OPINIÓN

Duelo al sol

Duelo al sol
Duelo al sol
Duelo al sol

Hace siete años, en un megalómano arranque de andar por casa, me hospedé en el Rocamar de Cadaqués, vetusto hotel construido en los años 50 en pleno Cap de Creus. Era un día laboral a principios de mayo y apenas había clientes; me pude permitir una habitación individual con vistas a la luminosa bahía para darme el gustazo de desayunar frente al Mediterráneo y sentirme Príncipe de las Rocas, Rey del Mar y Emperador del Viento. Yo es que enseguida me pongo estupendo.

Por la mañana, temprano bajo el sol, dispuse el frugal almuerzo en el balcón, pero en el breve despiste de un bostezo, una sombra amenazante me cubrió el rostro. Una enorme gaviota se había interpuesto entre el cielo y yo para robarme el cruasán que reposaba sobre la bandeja. Lo rescaté justo antes de que su robusto pico rozara el hojaldre, pero entonces ocurrió algo prodigioso: el universo congeló ese instante como en el famoso plano circular de Matrix hasta convertirse en una secuencia eterna: el ave y yo éramos Dios y Adán en la Capilla Sixtina, moldeados a partir de un bollo que nos unía y separaba.

En mi contemplación mística también vislumbré la secuencia inversa que nos había llevado hasta allí. El día anterior yo viajaba en autobús hacia Cadaqués y ella sobrevolaba la bahía, dos meses antes uno pensaba el viaje y la otra anidaba, cinco años atrás aún ignoraba qué sería de mi vida mientras ella reclamaba comida a sus padres. Hoy mismo nos reencontramos en esta página, yo maltrecho, ella convertida en una pájara endiosada. Sé dónde estoy, pero me pregunto qué habrá sido de esa gaviota ruidosa y oportunista. Me han dicho que van a derribar el hotel.

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