OPINIÓN

Lo virtual y la ficción

Lo virtual y la ficción
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Lo virtual y la ficción

Utilizo internet casi a diario; navego mucho por trabajo y naufrago a menudo por devoción. La dispersión ociosa se ve reforzada por trampillas de la Red como esa lista de “vídeos relacionados” en YouTube o los artículos enlazados en Wikipedia, que funcionan igual que agujeros negros (sabes dónde entras, no dónde sales). El otro día abrí el Street View de Google (mapa de calles fotografiadas en alta definición) para localizar un restaurante al que debía acudir. Casualmente me hallaba en el piso familiar donde crecí, y por uno de esos impulsos inexplicables, decidí darme un paseo virtual por la calle de mi infancia. Localicé la dirección, cliqué la citada aplicación y al instante apareció en pantalla el portal que tanto he transitado a lo largo de mi vida, aunque la sorpresa me aguardaba unos metros más adelante.

La figura borrosa de una transeúnte me resultaba familiar; con el corazón en un puño accioné el aumento hasta reconocer, con todo detalle, a mi madre. Nada raro si no hubiera fallecido hace dos años. La instantánea estaba datada en septiembre de 2008, pero durante unos minutos me sentí Daniel Craig en Millennium; agrandé peatones, coches o portales y examiné reflejos en los escaparates buscando más datos que me indicaran qué hacía ella en aquel momento, adónde se dirigía o de dónde venía. El hecho de que mirara a cámara (se notaba a pesar del pixelado de rostros que practica Google) parecía indicar una señal oculta, cierta intención previa que ahora volvía desde el más allá. Pero enseguida me calmé. Esa cápsula de tiempo llevaba cuatro años congelada en el mayor buscador del mundo esperando que yo la descubriera, pero no había mensaje, el medio era la metáfora: ella sigue estando. Y entonces me acordé de Haley Joel Osment al final de Inteligencia Artificial: a salvo, ausente y eternamente confinado en el fondo del mar.

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