OPINIÓN

No tan grande

No tan grande
No tan grande
No tan grande

La cantidad de decisiones que se toman en una película, desde la primera versión de guión hasta su estreno, convierten todo el proceso, visto desde fuera, en una especie de gigantesca locura inabarcable. Y más cuanto mayor es el presupuesto, porque se juega con una inversión. Se reescribe el guión mientras se busca una financiación que puede provocar la intromisión de productores ajenos, pero después hay que elegir reparto, ensayar, rodar, postproducir, añadir música, lidiar en la sala de montaje y, por supuesto, preparar con mimo la fecha y condiciones del lanzamiento. Hacer una película es construir la pirámide de Keops con canicas. He tenido que tumbarme a descansar sólo de imaginarlo.

De ahí el hipnótico y casi épico drama que provoca el fracaso en taquilla de un proyecto milimétricamente pensado para mucho más que cubrir gastos. Veo El gran año que protagonizan el consagrado Steve Martin, el inexplicable Owen Wilson y la joven promesa no cumplida Jack Black (vale, los adjetivos son cosa mía). Cada minuto destila ese “quiero, pero no sé cómo” que impregna a las grandes empresas fallidas. En este caso tenemos tres estrellas reconocibles, un hilo argumental curioso (la desmedida afición ornitológica), unos impresionantes escenarios naturales y una clara vocación de ahondar en los sentimientos de los personajes, tanto en su vida familiar como entre ellos respecto a su obsesión pajarera. Pero todo se desmorona hacia la nada más absoluta: los actores sólo están, su hobby no llega a excusa, los paisajes apenas interactúan y las emociones se diluyen en lo tópico. Además, las pinceladas de comedia slapstick sugieren un desesperado grito silencioso: “¡Todo va bien, son cómicos, ésta es la película que queremos hacer!”. Ver cómo han terminado los (estimados) 40 millones de presupuesto de El gran año acaba siendo tan bello como asistir en directo a los impresionantes y majestuosos desprendimientos de un glaciar.

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