OPINIÓN

El olvido no deja huella

Imagen de 'Licorice Pizza'
Imagen de 'Licorice Pizza'
Cinemanía
Imagen de 'Licorice Pizza'

Nuestro sistema de almacenaje no atiende a razones. Me refiero a los recuerdos, claro, que lo mismo galopan que entretejen que saltan a la palestra, o se desvanecen sin dejar rastro. No paramos de hacer cosas, pero incluso en las tareas más repetitivas (sueño, comida, higiene), nuestro disco duro conserva detalles de muchas pesadillas, de varios platos o, quién sabe, de alguna ducha. 

Aún así, somos más bien lo que no recordamos, porque olvidar es un arma defensiva que nos evita caer aplastados bajo el peso de toda una vida.

El sistema es particularmente cruel con la acumulación de las películas vistas: escenas concretas grabadas a fuego junto a pasajes del todo eliminados, que te resultan nuevos al cabo de mucho tiempo. Eso sin contar con los sucesos periféricos que adornan el acto en sí mismo: con quien la viste, en qué formato, en qué circunstancias anímicas. Todo cuenta.

Por eso es importante reposar la primera sensación que te causa una película porque es posible que, cuando la polvareda se amaine, te quedes con el chasis de la verdadera emoción entre brumas. He visto ese prodigio de felicidad llamado Licorice Pizza, el luminoso artefacto de Paul Thomas Anderson bañado en una poderosa estética retro cuya sinopsis cabe en media servilleta. Ahora que escribo sobre ella, recuerdo sentir que no me interesaron Sean Penn, Tom Waits o Bradley Cooper porque solo parecían cumplir el papel de cameos impactantes sin que sus personajes adquirieran relevancia en la lineal y espléndida trama de Gary y Alana buscándose a trompicones.

Salí del cine renovado por la música (Life on Mars que estás en los cielos), bañado por el sol, extenuado por las carreras de los protagonistas y con una sensación de frívola plenitud mientras iba olvidando, felizmente, todo lo que me había sobrado. Lo llamaría desmemoria selectiva, pero es posible que lo olvide.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento