OPINIÓN

Isabel y Ana

Imagen de 'Frankenstein'
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Cinemanía
Imagen de 'Frankenstein'

No se ven nunca ya. Es decir, se ven, pero a través de una maraña de padres, hijos de la una, de la otra, respectivas parejas (aunque Ana se separó el año pasado –¡Al fin!, dijo la madre, y después se echó a llorar, porque qué miedo una hija con un hombre así, que cualquier día…– y ahora está tan mal, y tan flaca, y tanto fumar, y a veces tiembla sin explicación, como si le llegase una ola de frío del pasado). 

Es decir, se ven, ahora mismo se están viendo, pero borrosas, empañadas por bandejas de entremeses, atender a la madre que tiene lo de la pierna, que si la tele está muy alta y no te oigo, que si los niños bien, ya los ves, pero todo el día con el móvil y bueno, el trabajo como siempre, no me quejo. Se ven pero no se ven como antes: Isabel, más alta y de pelo claro, flequillo recto, y Ana, más fina, con el pelo negro en una trenza larga, muy seria, asustada ante el descaro de su hermana mayor, esperando el bus del colegio, las batas blancas, el nombre bordado. 

Se ven ocultas tras las ojeras de Ana, que después de separarse ha estado desaparecida varios meses, los niños con los abuelos, y este abrigo que qué bonito, pero si ya me lo habías visto el año pasado y el otro, Isabel. Ay, pues chica no me acordaba. Un gesto amargo. Pero no se ven como cuando eran niñas, en el salón oscuro, acercándose a la tele prendida y a una película que daba miedo pero gustaba. 

En la pantalla, dos niñas como ellas, Ana e Isabel (¡Se llaman como nosotras!, y el brazo de Isabel apretando el de Ana) caminando por los campos de una España oscura, viendo El doctor Frankenstein en un cine de pueblo, hablando de cama a cama. Y entonces, años después, ahora, llega la hora de la siesta, los pequeños ven Pocoyo y los mayores duermen, y a la madre se le ha calmado el dolor por fin, y ellas se encuentran en su antiguo dormitorio, las camas gemelas, las maletas deshechas, desmayando sus respectivos cansancios sobre las colchas de la infancia.

Por un momento se ven, los rostros ladeados en dirección a la otra. Ana siente el impulso de girarse, de huir de lo que su hermana pueda preguntarle, pero las palabras de Isabel llegan antes, venidas de años atrás, en un susurro: Ana, ¿dónde has estado?

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