OPINIÓN

El rey León

El rey León
El rey León
El rey León

Lo recuerdo como si hubiera ocurrido ayer mismo aunque sucedió a finales de los 80. Entré en un bar un sábado por la tarde y lo primero que vi fue una cabeza de ciervo disecada (lo cual ya dice mucho del local). En ese momento no había nadie más que un camarero de cierta edad, dato que deduje y confirmé tras contemplar su canosa cabellera. Pedí una cerveza y me acomodé en la barra fijando la vista en el televisor situado por encima de su cabeza. El empleado (algo en su triste porte me hizo suponer que no era dueño del negocio) imitó mi interés al otro lado del mostrador y los dos nos quedamos absortos en los anuncios que en ese momento emitía TVE (por aquel entonces no había otra opción, así de asobinao estaba este país). Al finalizar el intermedio publicitario, una cortinilla dio paso a la emisión de un largometraje antes de que apareciera la característica cabecera de la Metro Goldwyn Mayer con el león rugiendo.

Fue entonces cuando el hostelero se giró hacia mí: “Estas películas del león son muy buenas”.

Yo esbocé una sonrisa pensando que era una broma fina de aquel tipo, pero el gesto se me heló en la cara cuando adiviné que en su mirada ratonil no fulguraba el brillo de la ironía. Durante unos segundos que me parecieron siglos permanecimos inmóviles como en el duelo final de un spaghetti western de tercera. Yo con media sonrisa de pazguato petrifi cada en la cara, él con un aura de neutralidad que envidiaría toda Suiza y unos ojos que habían pasado de bovinos a psicópatas.

Asumí que si no le daba la razón sería capaz de sacar una recortada de debajo de la barra y volarme la tapa de los sesos. Pensé en toda la obra crítica escrita sobre cine, sopesé teorías cinematográfi cas y estudios, sesudos o apasionados, sobre el séptimo arte y, finalmente, chillé con tono agudo

como de señora mayor: -“¿Las del león? ¡Cojonudas!”.

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