse entre ellos y a rescatar todo lo supuestamente bueno de un planeta en ruinas.

Por supuesto, una de las novedades de la cinta es la adaptación a nuestros días de todo lo setentero de la novela de Pedrolo, desde lo tecnológico a lo cultural. Y esa actualización de la película a la realidad de la Barcelona del siglo XXI, arrasada al estilo de lo que hicieron los hermanos Pastor con Los últimos días, no ha podido obviar el influjo del Futbol Club Barcelona. Marca universal, el Barça es tan conocido en el mundo, o más, que los mejores lugares del perfil monumental de la ciudad condal: Sagrada Familia, Tibidabo, Ramblas, Montjuïc, Barrio Gótico... A ellos se une en el filme el icono arquitectónico del club blaugrana: el Camp Nou.

En su búsqueda entre las ruinas de la gran ciudad, pasados unos cuantos años ya del ataque alien, Alba y Dídac, ya talluditos, llegan al estadio del Barcelona, o a lo que queda de él. La recreación digital del Camp Nou en ruinas, un trabajo bastante detallista, es uno de los momentos de lucimiento de la producción, "Production Value", que decían en Super 8. Interpretados por la actriz británica Rachel Hurd-Wood y el actor catalán de origen senegalés Ibrahim Mané, los protagonistas aprovechan para echar unos toques con un balón (limpísimo, por cierto, entre tanto desastre), e incluso practican unos tiros a puerta, con buenas maneras futboleras por parte de Mané.

Pero la excursión futbolística no se acaba aquí. Y el éxtasis culé, tampoco. La jornada en el Camp Nou de la pareja, solos en el mundo, en plena efervescencia hormonal, acaba en un crescendo sensual vinculado al placer balompédico. Una tormenta hace que haya que buscar refugio en el banquillo azulgrana, y allí los nervios del chaval por estar en el Camp Nou se unen al tonteo sexual: la erótica del fútbol y todas las analogías entre marcar un gol y llegar al orgasmo son perfectamente válidas en esta secuencia de Segundo origen.

Alba y Dídac consuman sus relaciones sexuales en el banquillo, entre ecos de éxitos pasados, de títulos, de suplentes de mal rollo y de trajes slim fit de Guardiola (la película es de 2015, Pep ya estaba en el Bayern de Múnich). "¿Y si fuéramos los únicos con vida?", se pregunta Alba, que empieza a plantearse que sólo tener hijos con Dídac podría salvar a la humanidad. Y aquí es donde el joven futbolero, menos maduro, se plantea lugar a tener hijos hasta completar un equipo de fútbol en la familia. "Sería el mejor equipo del mundo", dice ella. Perogrullesco, pero incontestable. Pero no se acaba aquí la cosa: a los nueve meses nacerá un niño, el futuro de la humanidad. La nueva civilización nace en las ruinas del Camp Nou. El Barça como origen de todo, como mensaje de esperanza para la humanidad. ¡Buf! Se les ha ido un poquito la mano con la pulsión barcelonista.

Un polvazo en el Camp Nou. La putada es que, como en el chiste de la isla desierta, no se lo pueden contar a nadie.

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