OPINIÓN

Aitana Ozores

Aitana Ozores
Aitana Ozores
Aitana Ozores

Leí La Regenta de Leopoldo Alas Clarín a mediados de los 80 mientras estudiaba Filología en la Universidad de Oviedo. Cada tarde, para llegar a la facultad en la plaza Feijóo, tenía que cruzar la plaza de la Catedral, tomar la calle Santa Ana y atajar hacia la Corrada del Obispo por el Tránsito de Santa Bárbara. Es decir, tuve el privilegio de apasionarme por el libro mientras me movía en 3D por los escenarios reales que Clarín denominó Vetusta.

Diez años más tarde Fernando Méndez-Leite rodó en Oviedo una adaptación de esa novela para TVE protagonizada por Aitana Sánchez Gijón. Preparando un reportaje sobre la miniserie, solicité entrevistas con los actores y la encargada de prensa me citó en la Catedral. Ya dentro del templo reinaba un muy apropiado silencio sepulcral (el equipo rodaba en ese momento en otra parte), pero nos detuvimos antes de los bancos del culto porque Aitana avanzaba hacia nosotros por el pasillo central. La actriz, minuciosamente caracterizada como Regenta, caminaba con la cabeza inclinada sobre las manos unidas a la altura del pecho. Los gruesos pliegues del vestido negro rozaban entre ellos y contra el suelo, produciendo un espeso susurro, como si las baldosas sisearan a su paso. Me invadió una sensación casi mística; el imaginado personaje literario se transustanciaba en una Ana Ozores de carne y hueso que surgía del mismo decorado como una púrpura rosa de El Cairo. Finalmente, llegó a nuestra altura y alzó su rostro angelical, pero no habló la esposa de don Víctor, la amante de Mesía o la víctima de Fermín de Pas, fue la propia Aitana quien se expresó alto y claro:

-¡Mejor vamos fuera, que me estoy muriendo de frío!

Vaya. Las manos unidas sobre el pecho no indicaban recogimiento sino destemplanza. Ni el beso de un sapo me habría devuelto a la realidad con más celeridad.

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